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sábado, 27 de junio de 2020

El síndrome de Mary Poppins


Supercalifragilísticoespialidoso” es la palabra con la que la actriz Julie Andrews dice expresar la emoción que siente, en la gran película “Mary Poppins”. La palabreja suena bien, es original, resulta simpática. Los niños la repetían incansablemente y los adultos se esforzaban por pronunciarla sin que se les trabara la lengua.

Sin embargo, detrás de esas catorce sílabas no hay nada. Absolutamente nada. Únicamente lo que cada cual quiera imaginar, lo que es lo más contrario al lenguaje, que se caracteriza por asignar a cada palabra una acción, una cosa o un concepto igual para todos.

Algo parecido es lo que viene sucediendo en España desde hace unos años, y cada vez con más fuerza. Palabras y frases que suenan bien, pero que carecen de sustancia, de significado concreto. Malabarismo lingüístico.

Ya el inefable Rodríguez Zapatero se sacó de la chistera aquello de la “Alianza de Civilizaciones” y millones de espectadores aplaudieron la ocurrencia, incluso creyendo que eso serviría para algo.

Pero últimamente el síndrome de Mary Poppins ha alcanzado unos niveles sorprendentes. Con motivo de la pandemia se ha hablado de “Plan Marshall”, de “Pactos de la Moncloa”. Se ha propuesto un “Plan de Reconstrucción”, -como si se hubieran caído los edificios y hundido los puentes-, cuando lo razonable sería hablar de “Pacto de Recuperación”. Se ha extendido como una plaga el concepto de “distancia social”, que hace referencia a la distancia entre personas, por lo que lo adecuado sería hablar de “distancia personal”. La distancia social es otra cosa. La que existe entre un acaudalado banquero y el inmigrante que duerme en el cajero de su banco. La que hay entre Pablo Iglesias -por ejemplo- y la mujer que hace la limpieza en su chalet. Y ya el colmo de la pirotecnia verbal es la afirmación del actual Presidente de que “España tiene que entenderse con España”.

Palabras huecas, conceptos retorcidos. Camino del caos lingüístico llegaremos al camarote de los Hermanos Marx: Yo digo lo que me da la gana y usted entienda lo que más le guste.

Reconozco que no me produce el menor asombro que los políticos –camaleónicos farsantes por oficio- hagan todo lo posible para sembrar la confusión llenando el espacio de palabra altisonantes sin significado alguno. Pero me produce gran melancolía observar que la sociedad civil, los periodistas, los intelectuales, los científicos, y los ciudadanos en general den por buena la farsa. Mientras sigamos padeciendo el síndrome de Mary Poppins, nunca nos libraremos de presidentes, ministros, consejeros y alcaldes mentirosos, oportunistas y tramposos, cuyo único objetivo es alcanzar y mantenerse en el poder a cualquier precio.