Las elecciones generales en Grecia han dado el resultado
esperado: Alexis Tsipras ha obtenido una contundente victoria, aunque no ha
logrado la mayoría absoluta. Se veía venir. Europa entera tiembla: unos de
alegría y otros de terror. Las incógnitas más relevantes permaneces sin
despejar. ¿incumplirá el próximo gobierno griego los compromisos de pago con sus
acreedores? ¿volverá Grecia al dracma? ¿será expulsada de la zona euro por los
demás países? ¿se extenderá el ejemplo a otros países del sur de Europa como
desea Pablo Iglesias? ¿qué pasaría si todos los países dejaran de pagar sus
deudas? ¿y qué pasaría si todos los ciudadanos dejáramos de pagar las nuestras?
Porque, en definitiva, la elección entre Samaras y Tsipras no
era un dilema entre austeridad y alegría en el gasto público. Pagar o no pagar,
esa es la cuestión. Y en el fondo de esta alternativa subyace otro dilema más
básico: propiedad privada, ¿sí o no?
Los partidarios de Tsipras y de sus equivalentes españoles
presentan una situación en la que el sufrido pueblo (el pueblo siempre es
sufrido) se ve obligado a padecer la penuria por culpa de la voracidad de los
mercados (los mercados siempre son voraces). Visto así, si uno tiene que elegir
entre ponerse de parte del pueblo o de parte de los mercados, no hay color: el
pueblo es mi padre jubilado; el discapacitado hijo de mi vecina; mi tía
Hortensia, que malvive con una ridícula pensión de viudedad; Y mi sobrino
Guillermo, que tiene 32 años, dos carreras, y aún no ha encontrado su primer
empleo. ¿Cómo no voy a ponerme de su parte?
Con mayor motivo cuando considero a quién se enfrentan. Los
mercados no tienen cara ni ojos. Uno no puede llamar por teléfono a los
mercados, ni enviarles un whatsapp. Es imposible quedar a tomar un café con los
mercados. No podemos saber si les gusta el fútbol o el baloncesto, si salen a
bailar los sábados, si tienen acidez de estómago, si llevan el pelo largo o si
roncan por la noche. Nadie los ha visto nunca. ¿Cómo vamos a ponernos a favor de una cosa tan rara? Es más: en realidad ¿existen los mercados?
Veamos esta cuestión. Un mercado es el ámbito en el que se
encuentran los que ofrecen algo con los que demandan ese algo. En este caso, “algo”
es el dinero que unos no necesitan de momento y otros sí. Por lo tanto, cuando
se habla de la voracidad de los mercados, en realidad nos estamos refiriendo a
la de los que tienen el dinero, ya que los mercados no son otra cosa que el instrumento
que utilizan los que tienen dinero y los que lo quieren para gastarlo. Así
pues, los voraces, los ambiciosos, los malvados no son tanto los mercados, sino
los que tienen un dinero que no necesitan y están dispuestos a prestarlo a los
que lo necesitan, a cambio de un determinado beneficio. A estos llamamos “mercados”,
haciendo una sinécdoque comúnmente aceptada.
Volviendo al caso de Grecia –o a su equivalente de España- podríamos
decir que hay determinados países que han pedido dinero a otros países, y lo
que se plantea ahora es si se devuelve o no ese dinero. La cuestión parece que
nos pilla algo lejos: cosas de los gobiernos y de los políticos. Líos que
montan ellos y que terminan afectando al sufrido pueblo. Ese pueblo virginal
que vive en la pureza, ajeno a todo eso, sin haber influido para nada en la
creación de esos problemas tan complejos.
Aunque quizá eso no sea del todo cierto. Quizá no son los
gobiernos y los bancos centrales los únicos protagonistas de este largo
culebrón. Los ciudadanos griegos –ý los españoles- han demandado infraestructuras,
servicios y prestaciones a sus gobiernos. Con toda legitimidad han exigido
mejores carreteras, líneas férreas de alta velocidad, más escuelas, hospitales,
pensiones de jubilación, subsidios, subvenciones, y ayudas diversas. Y los
sucesivos gobiernos –con la sana intención de recibir sus codiciados votos- han
hecho todo lo posible para satisfacer esas demandas. Lo posible, y hasta lo
imposible. Porque si a primera vista parece imposible gastar lo que no se
tiene, resulta que, gracias a los mercados, los gobiernos han podido hacerlo
durante años.
Pero para lograr así lo imposible ha sido necesario que
hubiera alguien con dinero, y que estuviera dispuesto a prestarlo a los
gobiernos. Aquí encontramos a los malos de la película: el FMI, el BCE, los
fondos soberanos, los grandes fondos de inversión, la banca. Esos son los
principales acreedores de Grecia –y de España-. O al menos, parece que lo son.
Sin embargo, ninguna de esas entidades es propietaria del
dinero que maneja, más allá de la capacidad del BCE de emitir billetes. Estos
organismos no hacen sino administrar un dinero que no les pertenece. ¿De quién
es ese dinero? ¿De los avaros, de los ricos, de los explotadores, de los despiadados?
Algunos habrá de esa calaña, sin duda. Pero los dueños del
dinero que manejan los estados, los bancos y los fondos son millones de
ciudadanos con cara y ojos. El dinero disponible para prestar a los gobiernos
derrochadores proviene –en buena parte- de los impuestos de todos. Y proviene
también de los ahorros de un taxista de Teruel, de un jubilado de Barbastro, o
de un agricultor de Ejea de los Caballeros. Es su dinero, el que han depositado
en su banco, el que han invertido en acciones, o el que han colocado en un
fondo de inversión. Puede ser el ahorro de toda una vida, o lo que se ha ido
guardando para comprar un piso a la hija que se va a casar el año que viene.
Pagar o no pagar, esa es la cuestión. Mantener o abolir la
propiedad privada, esa es la gran cuestión. Cada cual puede opinar sobre esas
alternativas. Pero no conviene olvidar que tanto los deudores como los
acreedores son ciudadanos corrientes.
Como bien dices, Manuel, la cuestión en juego no solo está en pagar o no pagar sino entre continuar con las libertades individuales o renunciar a ellas. Tenemos derecho de propiedad, de realizar contratos privados, de compra, comercio...
ResponderEliminarTodo eso será borrado de un plumazo: es decir, lo que está en peligro es la misma libertad gracias a unos charlatanes oportunistas capaces de destruir pero nunca de crea riqueza. Curioso que estos peligros y otros aparezcan siempre cuando España está levantando cabeza en Europa...