El otro día José Antonio Marina debatía junto a otras tres personas sobre el esfuerzo. Todos coincidían en que el valor del esfuerzo debería ser transmitido a los niños en su familia, y también había coincidencia en que hemos creado una sociedad en la que predomina el logro fácil, en la que se espera que las cosas vengan caídas del cielo. Se confía en la suerte, en el enchufe, en el recoveco legal. Los chicos que estudian son tildados de empollones o de “pringaos” por sus compañeros. Se busca el atajo. Abundan más los “listos” que los inteligentes y que los trabajadores.
Todos coincidían, pero alguien le preguntó a Marina si era posible educar bien a los hijos cuando los padres tienen que trabajar los dos fuera de casa, y apenas tienen tiempo para dedicar a tan importante tarea. La respuesta del catedrático de instituto –como a él le gusta subrayar- fue contundente:
“Es que vivimos también en la sociedad de la excusa para todo. No lleva a ninguna parte escudarse en que los padres tienen poco tiempo para sus hijos. Tienen el que tienen. y es en ese tiempo en el que pueden educar o dejar de educar. Se ha confundido libertad con permisividad”.
Me gustó eso de “la sociedad de la excusa”. ¡Cuántas veces escuchamos excusas!
“Yo no he sido”; “la culpa es del gobierno”; “la culpa es de la oposición”; “los maestros no se molestan”; “faltan medios”; “son los banqueros”; “los políticos son corruptos”. ¡Oiga, a mí no me mire!
Como hacía el borracho del viejo dicho, cada vez que daba un tropezón en su tambaleante camino: “la culpa es del empedrado”.
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