Los
de Vox han pisado un avispero. Toda la progresía del país ha saltado como un
gato enfurecido. Los de Vox han osado poner sobre la mesa la cuestión de la
violencia “de género”, que es tanto como decir la cuestión del feminismo
moderno.
Un
sacrilegio tan grave como cuestionar a la Santísima Trinidad en El Vaticano o
la lucha de clases en la Plaza Roja en 1940. Para la progresía nacional todo lo
relativo al feminismo es un dogma. Cuestión de fe. Algo que se admite sin
reflexión alguna.
Sin
embargo es algo sobre lo que cualquiera que no tenga la mente aherrojada por
una ideología puede –incluso debe- reflexionar. Porque a la sombra del
sufrimiento de muchas mujeres se agazapan muchas falsedades y el interés
particular de mucha gente que saca tajada de ese drama.
Es
obvio que hay tomar medidas para prevenir los asesinatos de mujeres, que hay
que proteger a las que están amenazadas, y que hay que ayudar a las que sufren
la tiranía de un macho dominante violento. Pero junto a esas obviedades se
camuflan demasiadas falsedades.
Es
falso que los terribles asesinatos de mujeres a manos de sus exnovios o
exmaridos sean el mayor problema de España. Las cifras comparativas nos indican
que la tasa de muertes por millón es inferior en España a la media europea.
Esto no significa que el problema sea irrelevante, sólo lo sitúa en su justa
dimensión. También se producen más de 3.500 suicidios cada año, y a nadie
parece preocuparle, no porque no tenga importancia, sino porque es una
desgracia similar a la de otros países europeos.
Es
falso que esas mujeres hayan sido asesinadas “por el hecho de ser mujeres”.
Ninguno de los asesinos agredía a la vecina ni insultaba a la panadera ni
odiaba a su enfermera. Si llegaron al crimen no fue porque eran mujeres, sino
porque eran lo que ellos consideraban “su” mujer.
Es
falso que en las parejas sólo los hombres ejerzan la violencia. Si es cierto
que hay más casos de hombres agresores físicamente, no cabe decir lo mismo
respecto a la violencia psicológica, que pueden practicar con igual maestría
hombres y mujeres.
Es
falso que los cientos de millones que gastan las administraciones bajo los
epígrafes “mujer” o “igualdad” hayan servido para evitar los asesinatos. La
cifra anual se mantiene en torno a las 50 víctimas y apenas ha descendido un
10% durante los últimos 20 años.
Es
falso que el asesinato de una mujer a manos de un hombre sea infinitamente más
grave que lo contrario. Se producen más casos de muerte por accidente laboral
en hombres, y no por eso son menos graves los que tienen como víctima a mujeres.
Todo el peso de la ley debe caer sobre los asesinos, sea cual sea su sexo y sea
cual sea el sexo de sus víctimas.
Es
falso que convertir a todo hombre heterosexual en un presunto maltratador sea
un buen método para fomentar la igualdad de trato. Es falso que las mujeres
siempre dicen la verdad y los hombres siempre mienten.
Es
falso que se pueda hacer desaparecer el machismo sustituyéndolo por un feminismo
basado en el victimismo, el odio y el resentimiento retrospectivo. Siendo cierto que nuestras abuelas tuvieron un papel subordinado a los hombres, eso no da derecho a las mujeres actuales a disfrutar de ningún privilegio.
Claro
que se pueden cuestionar las políticas de igualdad. Por ejemplo, se podría
dejar de regar con dinero público a los miles de asociaciones de mujeres y
dedicar ese dinero a campañas de concienciación, y sobre todo a educar a los
adolescentes varones en el respeto a las mujeres. Y educar a las adolescentes
para no dejarse engatusar por el más chulito de la clase, y a no creer que
cuanto más celoso es él, más fuerte es su amor.