La revista satírica francesa
Charlie Hebdo ha vuelto a los quioscos, una semana después de los atentados en los que unos iluminados intolerantes
acabaron con la vida de parte de su equipo de redacción. Los tres millones de
ejemplares puestos a la venta se han agotado enseguida, y para mañana preparan
otra edición millonaria.
Es la respuesta de los ciudadanos
europeos, algunos de los cuales –entre los que me encuentro- no aprecian ese
tipo de humor despiadado, que rebasa continuamente los límites del respeto
hacia los demás. Y que, a pesar de ello, estamos dispuestos a defender que los
dibujantes de Charlie Hebdo puedan seguir decidiendo libremente a quién quieran ofender, sometidos, eso sí, a las responsabilidades que las leyes civiles
establecen.
A menudo confundimos la
tolerancia con la anomia, la ausencia de reglas, la indiferencia o la
claudicación. Es tolerancia admitir sin reservas que cada cual pueda profesar
la fe que prefiera, comer lo que más le guste, o vestirse como le venga en
gana. Es tolerancia entender que otras personas pueden tener otras ideas, otras
creencias, otros valores y otras costumbres.
Pero renunciar a las propias
ideas, creencias, valores y costumbres no es tolerancia. Es estupidez. Quizá
con demasiada frecuencia hemos sacrificado nuestras propias señas de identidad
para hacer más fácil la integración entre nosotros de personas provenientes de
otras culturas muy diferentes. Con todo, si ese sacrificio sirve realmente para
la integración, puede ser un esfuerzo que merece la pena hacer.
Lo que no tiene sentido es
renunciar a nuestra cultura por la imposición de los intolerantes que no tienen
la menor intención de integrarse entre nosotros, sino que aspiran a imponernos
sus propias ideas, creencias, principios y costumbres. Ante ellos debemos
mostrarnos absolutamente intolerantes. Debe existir una línea roja que nadie
pueda traspasar impunemente: en nuestra tierra se aplican nuestras leyes
civiles para todos los que aquí se hallen. Después, cada uno puede seguir en su
vida particular las leyes divinas que más le gusten. Y si para alguno son
incompatibles sus leyes divinas con nuestras leyes civiles, nuestra reacción
sólo puede ser una: esas personas están de más entre nosotros.
Estoy totalmente de acuerdo. Yo cuando viajo a paises con otras normas, me visto y me adapto de manera a no "ofenderlos" .
ResponderEliminar"Debe existir una línea roja que nadie pueda traspasar impunemente: en nuestra tierra se aplican nuestras leyes civiles para todos los que aquí se hallen. Después, cada uno puede seguir en su vida particular las leyes divinas que más le gusten. Y ai para alguno son incompatibles sus leyes divinas con nuestras leyes civiles, nuestra reacción sólo puede ser una: esa persona están de más entre nosotros."
Manuel, una vez más tan acertado en tus artículos. No se puede explicar mejor. Saludos
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