En este batiburrillo de autonocracias en que se ha
convertido España, se ha declarado una nueva guerra, esta vez a cuento de las
llamadas “balanzas fiscales”. Este falaz concepto fue un invento de los
nacionalistas catalanes, y bastaría saber quién lo inventó para saber que no
podía traer nada bueno para la unidad de España.
La cosa consiste en sumar los impuestos que pagan todos los
ciudadanos y empresas de una región, y compararlo con todo lo que esa región
recibe como financiación por parte del Estado. En esa comparación se constatan
aparentes desequilibrios, que permiten abonar la flor envenenada del
victimismo, que tan bien cultivan todos los nacionalistas.
La falacia consiste en dar a entender que son los
territorios los que pagan impuestos, cuando los que lo hacen son los
ciudadanos. Ni Cataluña ni Aragón “pagan” impuestos al Estado. Es cada aragonés
y cada catalán los que pagan, siempre dependiendo de sus ingresos. Y a causa de
la función redistributiva de las políticas fiscales, el resultado es que los
catalanes ricos pagan más que los catalanes pobres, al igual que los aragoneses
ricos pagan más que los andaluces pobres.
Discutir sobre balanzas fiscales es un sinsentido porque el
planteamiento está viciado de origen. Es imprescindible que España disponga de
un sistema de financiación autonómica que refuerce la responsabilidad fiscal,
evitando el modelo actual en el que los ciudadanos perciben que el avaricioso
Estado central les quita los impuestos del bolsillo, mientras las bondadosas
administraciones autonómicas les construyen polideportivos y escuelas.
Un sistema que contemple el coste unitario de los servicios
que se prestan, lo que debe contemplar que es más caro prestar atención
sanitaria a una población dispersa que a otra concentrada en una gran ciudad. Un
sistema definitivo que proporcione seguridad jurídica, y que termine con esa
subasta en la que todos quieren arrancarle al Estado un trozo de tarta mayor
que la del vecino.
Más que una balanza, la fiscalidad se ha convertido en una
lanza. En un arma más con la que las diferentes regiones se amenazan unas a
otras, como ocurre con las lenguas, los ríos, o las grandes infraestructuras.
Es imprescindible que el Estado asuma su responsabilidad en la coordinación del
conjunto, si no queremos convertirnos en una nación de agraviados que recelan
permanentemente unos de otros. Algo que les viene como un guante a los
nacionalistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes usar este ventanuco para escribir tu comentario