Es conocida mi posición respecto a los nacionalismos. Creo que son corrientes político-sociales anacrónicas; vestigios del siglo XiX; con un fuerte componente cuasi-religioso; que crecen al amparo de un victimismo desvergonzado; que se practican necesariamente contra alguien, movilizando los resortes más emocionales y menos racionales de los ciudadanos.
Ayer me encontré con que estaban entrevistando en RNE a Durán i Lleida, portavoz de CiU en el Congreso. Como siempre que se trata de una entrevista a un político me dispuse a escuchar con atención, para detectar argumentos viciados, falsedades, salidas por la tangente, descalificaciones del adversario, cortinas de humo, obviedades y palabras huecas.
Y como siempre que se trata de Durán i Lleida me fui con las manos vacías. Este avezado político constituye, probablemente, el único ejemplar en activo de lo que debería ser un representante público. El tono siempre sosegado; las afirmaciones siempre fundamentadas; las referencias a los adversarios siempre desde el absoluto respeto; los razonamientos siempre expresados con precisión lingüística; la coherencia siempre presente. Ni una sola tontería.
Uno puede coincidir o no con su ideario político. Pero inlcuso yo –que soy contrario a todos los nacionalismos- no tengo nada que objetar a unos planteamientos serios, rigurosos, y serenos. Toda una lección de democracia. Este hombre que nunca ha sido ministro debería crear una escuela superior para altos cargos. Escuela por la que deberían pasar obligatoriamente todos los miembros de todos los partidos políticos.
Resumió muy bien el estado de la clase política: “Es España hay muchos hombres de partido, pero muy pocos estadistas”.
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