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lunes, 20 de abril de 2020

Que os den por el bulo


Admirado señor Bulo:

Me dirijo a usted para expresarle mi felicitación por el hecho de que, por fin, haya alcanzado el reconocimiento público de su influyente papel en la sociedad española.

Se trata de una influencia que se mantiene desde hace décadas. Ya en los años 40 del pasado siglo el Gobierno justificaba su brutal represión en la existencia de una confabulación judeomasónica que pretendía destruir España. En los 70, Juan Carlos I juró cumplir los principios fundamentales del Movimiento. A principios de los 80, el Ministro de Sanidad atribuyó el envenenamiento masivo por aceite de colza a un bichito que se moría al caer al suelo, y en la misma época, Felipe González pidió el voto a los españoles para sacar a España de la OTAN.

Más recientemente, el gobierno de José María Aznar atribuyó los atentados de Atocha a la banda terrorista ETA. En 2007, el Presidente Rodríguez Zapatero tranquilizó a los ciudadanos asegurando que España no se vería afectada por la crisis financiera que asolaba a otros países. También nos contó que el terrorismo islámico se iba a terminar gracias a la “Alianza de Civilizaciones”.

Tiene usted, señor Bulo, una larga trayectoria de buenos servicios a los gobernantes. Pero quizá haya sido el actual Presidente quién más ha trabajado para reforzar su importancia. Desde presentar una moción de censura “para convocar elecciones lo antes posible” hasta asegurar que le quitaría el sueño tener a Pablo Iglesias en su Gobierno. Pero ha sido la pandemia del Covid19 la que le ha hecho a usted intérprete indiscutible de la realidad. Observamos su presencia en todas partes. Las mascarillas no servían para nada. España ha sido el país que ha reaccionado más pronto frente a la enfermedad. Nadie se va a quedar atrás en esta crisis. Cuando finalice ésta, la economía saldrá reforzada. El material sanitario es suficiente en los hospitales. Y como colofón, el CIS certifica que la única verdad es la que nos dice el Gobierno.

Ante el reconocimiento oficial de que la Guardia Civil trabaja para combatir las críticas a la gestión del Gobierno, el ministro Grande Marlaska ha declarado que el general de la Guardia Civil habrá tenido un lapsus. Efectivamente: un lapsus consiste en decir inadvertidamente la verdad cuando se quería ocultar. Si el ministro tuviera otro lapsus y nos dijera lo que piensa de los ciudadanos que critican la gestión del Gobierno, probablemente nos diría: “que os den por el bulo”.

martes, 14 de abril de 2020

Los pastos de La Moncloa


Uno de los recursos que le gusta emplear a Pedro Sánchez es el de recuperar antiguos eventos, tratando así de beneficiarse del prestigio que en su momento tuvieron los mismos. Lo ha hecho con su propuesta de un nuevo Plan Marshall, y ahora pretende ser el Adolfo Suárez del siglo XXI con unos nuevos Pactos de La Moncloa.

Considero que es altamente improbable alcanzar ahora un acuerdo equivalente. La maniobra no carece de astucia: si se firman esos pactos, los partidos de derecha aparecerán como corresponsables de la catástrofe económica que nos espera. Y si fracasa el intento los partidos de derecha serán los responsables de esa catástrofe “por no haber arrimado el hombro”.

Las razones de la escasa viabilidad de unos nuevos Pactos de La Moncloa son varias. Por una parte, en 1977 la mitad de la población española conservaba el recuerdo de la Guerra Civil, y estaban dispuestos a renunciar a muchas de sus ideas a cambio de no repetir semejante tragedia. Hoy, aunque son muchos los que se esfuerzan en recordar aquella contienda, son ya muy pocos los que la vivieron en sus carnes.

En segundo lugar, en 1977 lograron alcanzar acuerdos los diferentes partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones empresariales. En 2020 habrían de añadirse también los representantes de 18 Comunidades Autónomas, entre ellos los que no pierden ocasión para que España como nación unitaria se rompa.

En tercer lugar, el gobierno de Pedro Sánchez es una coalición del PSOE con un partido que se ha distinguido desde su aparición por atacar tres objetivos: la casta, los ricos, y la Transición de 1978. Lo de la casta lo han olvidado desde que entraron a formar parte de ella. Pero su fobia a los ricos y a la Transición permanece inmutable. No resultará fácil formar un equipo de bomberos eficaz habiendo pirómanos entre ellos.

Por último, en la sociedad española de 1977 predominaba el deseo de alcanzar la democracia –algo desconocido entonces, pero que sonaba bien-, y la ilusión de incorporarse a una Europa percibida como más moderna y próspera que nuestro país. En estos momentos son ya bastantes los que se sienten defraudados por la democracia, y los que ven a Europa como una fuente de imposiciones y un club en el que cada uno va a lo suyo. 
Puede que la sociedad considere al Estado como a una vaca a la que sacar el máximo jugo. Pero no es menos cierto que para muchos políticos los ciudadanos no son sino un gran pastizal de votos del que se alimentan y engordan.

sábado, 4 de abril de 2020

Darwin y los juncos


Se suele decir que la teoría de Darwin sobre la evolución de las especies establece que son los individuos más fuertes los que mejor sobreviven. Sin embargo, tal creencia es errónea. Lo que Darwin descubrió es que los que sobreviven no son los más fuertes sino los individuos que mejor se adaptan a su medio ambiente. Hay que señalar que, en el caso de los seres humanos del siglo XXI, ya no es tan determinante el medio ambiente de la naturaleza como el medio ambiente social.

La pandemia del Covid-19 que tan duramente nos está golpeando ha supuesto un importante cambio en el medio ambiente social al que estábamos todos más o menos adaptados. El confinamiento en los hogares, la paralización del comercio, la industria y el turismo, así como las previsibles consecuencias económicas de todo esto suponen un cambio tan importante como brusco, al que no resulta fácil adaptarse.

A las dificultades corrientes de la vida en el ámbito familiar, laboral, económico, de salud, etc., hay que añadir ahora la inquietud –más bien la angustia- por el riesgo de contagio, el agobio del encierro, y la incertidumbre ante el futuro. Nadie puede escapar a los efectos de la pandemia, y todos vamos a salir malparados en mayor o menor medida. Los miembros del gobierno nos aseguran que “nadie se va a quedar atrás”. Es una burda mentira. Cuando la pandemia termine todos habremos retrocedido algunos pasos.

No obstante, sigue siendo válido el postulado de Darwin. Sobrevivirán mejor los que mejor y más pronto se adapten a esta nueva situación. Algunos pensarán que esto es imposible, pero se equivocan. Uno de los escenarios más terribles que puedan castigar a una sociedad es la guerra. Pero incluso en las guerras –cuando son de larga duración- la gente termina adaptándose. Los niños siguen jugando y riendo en las calles. Los adultos se reúnen con sus amigos entre bombardeo y bombardeo, y encuentran ocasiones para divertirse. Se enamoran y hacen planes para el futuro.

Cuando al final termina la contienda todos lloran a sus muertos, pero los que se habían adaptado encuentran fuerzas, energía y oportunidades para seguir adelante y continuar viviendo.

Por desgracia, otros, los que no fueron capaces de esa adaptación, suelen quedar en la cuneta, marcados para el resto de sus días por una situación a la que no fueron capaces de adaptarse.

Pensemos en ello. Depende principalmente de nuestra actitud. Podemos elegir entre rendirnos y retirarnos a llorar en un rincón, añorando lo que hemos perdido en la catástrofe. O bien adaptarnos a una nueva realidad, tomar las medidas de precaución para evitar el contagio, y darle la cara a un futuro que vamos a superar, aunque sea en condiciones menos favorables.

Los débiles juncos se inclinan ante la fuerza del vendaval para erguirse de nuevo cuando éste pasa. El robusto roble, en cambio, no tiene esa flexibilidad y puede resultar abatido por el viento.