Tras
la II Guerra Mundial, el Secretario de Estado norteamericano, George Marshall,
impulsó un plan para la reconstrucción de los países de Europa Occidental que habían
participado en la contienda. Este plan supuso la inyección de miles de millones
de dólares que permitieron la reconstrucción de infraestructuras y el
relanzamiento de la estructura productiva europea, asegurando de paso la
influencia de EE.UU. en el viejo continente. España, sumida en la autarquía
fascistoide del general Franco, quedó excluida de ese Plan.
Ante
la profunda recesión que se nos viene encima como consecuencia de la expansión
del Covid-19, el Presidente Pedro Sánchez aparece en televisión ofreciendo 200.000 millones de euros y asegurando que "nadie se va a quedar atrás". Después pide socorro a las instituciones de la UE reclamando “un
nuevo Plan Marshall” que permita a España afrontar la tormenta económico-social
que se avecina. Haciendo gala de un talante muy celtibérico, Sánchez se pone a
la cabeza del gran anhelo de la sociedad española actual: “que alguien
solucione mis problemas”.
Sin
embargo, existen algunas diferencias entre la situación de 1950 y la de 2020.
En primer lugar que el Plan Marshall original consistió en la aportación de una
economía pujante –la de EE.UU.- a unos países fuertemente golpeados por la
guerra. En el quimérico Plan Marshall que reclama Sánchez, en cambio, se
trataría de un plan de autoayuda, en el que países de Europa central y del
norte –que también van a sufrir los efectos del Coronavírus-, se ayuden a sí
mismos, y de paso a sus indolentes socios de la Europa del Sur.
Por
otra parte, parece bastante ingenuo esperar de la actual Administración
norteamericana el menor gesto de solidaridad hacia Europa, más aún teniendo en
cuenta que el país de las barras y estrellas tampoco va a salir bien parado de
esta pandemia.
Claro
que queda la alternativa de que sea China –la nueva gran potencia económica- la
que ahora salve a Europa. No lo haría gratis, naturalmente. Pero tampoco nos
costaría mucho que pasáramos de comer hamburguesas, beber Coca-Cola, y celebrar
Halloween, a hacernos adeptos a los rollitos de primavera, el licor de arroz y
a festejar el Gran Dragón.
Todo
siempre que el plan chino no se olvidara de Pedro Sánchez como los americanos
se olvidaron del alcalde de Villar del Rio.