Estos días se está porduciendo la incorporación de los
escolares a sus aulas (en cada Comunidad Autónoma a su bola, que en algo se
tienen que difernciar unas de otras). Igualmente, cientos de miles de menores
de tres años comienzan también a pasar buena parte del día en guarderías
infantiles.
En el progresivo proceso hacia el reblandecimiento
absoluto de las nuevas generaciones, las medidas que se implantan para evitar
que los niños padezcan la menor contrariedad se van perfeccionando. Ya hace
años se eliminaron las calificaciones de 1 a 10 de los pequeños, por si alguno
se traumatizaba. En algunas CC.AA. los profesores no pueden calificar con un
cero a los alumnos de secundaria, o si lo hacen tienen que redactar un prolijo
informe.
Fuera de las escuelas la cosa no es diferente. Ha habido
que poner suelos de causcho en las zonas de juegos d elos parques, no fuera que
algún quirubín se hiciera una raspadura en una rodilla y se pusiera a llorar
durante cinco minutos. En los coches de las familias, los niños sólo pueden
viajar incrustados en unos artilugios con más medidas de seguridad que los
pilotos de combate.
El paso más reciete de esta escalada sin fin es el
relacionado con la entrada de los más pequeños en las guarderías. Ya no sólo es
que los primeros días sólo vayan un par de horas. En muchas, los
directores-gallina o las autoridades-gallina obligan a llevar una foto del
padre y otra de la madre, para colgarlas en la pared, de forma que el niño
pueda verlas, y esto incluso en el caso de lactantes de pocos meses. En otras
han implantado la norma de que durante la primera semana tiene que permanecer
en el aula el padre o la madre durante todo el tiempo para que el niño los vea
todo el rato.
Probablemente, en cursos venideros, se hará que los
padres, los abuelos, y la tía Margarita estén en clase con los niños menores de
14 años durante tres meses. O que cada familia lleve a la guardería el sofá del
salón de casa, para que el niño no se sienta en un lugar extraño.
No creo que el modelo de Esparta sea el más adecuado para
moldear el espíritu de los niños para que llegen a convertirse en adultos
física y mentalmente sanos. Pero me parece un despropósito el grado de
proteccionismo que envuelve a los pequños en las sociedades occidentales.
Todas las medidas de las familias, de los profesores, y
de la sociedad apuntan a la construcción de una sociedad formada por adultos
infantiles. Una sociedad formada por personas que habrán crecido en una burbuja
artifiial, en un confortable útero social, cada vez más incapacitadas para
sobreponerse a cualquier frustración. En un mundo globalizado y altamente
competitivo, esas generaciones tendrán pocas probabilidades de enfrentarse a la
presión de gentes otras culturas más consistentes, más arriesgadas, y más
esforzadas.
Estamos criando a nuestros hijos como delicados capullos de flor.
Y el resultado será que tendremos unos adultos extremadamente delicados. Y
peligrosamente capullos.
Amigo mío. Tu análisis no puede resultar más fino y acertado. Se te ha olvidado decir que si a un profeso se le ocurre castigar a uno de esos merengues los padres tienen patente de corso para pegarle un par de hostias al horrible profesor que tuvo la culpa por no sabe "motivar" al alumno. Cuando la corrección política llega también a las aulas la destrucción de toda una sociedad está asegurada. Así cayó Roma
ResponderEliminarAcertadisima disección de nuestra realidad.
ResponderEliminarEl penúltimo párrafo es demoledor, por muy claro y acertado en el diagnóstico.
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