Dejándome llevar por el espíritu
navideño, ese que hace que todos nos sintamos en la obligación de ser felices,
generosos, amables y bondadosos; me animé a escribir un cuento de Navidad, sin
ánimo de menospreciar al gran Dickens.
Había un país en el no eran
peores los que iban a misa que los que se postraban hacia La Meca. En el que
los hombres no veían a las mujeres como siervas, ni ellas les veían a ellos
como tiranos. Donde los “de derechas” no pensaban que los “de izquierdas”
fueran unos parásitos, y donde estos no creían que los primeros fueran unos
déspotas.
Un país en el que los empresarios
no veían a sus empleados como hienas, ni los trabajadores a los empresarios
como sanguijuelas. Una nación en la que los habitantes de cada pueblo eran
vecinos y no enemigos. En el que los diferentes eran una incógnita, pero no una
amenaza. Un lugar en el que los políticos no pensaban en los ciudadanos como
conejillos con los que experimentar, y los ciudadanos no pensaban que la única
obsesión de los políticos era fastidiar a la gente.
Escribí el cuento. Pero al releerlo me di cuenta de que el argumento era tan descabelladamente increíble que rebasaba los límites de la fantasía. Como mucho, podría valer para el 24 de diciembre, pero quedaría completamente desfasado el 26. No servía para ser un cuento. Sólo podía ser un sueño.
Esto no es un cuento, ni un sueño. Esto es una realidad....y espero que dure.
ResponderEliminarTodo cuento de Navidad tiene su moraleja. Me encantan,,,
ResponderEliminar