............

............

lunes, 13 de mayo de 2013

Niño: eso no se dice

Cuando yo tenía pocos años, y aún no había aprendido a mentir, recuerdo que decía las cosas con la limpia espontaneidad de todos los niños. Con frecuencia, mi madre me reprendía con una frase tan incomprensible como inapelable para mí: “niño: eso no se dice”. Yo no entendía por qué no podía decir que la tía Matilde estaba gorda, que el señor Paco olía a vino, o que el Cristo del dormitorio de mis padres me daba miedo. Pero como en aquella época los niños solíamos ser obedientes, dejaba de decir esas cosas, aunque, naturalmente, seguía pensado exactamente lo mismo. Así fue como aprendí a autocensurarme.

Es curioso observar como décadas más tarde esa fórmula del “niño, eso no se dice” se haya extendido al mundo de los adultos. Ha cambiado el formato, eso sí, y ahora se llama “eso no es políticamente correcto”. Pero es el mismo mecanismo, sólo que en vez de actuar sobre niños en pleno proceso de socialización, ahora funciona para modelar el pensamiento de unos adultos que ya deberían haber desarrollado su capacidad de pensar y hablar por sí mismos.

Por lo demás, el efecto es idéntico. Bajo el imperativo de ser políticamente correctos mucha gente evita decir públicamente una buena parte de las cosas que piensan. Alguien –no se sabe muy bien quién- se ha erigido en madre educadora de toda la sociedad, y ha decidido qué idas son aceptables y qué opiniones son rechazables.

Lo más sorprendente es que tantos millones de adultos hayan aceptado sumisamente ese código de autocensura, que les obliga a callar lo que piensan; a decir lo que no sienten; y a sentirse culpables por tener las ideas que tienen. No sorprende, en cambio, que muchos políticos traten como a niños a unos adultos que se dejan dirigir tan fácilmente en sus manera de pensar y de expresarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes usar este ventanuco para escribir tu comentario