Todos hemos oído alguna vez esa frase, como metáfora de la maldad más impensable. Al parecer habrá que cambiarla, porque ese tipo de maldad se está convirtiendo en algo bastante frecuente.
En la Memoria anual del Fiscal General del Estado, se refleja la alarma de las diferentes fiscalías provinciales ante el “sorprendente” incremento de las denuncias de padres a sus hijos, por agresiones. En algunos casos el número de denuncias se ha duplicado respecto a las del año anterior. Por otra parte, las denuncias presentadas no son sino una parte del total de las que se producen. La inmensa mayoría de los padres se resiste a denunciar a sus propios hijos, y sólo cuando la situación se vuelve totalmente insostenible se deciden a dar ese paso.
De cada tres casos, tres están protagonizados por chicas; y la mayor parte de las víctimas son las madres. Naturalmente, las agresiones físicas no son sino un escalón más de una larga serie de faltas de respeto, gritos, insultos, objetos rotos, y amenazas.
¿Qué se está haciendo rematadamente mal en esta sociedad? ¿Alguien tiene alguna responsabilidad sobre este estado de cosas? ¿No habremos dado un salto mortal al sacar a los niños de su papel de antaño, en que eran el último mono de la casa, a la actual en la que son tratados como príncipes? ¿Por qué una generación de padres ha renunciado a decirle “no” alguna vez a sus hijos?
Como dice Javier Urra: “cuando un niño llega tan alto es porque alguien le ha dejado subirse ahí”. Y yo añadiría: "cuando un chaval cae tan bajo es porque alguien le ha dejado hundirse durante muchos años"
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