Muchos se refieren a ellos como “cómicos”.
Otros, despectivamente, les llaman “titiriteros”. Ellos se autoproclaman “la
cultura”. Es un grupo variopinto en el que predominan gentes del mundo del
cine, del teatro y de la televisión, además de cantantes, músicos, humoristas.
Han vuelto a reunirse para redactar un manifiesto en el que nos indican a los
imbéciles de los ciudadanos normales lo que nos conviene votar, porque sin su
orientación no sabríamos lo que nos conviene.
Naturalmente, tienen todo el derecho a
redactar manifiestos políticos, como lo tienen los deportistas, los
farmacéuticos o los peluqueros. Y sus opiniones tienen el mismo valor que el de
las opiniones de los deportistas, los farmacéuticos y los peluqueros. Pero
ellos se creen más, mucho más. Son tan pretenciosos que se creen que son los
genuinos representantes de la cultura, aunque entre ellos no abunden los
pintores, los escultores ni los filósofos.
Yo prefiero llamarlos “espectaculeros” porque
esencialmente son gentes que se dedican a los espectáculos de uno u otro tipo.
No sé si entre ellos hay algún trapecista, algún mago o algún payaso de circo.
Pero podría haberlos sin por ello reducir lo más mínimo la profundidad de su
manifiesto.
Lo que me pregunto es por qué los medios de
comunicación se hacen eco de las opiniones políticas de un grupo de actores,
músicos y cantantes. Y también me pregunto por qué estos ciudadanos creen que
sus recomendaciones sean tan importantes. Es probable que sólo sea una cuestión
de narcisismo. Pude que ellos se crean dioses, pero sólo llegan a pretenciosos.