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lunes, 26 de enero de 2015

Pagar o no pagar


Las elecciones generales en Grecia han dado el resultado esperado: Alexis Tsipras ha obtenido una contundente victoria, aunque no ha logrado la mayoría absoluta. Se veía venir. Europa entera tiembla: unos de alegría y otros de terror. Las incógnitas más relevantes permaneces sin despejar. ¿incumplirá el próximo gobierno griego los compromisos de pago con sus acreedores? ¿volverá Grecia al dracma? ¿será expulsada de la zona euro por los demás países? ¿se extenderá el ejemplo a otros países del sur de Europa como desea Pablo Iglesias? ¿qué pasaría si todos los países dejaran de pagar sus deudas? ¿y qué pasaría si todos los ciudadanos dejáramos de pagar las nuestras?

Porque, en definitiva, la elección entre Samaras y Tsipras no era un dilema entre austeridad y alegría en el gasto público. Pagar o no pagar, esa es la cuestión. Y en el fondo de esta alternativa subyace otro dilema más básico: propiedad privada, ¿sí o no?

Los partidarios de Tsipras y de sus equivalentes españoles presentan una situación en la que el sufrido pueblo (el pueblo siempre es sufrido) se ve obligado a padecer la penuria por culpa de la voracidad de los mercados (los mercados siempre son voraces). Visto así, si uno tiene que elegir entre ponerse de parte del pueblo o de parte de los mercados, no hay color: el pueblo es mi padre jubilado; el discapacitado hijo de mi vecina; mi tía Hortensia, que malvive con una ridícula pensión de viudedad; Y mi sobrino Guillermo, que tiene 32 años, dos carreras, y aún no ha encontrado su primer empleo. ¿Cómo no voy a ponerme de su parte?

Con mayor motivo cuando considero a quién se enfrentan. Los mercados no tienen cara ni ojos. Uno no puede llamar por teléfono a los mercados, ni enviarles un whatsapp. Es imposible quedar a tomar un café con los mercados. No podemos saber si les gusta el fútbol o el baloncesto, si salen a bailar los sábados, si tienen acidez de estómago, si llevan el pelo largo o si roncan por la noche. Nadie los ha visto nunca. ¿Cómo vamos a ponernos a favor de una cosa tan rara? Es más: en realidad ¿existen los mercados?

Veamos esta cuestión. Un mercado es el ámbito en el que se encuentran los que ofrecen algo con los que demandan ese algo. En este caso, “algo” es el dinero que unos no necesitan de momento y otros sí. Por lo tanto, cuando se habla de la voracidad de los mercados, en realidad nos estamos refiriendo a la de los que tienen el dinero, ya que los mercados no son otra cosa que el instrumento que utilizan los que tienen dinero y los que lo quieren para gastarlo. Así pues, los voraces, los ambiciosos, los malvados no son tanto los mercados, sino los que tienen un dinero que no necesitan y están dispuestos a prestarlo a los que lo necesitan, a cambio de un determinado beneficio. A estos llamamos “mercados”, haciendo una sinécdoque comúnmente aceptada.

Volviendo al caso de Grecia –o a su equivalente de España- podríamos decir que hay determinados países que han pedido dinero a otros países, y lo que se plantea ahora es si se devuelve o no ese dinero. La cuestión parece que nos pilla algo lejos: cosas de los gobiernos y de los políticos. Líos que montan ellos y que terminan afectando al sufrido pueblo. Ese pueblo virginal que vive en la pureza, ajeno a todo eso, sin haber influido para nada en la creación de esos problemas tan complejos.

Aunque quizá eso no sea del todo cierto. Quizá no son los gobiernos y los bancos centrales los únicos protagonistas de este largo culebrón. Los ciudadanos griegos –ý los españoles- han demandado infraestructuras, servicios y prestaciones a sus gobiernos. Con toda legitimidad han exigido mejores carreteras, líneas férreas de alta velocidad, más escuelas, hospitales, pensiones de jubilación, subsidios, subvenciones, y ayudas diversas. Y los sucesivos gobiernos –con la sana intención de recibir sus codiciados votos- han hecho todo lo posible para satisfacer esas demandas. Lo posible, y hasta lo imposible. Porque si a primera vista parece imposible gastar lo que no se tiene, resulta que, gracias a los mercados, los gobiernos han podido hacerlo durante años.

Pero para lograr así lo imposible ha sido necesario que hubiera alguien con dinero, y que estuviera dispuesto a prestarlo a los gobiernos. Aquí encontramos a los malos de la película: el FMI, el BCE, los fondos soberanos, los grandes fondos de inversión, la banca. Esos son los principales acreedores de Grecia –y de España-. O al menos, parece que lo son.

Sin embargo, ninguna de esas entidades es propietaria del dinero que maneja, más allá de la capacidad del BCE de emitir billetes. Estos organismos no hacen sino administrar un dinero que no les pertenece. ¿De quién es ese dinero? ¿De los avaros, de los ricos, de los explotadores, de los despiadados?

Algunos habrá de esa calaña, sin duda. Pero los dueños del dinero que manejan los estados, los bancos y los fondos son millones de ciudadanos con cara y ojos. El dinero disponible para prestar a los gobiernos derrochadores proviene –en buena parte- de los impuestos de todos. Y proviene también de los ahorros de un taxista de Teruel, de un jubilado de Barbastro, o de un agricultor de Ejea de los Caballeros. Es su dinero, el que han depositado en su banco, el que han invertido en acciones, o el que han colocado en un fondo de inversión. Puede ser el ahorro de toda una vida, o lo que se ha ido guardando para comprar un piso a la hija que se va a casar el año que viene.

Pagar o no pagar, esa es la cuestión. Mantener o abolir la propiedad privada, esa es la gran cuestión. Cada cual puede opinar sobre esas alternativas. Pero no conviene olvidar que tanto los deudores como los acreedores son ciudadanos corrientes.

jueves, 15 de enero de 2015

Tolerancia intolerante


La revista satírica francesa Charlie Hebdo ha vuelto a los quioscos, una semana después de los atentados  en los que unos iluminados intolerantes acabaron con la vida de parte de su equipo de redacción. Los tres millones de ejemplares puestos a la venta se han agotado enseguida, y para mañana preparan otra edición millonaria.

Es la respuesta de los ciudadanos europeos, algunos de los cuales –entre los que me encuentro- no aprecian ese tipo de humor despiadado, que rebasa continuamente los límites del respeto hacia los demás. Y que, a pesar de ello, estamos dispuestos a defender que los dibujantes de Charlie Hebdo puedan seguir decidiendo libremente a quién quieran ofender, sometidos, eso sí, a las responsabilidades que las leyes civiles establecen.

A menudo confundimos la tolerancia con la anomia, la ausencia de reglas, la indiferencia o la claudicación. Es tolerancia admitir sin reservas que cada cual pueda profesar la fe que prefiera, comer lo que más le guste, o vestirse como le venga en gana. Es tolerancia entender que otras personas pueden tener otras ideas, otras creencias, otros valores y otras costumbres.

Pero renunciar a las propias ideas, creencias, valores y costumbres no es tolerancia. Es estupidez. Quizá con demasiada frecuencia hemos sacrificado nuestras propias señas de identidad para hacer más fácil la integración entre nosotros de personas provenientes de otras culturas muy diferentes. Con todo, si ese sacrificio sirve realmente para la integración, puede ser un esfuerzo que merece la pena hacer.

Lo que no tiene sentido es renunciar a nuestra cultura por la imposición de los intolerantes que no tienen la menor intención de integrarse entre nosotros, sino que aspiran a imponernos sus propias ideas, creencias, principios y costumbres. Ante ellos debemos mostrarnos absolutamente intolerantes. Debe existir una línea roja que nadie pueda traspasar impunemente: en nuestra tierra se aplican nuestras leyes civiles para todos los que aquí se hallen. Después, cada uno puede seguir en su vida particular las leyes divinas que más le gusten. Y si para alguno son incompatibles sus leyes divinas con nuestras leyes civiles, nuestra reacción sólo puede ser una: esas personas están de más entre nosotros.

jueves, 8 de enero de 2015

Molestar a la UVA


El atentado de ayer contra la revista satírica Charlie Hebdo es otra patada en las gónadas de la libertad. Hay una parte no desdeñable de la humanidad que está empeñada en decapitar la libertad, y sin libertad no hay democracia. A los fanáticos de la UVA (Única Verdad Absoluta) no les gustan ni la democracia ni la libertad, y les trae sin cuidado lo que podamos pensar los demás al respecto. La UVA es su única regla, su brújula, su carril. Lo demás no existe, y si existe, hay que destruirlo.

Por desgracia para los que amamos la libertad, muchos de los nuestros son de la opinión de que no hay que molestar a los fanáticos de la UVA, para no incitarles a mostrar su locura de manera violenta,   causando el sufrimiento o la muerte de inocentes. Pero están equivocados. En los años 30, las potencias democráticas cerraron los ojos ante la anexión del territorio de los Sudetes para no molestar a Hítler, y hubo que sacrificar a millones de personas en una guerra para recuperar la libertad. En 1978 los partidos democráticos redactaron una constitución para no molestar a los nacionalistas, y ahora los nacionalistas están a punto de romper la unidad de España. Son acontecimientos que no tienen nada que ver entre sí, excepto que confirman que a veces lo acertado es molestar.

Cuando se produjeron los trágicos atentados del 11 de marzo en Madrid, una buena parte de la sociedad culpó al gobierno por haber alentado la invasión de Irak. Cuando se produjeron airadas protestas por la publicación de viñetas de Mahoma por un diario danés, los mismos volvieron a decir que la culpa era del diario por molestar a los islamistas.

Pero no es así. A los fanáticos enloquecidos, tanto si son religiosos, como nacionalistas, de extrema derecha o de extrema izquierda hay que molestarlos permanentemente. Hay que hacer que se sientan incómodos. Hay que presentar batalla contra ellos, y demostrarles que a nosotros sí nos importan la libertad y la democracia. Ellos interpretan nuestra comprensión como debilidad, nuestra prudencia como cobardía. Y la UVA les da alas para adueñarse de cada centímetro que nosotros retrocedemos. Tenemos que mostrarnos tan firmes y tan decididos como ellos. Con la única diferencia de que nosotros nos servimos de la ley y no de la barbarie. Pero tenemos que aplicar la ley sin titubeos. O promulgar las leyes que sea necesario, con la legitimidad que nos da esa libertad y esa democracia que ellos desprecian.



martes, 6 de enero de 2015

Carta de los Reyes Magos


Querido niño:

Hemos recibido la carta en la que nos pides los juguetes que más te gustan. Nuestro servicio de observación nos comunica que te has portado bastante bien este año, aunque señala también algunas travesuras y un par de mentirijillas. No obstante, estamos contentos contigo, y por ello vamos a intentar llevarte todo lo que nos has pedido. Si acaso faltara algo, será porque se han agotado las existencias, ya que son muchos millones los niños que, como tú, nos han pedido muchas cosas. Ahora tienes seis años, y confiamos en que durante 2015 obedezcas a tus padres, respetes a tus profesores, y no molestes a tus compañeros, para que vuelvas a merecer muchos regalos.

Pero lo más importante es que sepas que por muy bien que te portes, llegará un día en el que dejaremos de visitarte cada año. Te habrás convertido en un adulto, y los Reyes Magos sólo atendemos las peticiones de los niños.

Eso significa que serás el dueño de tu vida y de tu destino, y que tendrás que sopesar cuidadosamente las consecuencias de tus actos antes de tomar tus decisiones. De ti dependerá principalmente tu bienestar, tu prosperidad y tu felicidad.

Te decimos esto porque lamentaríamos mucho que cometieras el mismo error que han venido cometiendo otros niños, que al hacerse adultos han continuado contando en nosotros para cumplir sus anhelos. Cuando seas adulto no hagas caso de aquellos que te digan que te van a proteger. En realidad sólo pretenderán que les entregues tu libertad y que confíes ciegamente en ellos.

A lo largo de tu vida adulta te esperan muchas vicisitudes. A veces las cosas te irán muy bien, y a veces te verás agobiado por innumerables problemas. Esa es la regla de la vida, y tú tendrás que aprender a adaptarte a esos cambios. A disfrutar de los buenos momentos, a soportar los malos, y a actuar para cambiar lo que no te guste.

Recuerda siempre esto, querido niño. No esperes que te cuide ni te traiga regalos nadie. Ni una cosa que se llama Estado, ni un señor con barbas, ni otro con coleta. Ellos no son ni reyes ni magos, y seguramente intentarán engañarte. Pero sólo lo conseguirán si cuando seas adulto sigues pensando como un niño.