El fútbol es un deporte que arrastra masas. Millones de
aficionados (no a dar patadas a un balón, sino a ver cómo otros las dan) siguen
con apasionamiento la evolución de “sus” equipos. Al final, como en cualquier
pugna por la obtención de un premio, son pocos los que ganan y muchos los que
pierden. Lo que mantiene la fidelidad de los aficionados no es la victoria,
sino la emoción de soñar con la victoria.
En España hay dos excepciones a esa regla general. Dos ámbitos
en los que muchos compiten por ganar, y en los que al final todos presumen de
haber ganado. Uno de esos fenómenos es el de las elecciones políticas. Al día
siguiente es muy raro escuchar a un solo dirigente que admita haber perdido.
Todos se muestran igualmente satisfechos, y usando los datos como si fueran de
plastilina intentan que clamorosas derrotas aparezcan como resultados muy
dignos. Pero esto no lo ven los que sólo escuchan a “su” partido.
La otra excepción coincide con el día en que se publican los
resultados del Estudio General de Medios. Absolutamente todas las emisoras de
radio abren sus informativos felicitándose por lo bien que les ha ido en esa
encuesta. Sorprendentemente todas ellas dicen haber subido su audiencia en
varios cientos de miles de personas. Todas aseguran que se han distanciado de
la competencia. Pero esto no pueden verlo los que sólo escuchan “su”emisora.
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