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miércoles, 11 de abril de 2012

Escuelas democráticas

Algunos padres y maestros defienden la existencia de las llamadas “escuelas democráticas”, en las que los alumnos serían los responsables de su propio proceso educativo. Ellos decidirían qué aprender y qué no aprender; ellos decidirían cómo organizar las clases; no habría exámenes ni calificaciones; y los alumnos (?) podrían dedicar al juego todo el tiempo que desearan.

Se trata de una idea que ya surgió a finales del siglo XIX, y que –a primera vista- parece atractiva, y más aún a la vista del alto grado de fracaso escolar que produce el sistema generalmente aceptado. Además, contiene elementos de indudable interés, como el papel de la mediación en la resolución de conflictos; el fomento del debate y de la toma de decisiones por mayoría. Sin embargo, el hecho de que sea la antítesis del autoritarismo exacerbado no hace que la “escuela democrática” se convierta en la mejor vía para la educación y el aprendizaje. Ni un extremo, ni otro.

Si profundizamos más allá del mero voluntarismo bienintencionado, pronto veremos que se trata de una propuesta idílica, pero que contradice buen número de realidades biológicas, psicológicas, y sociales. Quizá bastaría decir que si la idea fuera tan buena como creen sus defensores, no se explica que –tras más de cien años- no haya conseguido extenderse en ningún país del mundo.

Surgen, además, muchas dudas: ¿a qué edad se inicia? ¿a los tres años, a los seis, a los doce? Si es a los tres, ¿deben decidir los niños democráticamente a qué hora se van a la cama o cuándo se duchan? Si es a los seis, ¿deciden ellos qué programas de televisión pueden ver o qué alimentos toman? Si es a los doce, ¿ellos deciden cuándo tienen que ir al médico? Por otra parte, ante la ausencia de evaluaciones y calificaciones ¿cómo se garantiza que al final de la escolarización estén capacitados para acceder a una universidad? ¿cómo pueden saber los padres si van evolucionando adecuadamente en la adquisición de conocimientos?

La idea puede ser atractiva, sí. Pero olvida que el aprendizaje requiere ciertas condiciones: curiosidad, esfuerzo y constancia. Y lo cierto es que no todos los niños poseen esas cualidades en el mismo grado ¿qué hacemos si una mayoría de niños de una clase tienen poca curiosidad, pocas ganas de esforzarse, y ninguna constancia? ¿tiene que resignarse la minoría que sí tenga esas cualidades a avanzar al ritmo de los más perezosos mayoritarios?

Y por último: el proceso educativo –como otras actividades humanas- no es igualitario. No puede serlo porque no es simétrico. El profesor, igual que los padres, ocupan una posición diferente, y superior en su ámbito, a la de los alumnos y los hijos. Exactamente igual que en un quirófano el cirujano no está en el mismo plano que el paciente. Igual que el capitán de un barco no lo está respecto a los pasajeros. El capitán de un barco sabe a dónde tiene que ir el barco, sabe qué rumbo hay que seguir, qué velocidad conviene, y cómo organizar a la tripulación. Los pasajeros no pueden decidir democráticamente cómo se gobierna un barco. Los alumnos tampoco puede decidir cómo se lleva una clase. Los experimentos, con gaseosa.

1 comentario:

  1. Pues...
    Esos niños no necesitan ninguna escuela "democratica" si ya saben que quieren aprender...que es lo mejor, estan ya preparados para tomar esas decisiones...que les ocmpren un ordenata con connexion internet y que decidan ellos solos lo que quieren aprender, como, cuando y donde...QUE DEMASIAOOOO

    Que ocurrencias...

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