En el edificio donde vivo hay un
vecino, jubilado él, que pasa el día merodeando por escaleras, sótanos y
rellanos. No es el presidente de la comunidad, pero vigila constantemente que
todo marche debidamente. Cambia bombillas fundidas, detecta una filtración,
encuentra unas llaves perdidas, y recoge unos papeles tirados en el suelo. Le
llamamos cariñosamente el “Salvatodo”.
Hay otro vecino que es la
antítesis del anterior. Jamás ha cambiado una bombilla ni recogido un papel,
pero es un tipo muy responsable y no se pierde ninguna reunión de la comunidad.
Yo creo que espera cada año la convocatoria, que estudia el orden del día, y
que prepara meticulosamente su intervención ante el resto de propietarios.
Su aportación a la asamblea es
fundamental. Gracias a él nos enteramos de todo lo que no se ha hecho bien, nos
cuenta cómo habría que haberlo hecho, y nos ilustra sobre lo que habría que
hacer, y de cuándo y cómo hacerlo. Pide que le enseñen todas las facturas,
pregunta por cada detalle, y se escandaliza porque no se le consultó cuando
hubo que llamar a los bomberos para sacar a una vecina atrapada en su balcón.
Le llamamos el “buscapegas”, aunque el Salvatodo suele referirse a él como “el
tocawebs”.
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