Estimado Sr. Fontanero:
Me he enterado por las
declaraciones ante el juez del suegro de Francisco Granadas de que fue usted
quien dejó un maletín con un millón de euros en el armario del dormitorio del
señor suegro.
También he visto que la
reacción unánime en los medios de comunicación ha sido de incredulidd, pero yo
le escribo para decirle que soy –probablemente- el único español que ve
razonable lo dicho por el suegro de Granados.
Me parece comprensible que
usted, tras aparcar su furgoneta frente a la vivienda, abriera el portón
trasero y se confundiera, cogiendo el maletín con el dinero en lugar de la caja
de herramientas. Todo el mundo sabe que los fontaneros acostumbras llevar
consigo maletines con esas cantidades, que no son sino el producto de los
trabajos realizados en el día.
Cuesta más imaginar por qué
usted, una vez en la vivienda, se dirigió al dormitorio y no a la cocina o al
cuarto de baño, aunque es probable que estuviera cansado y necesitara unos
minutos de reposo. Pero yo más bien creo que usted se sintió atraído por el
bullicio que se oía en ese dormitorio, donde –cual camarote de los Hermanos
Marx- debían encontrarse ya dos montadores de Ikea, un carpintero, dos
albañiles, un vendedor de seguros y un repartidor de Tele-Pizza.
También comprendo que ante
semejante saturación, el único rincón disponible que encontrara para colocar su
maletín fuera el altillo del armario.
Reconozco que lo que parece
más extraño es que usted no echara en falta el maletín con el dinero al
regresar a su casa por la noche, ni al día siguiete, ni al mes siguiente. Pero
puedo entender que para un fontanero un millón de euros arriba o abajo no es
cosa de importancia.
Y por último, para los que
piensan que es imposible no echar en falta dicha suma, estoy convencido de que
si así hubiera sido, usted no habría tenido ninguna prisa por volver a esa
vivienda para recuperarlo. Tratándose del domicilio del suegro de un político,
usted podía tener la seguridad absoluta de que jamás ese político se apropiaría
de un céntimo que no fuera suyo.
Me solidarizo, pues, con
usted. Disculpo su despiste. Y también disculpo la ignoracia del pobre suegro.
Ya se sabe que los suegors, como las hermanas de los reyes, nunca se enteran de
los millones que circulan bajo sus narices.
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