El Spanish Star era un
velero de cuatro palos que hacía la travesía del Pacífico, desde San Francisco
a Yokohama llevando un cargamento de pieles. Lo comandaba un bisoño capitán con
más talante que talento, llamado Shoemaker.
A los seis días de
navegación se vislumbraron a proa unos amenazadores nubarrones. Algunos
marineros con experiencia previnieron al capitán de que podía tratarse de una de
las mortíferas tempestades que solían aparecer en aquella zona. Pero Shoemaker
dijo a todos que sólo era una pequeña tormenta, y que el Spanish Star era el
mejor buque del momento. Para acallar los recelos ordenó que se repartiera ron
a la tripulación sin límite alguno. Tras varias horas de barril libre todos
estaban dispuestos a jurar que lo que parecía una tempestad no era sino una
columna de humo.
Pero la tempestad era tan
real como devastadora. Pronto el navío se vio sacudido por vientos huracanados
y zarandeado por olas gigantescas. Durante la noche se rompió el palo mayor y
se abrió una vía de agua a estribor. El desastre parecía inminente.
La tripulación, presa del
pánico, se amotinó. Arrojaron a Shoemaker por la borda y nombraron capitán a
Racroy, un experimentado navegante. Este mandó arriar las velas y taponar la
vía de agua. Mandó evaluar los daños y constató que el agua entrada en la
bodega había arruinado un tercio de las pieles y había inutilizado la mitad de
los víveres y el agua. Estableció un severo racionamiento, y al amainar la
tempestad recuperó el rumbo.
Al cabo de otros seis días
la tripulación daba muestras de gran malestar. Ingerían escasos alimentos,
bebían poco agua, y ya no quedaba ron para animar el espíritu. Por otra parte,
se rumoreaba que algunos de los oficiales de Racroy habían robado las mejores
pieles para venderlas por su cuenta en Japón.
En esta situación, un
marinero recién enrolado, que antes había sido ilusionista en pequeños teatros
de pueblo, comenzó a alentar el descontento, incitando a un nuevo motín. Paur
Church –que así se llamaba- les aseguró que si le hacían capitán a él,
eliminaría el racionamiento de agua y comida, y además repartiría entre ellos
las pocas pieles que habían quedado. Algunos indicaron, escarmentados por lo
sucedido con el inexperto Shoemaker, que era era mejor dejar que Racroy
siguiera al mando, La discusión prosiguió durante toda la noche, hasta que el
cocinero propuso: “votemos, y juremos todos aceptar el resultado”. La idea fue aplaudida
por todos.
Pero entonces un tal Peter
Shantses –conocido porque su ambición era tan grande como escasas sus ideas- se
postuló también para ser elegido capitán, alegando que un antepasado suyo había
sido capitán de barco. Cuando ya estaban a punto de votar alzó la voz otro marinero,
Albert Bank, para ofrecerse también: “Yo mejor que nadie sabré llevar el
uniforme de capitán”, alegó.
Votaron todos, y resultó
ganador Paul Church por ligerísima ventaja sobre el capitán Racroy. Éste fue destituido
y encadenado en la sentina, junto a sus oficiales, y la tripulación se dispuso
a celebrarlo, pero no encontraron ni una gota de ron en todo el barco. Church
les animó: “No os preocupéis, cuando lleguemos a puerto podréis vender las
pieles y beber cuanto queráis”. Alguien objeto: “Pero, señor, las pieles no son
nuestras, nos llevarán a prisión”. A lo que Church zanjó: “Las pieles eran de
los animales, y estos son pobres. Así que ahora son para la gente y no para los
ricos”. Como no parecían muy convencidos, añadió: “Ahora el barco es vuestro,
nadie os puede dar órdenes. Que cada uno haga el trabajo que le apetezca, si le
apetece”.
Continuó la navegación. Al
haberse eliminado el racionamiento de víveres, al tercer día ya no quedó nada
que comer, ni agua que beber. Los marineros, muy debilitados, fueron
enfermando, y los pocos que aguantaban sanos estaban tan débiles que no
podían manejar el barco. Veinte días después de su partida de San Francisco
avistaron tierra. No eran las costas niponas, sino las de la península de
Kamchatka, cientos de millas al norte. Pero ellos no lo llegaron a saber nunca,
porque el Spanish Star, careciendo de un piloto competente, fue a encallar en
los arrecifes, donde perecieron todos. Desde entonces, entre los marinos, se
conoce como “Spanish Star” a cualquier aventura descabellada que arranca con
una hermosa ilusión y termina con un inevitable desastre.
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