Conocí una persona que, habiéndose estropeado la lavadora,
se fue a un establecimiento, le enseñaron todos los modelos, y compró una
nueva. Cuando la llevaron a su casa los operarios se encontraron con que no
podían instalarla porque el aparato no cabía en el espacio disponible. Cuando
me contó el hecho, le pregunté qué cómo se le había ocurrido comprar una
máquina tan grande, sabiendo que disponía de un lugar estrecho. La respuesta
fue la siguiente: “De todas las que había, ésta es la que me gustó. Pensé que
era algo ancha, pero es que en cuanto la vi, sentí que esa era la que quería”.
Cuento esta anécdota porque es un buen ejemplo de lo que
puede pasar cuando uno deja que los sentimientos guíen sus decisiones en
cuestiones que no tienen nada que ver con los sentimientos. La compra de una
lavadora es un acto racional: hay que considerar las dimensiones, la marca, la
capacidad, el consumo energético, el de agua, el ruido, la robustez, las
prestaciones y la asistencia técnica. Y sólo en último lugar cabe hacer alguna
concesión a la estética.
Algo similar ocurre con la política. La forma en que se
organiza una sociedad tiene que estar basada en criterios racionales. En datos
demográficos y económicos. En hechos cuantificables y comparables. En teorías
contrastadas, en deducciones lógicas y en previsiones esperables. Esos son los
criterios oportunos, los que deben aplicar los políticos, y sobre todo, los
ciudadanos.
Pero en España, desde la transición, predominan los
sentimientos políticos sobre la razón. La gente “se siente” de izquierda o de
derecha. Otros “sienten” que su bandera es la republicana. Aquellos “sienten”
que su región es una nación, y los de más allá “sienten” que su comarca es un
imperio.
Unos sienten que cualquier inmigrante tiene los mismos
derechos que un español. Otros sienten que los que no piensan como él tendrían
que irse de España; que la universidad en la que estudian les pertenece; que
las leyes pueden ser interpretadas por él y no por los jueces; o que por haber nacido
tiene derecho a ser siempre feliz.
Esa confusión es una de las razones por las que en España no
se ha implantado un sistema democrático homologable con el británico, el
norteamericano, el alemán, o el suizo. Alguien tendría que explicarle a los
ciudadanos que los sentimientos son secundarios en política. Que el hecho de
que uno se sienta un gran músico no basta para que le nombren director de la
orquesta de RTVE. Que los psiquiátricos están llenos de personas que “se
sienten” Napoleón Bonaparte, el caballo de Atila, o enviados de Dios.
Si no cambiamos ese modo de vivir la política, seguiremos
siempre comprando lavadoras que no nos sirven.
Tu escrito es admirable por su simplicidad, y lo digo como algo positivo. Es cierto que, al margen de esteticas o sentimientos, y aunque hubiera quien dijo "pan con gusanos, pero pan comunista", las cosas deben ser como tienen que ser, no como tu quisieras que fueran. Pero claro esa es una afirmación que, hecha por un político, tiene un cierto truco. Cada medida que tomes y cada acción que acometas limitará lo que puedas hacer en el futuro, pues este quedará limitado por tu pasado. Y lo que es mas grave: cada error que cometas, que los cometeras, te obligará a contratar a nuevos enchufados cuyo valor estará en función del silencio que tengan que guardar.
ResponderEliminarCuando pase el tiempo, comprobarás que el terreno por donde has de pisar esta repleto de minas que tú mismo has ido dejando a lo largo de tu carrera, y comprobarás con estupor que en el hueco que tienes previsto para la lavadora no cabe ya ni el cubo de la basura. Eso le está pasado al PSOE, al PP, a IU, y no tengo duda de que a todos los que vengan detrás. !Que Dios nos pille confesados!
Muy interesante tu reflexión.
ResponderEliminarAhora bien: me pregunto ¿Y si cada vez que cometa un error (que los cometo constantemente), fuera capaz de reconocerlo expresamente, en vez de tratar de ocultarlo con un trapo manchado?
Creo que esa es la única manera de no ir dejando un reguero de minas por el camino que tendré que volver a recorrer.
No sólo en lo político, sino en lo indivicual, es llamativa la dificultad que encuentra mucha gente para decir algo tan sencillo como "me he equivocado, lo siento".
Que yo recuerde, el único personaje relevante de la vida pública que lo ha hecho en los últimos 35 años ha sido el rey.
En el caso que mencionas, te pondría en el mismo sitio en el que tengo puesto al Rey. Sin embargo las grandes mentiras empiezan las más de las veces con mentiras pequeñas dichas por vanidad e incluso por respeto a terceros, y es en su paso por la vida, rodando ladera abajo, cuando, como si de una bola de nieve se tratase, toman las proporciones necesarias hasta el punto de limitar tus acciones. No es necesario, por tanto, ser un canalla para llegar a la situación que he descrito antes, y no lo digo en defensa de los políticos que te han precedido, que no tienen perdón de Dios, sino para explicarte que, como político, no vas a depender exclusivamente de las minas que dejes en tu camino, sino de las que dejen tus coreligionarios. Por eso, en otro contexto, esta misma mañana, te he hablado del moento en que descubras que eres el tonto util de alguien. ¿Has pensado en hacer un post sobre eso?
EliminarEn todo caso, te felicito por este momento irrepetible en que puedes hablar con entera libertad sin temor a que nadie mire debajo de tu alfombra.
Completamente de acuerdo en que las grandes mentiras se suelen construir sobre unos cimientos de pequeñas mentiras. Por eso yo estoy en contra de toda clase de mentiras: las grandes las pequeñas, las piadosas, y las verdades a medias.
ResponderEliminarTmbién soy consciente de que, si decides participar en un proyecto colectivo, no dependes sólo de tus errores o aciertos, sino de los de los que te acompañan. Igual que los tripulantes de un barco.
Pero también soy consciente de que es imposible atravesar el océano en una barca solitaria. Por lo tanto, quedan dos opciones: renunciar a cruzar los mares, o hacerlo, escogiendo el barco y los compañeros que te merezcan mayor seguridad.
Por otra parte, sólo estando dentro del barco puedes contribuir al mantenimiento del rumbo, a su flotabilidad, y a su seguridad. No tienes la garantía de nada, porque el barco no es tuyo. Pero tienes muchas más probabilidades de llegar al puerto deseado que si escoges un mal barco o que si intentas llegar nadando.
Muy interesante....Tessa
ResponderEliminar