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jueves, 31 de octubre de 2013

De puente a puente

Me entero de que la Generalidad de Cataluña tiene editado un libro en el que se incluyen como propios de esa región 16 puentes de piedra situados en Aragón. A estas alturas, no me sorprende ninguna fanfarronada nacionalista, ninguna tergiversación histórica, ninguna desvergüenza y ninguna deslealtad. Pero esta obsesión enfermiza por soñar que el mundo les pertenece se encuentra en el término medio entre lo patético y lo delirante.
Me recuerdan esas películas en las que un psicólogo mediocre le dice a su cliente que se mire al espejo y repita cien veces “soy guapo, soy inteligente, valgo mucho, no hay nadie mejor que yo”.
Así andan buen número de ciudadanos de Cataluña: mirándose cada mañana el ombligo en un espejo de aumento. Se empieza evadiéndose de la realidad, y se termina creyendo que la rueda la inventó un payés de Vic. También pueden empezar creyéndose que los puentes de piedra de Aragón son suyos, y terminar jurando que el puente de Brooklyn atraviesa el Llobregat.
Y mientras tanto, los sucesivos gobiernos de España siguen mareando la perdiz. No sé si aplicando aquello de que “a los locos y a los borrachos hay que darles la razón”

martes, 15 de octubre de 2013

Obras son amores

Tanto el presidente del gobierno como sus ministros llevan varias semanas anunciando que el final de la crisis económica ha llegado por fin. Aprovechan cualquier comparecencia en España o fuera de ella para repetir que los indicadores apuntan hacia la recuperación, y que estamos empezando a salir del famoso túnel –ese que Zapatero decía que no existía-.

Los cinco millones de personas que buscan un trabajo que echarse a las manos deben andar escarbando entre los escombros del Estado de Bienestar en busca de alguno de esos indicadores que les sirva para llenar el carrito en Mercadona. Y día tras día vuelven de vacío, y algunos se tienen que conformar con escarbar en los contenedores de basura.

Al presidente del gobierno le faltan muchas cosas. En la campaña electoral le faltó gallardía para anunciar las duras medidas que tendría que tomar. En la sesión de investidura le falto valor para pronunciar el discurso de “sangre, sudor y lágrimas”, que era lo que se nos avecinaba. Le ha faltado coraje para abordar una profunda reforma y racionalización de la estructura de la administración. Y ahora le falta entereza para aguantar el desgaste electoral, y ha caído en la misma tentación que su predecesor, intentando vender la piel del oso antes de haberlo cazado.
Señor Rajoy: obras son amores, y no buenas palabras.

martes, 8 de octubre de 2013

La decisión de Jordi

Jordi se despertó obsesionado por eso de lo que todo el mundo hablaba en su pueblo: el derecho a decidir. Confuso, viajó para ver al Gran Maestro de la Sabiduría.

- Maestro –preguntó- ¿tengo yo derecho a decidir?
- Naturalmente –respondió el anciano-. Tienes derecho a decidir sobre tu vida.
- Eso es lo que yo pensaba, pero leo que hay gente que dice que no –explicó con alivio-. En ese caso, pasaré el próximo fin de semana con Sandra Bullock.
- Eso no puedes decidirlo tú. Depende de la voluntad de ella.
- Bueno –Jordi meditó unos instantes-. Pues voy a decidir los precios de los productos de Mercadona.
- Tampoco eso está a tu alcance.
- Bien –insistió Jordi-. Pero podré decidir el sueldo que me tienen que pagar en mi trabajo. –El sabio negó con la cabeza, en silencio.
- Entonces decido cambiar la Ley de la Gravitación Universal, insistió el joven.
- Siento decirte que es otra cosa que no puedes decidir –le dijo el Maestro, sonriendo con tristeza.
- Vale. Por lo menos ¿podré decidir el nombre de la calle en la que vivo?
- Lo siento, Jordi, pero tampoco tienes capacidad para decidir eso.
- Pero Maestro, me habías dicho que tengo derecho a decidir, y al final no puedo decidir casi nada.
- Te dije que tienes absoluto derecho a decidir sobre tu vida. Pero en todo lo que afecte también a otros, sólo podrás decidir sobre aquello en lo que tengas capacidad de hacerlo. Lo primero que tienes que saber es sobre qué puedes y sobre qué no puedes.


Jordi volvió a su pueblo cabizbajo. Al llegar frente al ayuntamiento sacó de bolsillo el carné de Convergencia, y tomando una decisión lo rompió en mil pedazos.