Si
analizamos el discurso de Podemos veremos que consiste en un largo catálogo de
denuncias sobre agravios, injusticias y abusos, que supuestamente padece “la
gente” (es decir, los que deberían votarles a ellos), a manos de actores como
“la casta”, “la Merkel”, la banca, o el IBEX35. Dibujan un cuadro muy simple de
víctimas y verdugos. Millones de seres que sufren injustamente, y unos pocos
miles que disfrutan haciéndoles sufrir. La idea que vertebra toda su teoría es
que si las cosas no salen como yo quiero, siempre es por culpa de otros. Su
mensaje da a entender que eliminando a esos malvados verdugos, la humanidad
entera viviría en la prosperidad y sería feliz.
Ese
es el contenido. Pero si nos fijamos en el tono, en la actitud con que lanzan
el discurso, observaremos que flota en un océano de amargura, de rencor, de
ansia de venganza, de envidia, y de odio. Son el paradigma del cabreo
permanente.
No
es el caso de todos los que les han votado. Gran parte de ellos son personas
que ingenuamente creen que existen soluciones sencillas para problemas muy
complejos. Pero la principal bandera de los dirigentes y de la mayor parte de
los militantes es el odio.
Odio
al que tiene más que uno, sin importar si se ha esforzado más. Odio a la
monarquía, aunque nada garantiza que una república fuera mejor. Odio al
catolicismo, como si el marxismo no fuera otra religión. Odio al pasado, como
si ellos fueran el Big Bang de la políti––ca.
La
felicidad es el tesoro más buscado por todos los seres humanos. El anhelo de vivir mejor es otro deseo
universal. La persona feliz es la que, sea cual sea su situación, hace lo que
esté en su mano para mejorarla, sin obsesionarse con ello, y sin dejar de valorar
y disfrutar lo que tiene a su alcance. Dejando aparte la falta de salud, hay
cuatro elementos absolutamente incompatibles con la felicidad: amargura,
rencor, envidia y odio. No se puede estar siempre cabreado y ser feliz.