............

............

jueves, 26 de febrero de 2015

El debate


Otro año más ha tenido lugar el debate sobre el estado de la nación. En un año en el que las urnas van a sufrir un fuerte recalentamiento, este debate tenía que ser necesariamente el pimer mitin de campaña. El presidente ha tratado de mostrar un panorama idílico, y Pedro Sánchez se ha estrenado haciendo lo mismo que siempre han hecho los líderes en la oposición: intentar pintar un panorama absolutamente tenebroso. Nada nuevo.

Pero esta vez el debate me ha soñado de un modo extraño, como si estuviera viendo una película de otros tiempos. Un ritual en el que los personajes que han sido elegidos por los ciudadanos para representarles subían ordenadamente a la tribuna, con un tiempo tasado, y atendiendo las indicaciones del presidente del Congreso. ¿Por qué algo tan natural, tan civilizado y tan democrático me ha parecido anacrónico?

La respuesta es que, para millones de españoles, desde hace muchos meses el centro neurálgico de la política ha dejado de ser el Congreso de los Diputado. Entre los desaciertos de unos, las mentiras de los otros, la mediocridad de estos y la desvergüenza de aquellos, mucha gente se ha desinteresado de la democracia parlamentaria.

Sin embargo, eso no significa que los españoles se hayan desinteresado por las cuestiones políticas. Lo que ha ocurrido es que su tratamiento se ha desvirtuado hacia unos canales espurios. Son los platós de televisión, los hashtag, las manifestaciones, las plataformas, las mareas, y las encuestas, los que se han convertido en los aparentes intérpretes genuinos de la voluntad popular.

Se trata, no obstante, de una falsa realidad. Con todos sus defectos, la democracia representativa que se formaliza en elecciones periódicas en las que todos los votos valen lo mismo son la mejor garantía para una convivencia democrática dentro de la ley.

Creer que tiene más razón el que más ruido hace, pensar que el político más fiable es el que mejor queda en televisión, soñar que un tuit pesa tanto como un voto, son brechas abiertas en la democracia, que facilitarán el ascenso de los oportunistas, los demagogos y los totalitarios que querrán destruirla..

viernes, 13 de febrero de 2015

Chiringuitos para okupas


Durante los últimos 35 años España ha pasado de tener una Administración piramidal de tres pisos –ayuntamientos, diputaciones provinciales, y Estado- a una torre de seis pisos -ayuntamientos, comarcas, diputaciones provinciales, comunidades autónomas, Estado y Unión Europea-. Además, de cada uno de estos cuelgan racimos de organismos, observatorios, comités, delegaciones, subdelegaciones, consorcios, entes, y empresas públicas y semipúblicas.

Naturalmente, en todos esos organismos anidan cientos de miles de españoles, que han encontrado acomodo a la sombra del poder político en miles de chiringuitos, muchos de los cuales son perfectamente prescindibles.

Los demás españoles –los que no llenan el frigorífico gracias a alguna de estas bicocas, los que se ganan la vida trabajando en cualquier sector productivo, parecen haberse cansado de este estado de cosas, y cada vez son más los que creen que hay demasiados políticos en demasiados sitios. Sin embargo, el problema no está en que haya un exceso de políticos, sino en que hay un exceso de chiringuitos para albergar políticos y amigos y familiares de políticos.

Aplicando la vieja cuestión de qué fue antes, el huevo o la gallina, aquí podemos afirmar que lo primero fue el chiringuito. Exactamente igual que si no hubiera pisos vacíos, no habría okupas. Nadie nace okupa y nadie nace político. Los okupas son una especie eminentemente oportunista que aprovecha en beneficio propio algo que ya existe.

Se precisa una drástica reducción de los niveles de la administración –suprimiendo diputaciones provinciales y comarcas, por ejemplo-, si se quiere reducir la pesada carga de políticos y afines que medran a costa de los impuestos de los ciudadanos que trabajan en algo útil. Si no queremos que haya tantos okupas,- hay que derribar los chiringuitos sobrantes.


sábado, 7 de febrero de 2015

Del maletín al Monedero


En España, el “maletín” es la metáfora que mejor representa el fraude económico de altos vuelos. Evoca movimientos fraudulentos de capitales. Potentados que mueven millones de origen dudoso para saltarse las normativas fiscales o directamente el Código Penal.

También está asociado a chanchullos varios de partidos políticos que mientras presumen de honradez, no dudan en eludir las normas que ellos mismos han aprobado . El caso Flick, la familia Pujol, Gurtel, son sólo algunos ejemplos del cinismo de unos golfos que hacen justo lo contrario de lo que dicen.

Afortunadamente, la sociedad parece haber despertado de un estado semicatatónico en el que se dejaba esquilmar por los poderosos con la misma fatalista resignación que los judíos de Varsovia subían a los trenes que les llevarían al exterminio. Los ciudadanos se muestran indignados con la corrupción, y consideran ahora a cualquier político, banquero o empresario como un corrupto potencial. La práctica del “maletín” suscita, por fin, el rechazo unánime de la sociedad.

Sin embargo, esa condena no se ha extendido todavía a la otra corrupción. A la que no mueve muchos millones, sino sólo miles o decenas de miles. La que va desde el autónomo que realiza un trabajo sin emitir factura al que crea una empresa fantasma para eludir el pago del IRPF. Una corrupción menos llamativa, pero infinitamente más extendida. Pero no deja de ser corrupción, igual que un chorizo de barbacoa no deja de ser chorizo.
Paradójicamente, está siendo el partido que se ha proclamado como defensor de los pobres y como azote de corruptos de altos vuelos, el que puede despertar también en los ciudadanos la conciencia de que estas golferías menores tampoco pueden ser toleradas. Parece que el rechazo social no se va a quedar sólo contra el maletín, sino que puede volverse también conta el “monedero”.

Porque tras conocerse las martingalas de Erejón al abrigo de la casta universitaria, el caso de Juan Carlos Monedero, ese exponente de la izquierda  ejemplar, que constituyó una sociedad sin actividad alguna para evitar pagar a Hacienda como hacen todos los trabajadores por los que él dice preocuparse, ha puesto el foco sobre la otra cara de la corrupción. Esa en la que no son unos pocos que se llevan millones en maletines, sino muchísimos que se llevan miles de euros en sencillos monederos.