“Supercalifragilísticoespialidoso” es la
palabra con la que la actriz Julie Andrews dice expresar la emoción que siente,
en la gran película “Mary Poppins”. La palabreja suena bien, es original, resulta simpática. Los niños la
repetían incansablemente y los adultos se esforzaban por pronunciarla sin que
se les trabara la lengua.
Sin
embargo, detrás de esas catorce sílabas no hay nada. Absolutamente nada. Únicamente
lo que cada cual quiera imaginar, lo que es lo más contrario al lenguaje, que se
caracteriza por asignar a cada palabra una acción, una cosa o un concepto igual
para todos.
Algo
parecido es lo que viene sucediendo en España desde hace unos años, y cada vez
con más fuerza. Palabras y frases que suenan bien, pero que carecen de
sustancia, de significado concreto. Malabarismo lingüístico.
Ya
el inefable Rodríguez Zapatero se sacó de la chistera aquello de la “Alianza
de Civilizaciones” y millones de espectadores aplaudieron la ocurrencia, incluso
creyendo que eso serviría para algo.
Pero
últimamente el síndrome de Mary Poppins ha alcanzado unos niveles
sorprendentes. Con motivo de la pandemia se ha hablado de “Plan Marshall”, de “Pactos
de la Moncloa”. Se ha propuesto un “Plan de Reconstrucción”, -como si se
hubieran caído los edificios y hundido los puentes-, cuando lo razonable sería
hablar de “Pacto de Recuperación”. Se ha extendido como una plaga el concepto
de “distancia social”, que hace referencia a la distancia entre personas, por
lo que lo adecuado sería hablar de “distancia personal”. La distancia social es
otra cosa. La que existe entre un acaudalado banquero y el inmigrante que
duerme en el cajero de su banco. La que hay entre Pablo Iglesias -por ejemplo- y la
mujer que hace la limpieza en su chalet. Y ya el colmo de la pirotecnia verbal
es la afirmación del actual Presidente de que “España tiene que entenderse con
España”.
Palabras
huecas, conceptos retorcidos. Camino del caos lingüístico llegaremos al
camarote de los Hermanos Marx: Yo digo lo que me da la gana y usted entienda lo
que más le guste.
Reconozco
que no me produce el menor asombro que los políticos –camaleónicos farsantes
por oficio- hagan todo lo posible para sembrar la confusión llenando el espacio
de palabra altisonantes sin significado alguno. Pero me produce gran melancolía
observar que la sociedad civil, los periodistas, los intelectuales, los
científicos, y los ciudadanos en general den por buena la farsa. Mientras
sigamos padeciendo el síndrome de Mary Poppins, nunca nos libraremos de presidentes,
ministros, consejeros y alcaldes mentirosos, oportunistas y tramposos, cuyo
único objetivo es alcanzar y mantenerse en el poder a cualquier precio.
Totalmente de acuerdo con lo que expones
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