En un interesante artículo, Carlos Martínez Gorriarán señala
una de las perversiones fundamentales del comportamiento de los partidos
políticos en España.
Teóricamente, un partido político es una organización
orientada a gestionar lo público y a introducir los cambios legislativos que
considera necesarios para obtener un determinado fin, en beneficio del conjunto
de la sociedad.
Se entiende, pues, que las personas que forman cada partido realizan
un diagnóstico de la situación, y elaboran unas propuestas encaminadas a lograr
unos fines de interés general. Tanto el diagnóstico como los fines dependerán
de la ideología de los miembros del partido en cuestión.
Sin embargo, ya desde el inicio de la transición política en
España, este esquema se ha ido prostituyendo, de manera que el objetivo
fundamental de los partidos tradicionales ha pasado a ser la ocupación del
poder. El poder entendido como fuente de influencia, de privilegios, y de
agencia de colocación para militantes, familiares y amigos.
Una vez establecido este objetivo espurio, la conquista del
voto a cualquier precio es la consigna universal. En la lucha por el poder vale
todo: el engaño, la traición, el soborno, y el abuso de la autoridad. Como si
de cualquier empresa comercial se tratara, hay que ofrecer al cliente/votante
el producto que mejor se adapte a sus necesidades o a sus caprichos.
Y es aquí donde entran en juego las encuestas. Estas herramientas
demoscópicas son las que les dicen a los partidos qué es lo que quiere la
gente, qué es lo que no les gusta, qué es lo que está de moda. Son así los
gabinetes de comunicación y márketing de los partidos los que dictan qué es lo
que tiene que proponer el partido y qué es lo que tienen que decir sus líderes.
Ya no se necesita un análisis profundo para hacer un buen
diagnóstico de la situación del país. Ya no es necesaria la opinión de los
expertos. Ya es superflua la reflexión y el debate interno que deberían dar
lugar a la adopción de propuestas sensatas y realistas. Ya no hace falta
diseñar políticas económicas, educativas, de infraestructuras o industriales a
medio y largo plazo. Todo dependerá de lo que diga la encuesta de la semana.
La encuestocracia sustituye los principios y valores sólidos
por la volubilidad del estado de ánimo de los encuestados. Elimina también la
perspectiva de un futuro mejor para la nación. Para lancuestocracia, el futuro
termina el día de las elecciones más próximas.
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