En un
instituto había dos chavales, dos gallitos, que se repartían el liderazgo. Cada
cuatro semanas, en un descampado próximo al centro, se enfrentaban en una
pelea, jaleados cada uno por sus partidarios, que disfrutaban con cada golpe
que daba su favorito. En una de esas peleas, tan concentrados estaban que ambos
se orinaron encima, con tal de no darse por vencidos.
Aquello
quedó como símbolo de su valor, y sus respectivos adeptos les palmearon las
espalda por ese gesto. Así animados, ambos siguieron con la costumbre, y todos
los días se meaban encima en clase. El aula apestaba, y poco a poco a los demás
compañeros fue dejando de hacerles gracia la costumbre. Cuando los dos
matoncillos vieron que estaban perdiendo popularidad se les ocurrió una idea: ¿Por
que´no firmamos un pacto para no mearnos encima?
Los
partidos políticos que desde la Transición se han erigido en intermediarios
exclusivos entre los ciudadanos y la Democracia huelen cada vez peor. La
financiación ilegal, los sobresueldos, las comisiones a cambio de favores, la
contratación a dedo, la colocación de amigos en cargos muy bien retribuidos son
costumbres tan consolidadas en España como el café de media mañana.
En unos
momentos en que la sociedad apenas puede respirar porque lleva el cinturón
demasiado apretado, y porque tene que taparse la nariz por el hedor que
desprende lo público, a las cabezas pensantes del PSOE y del PP se les ocurre
la gran idea de acordar un Pacto contra la Corrupción que –según ellos- sería
el bálsamo de Fierabrás que acabaría con tanto chanchullo.
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