Al llegar a la Pl. Paraíso me encontré con la cabecera de la manifestación conjunta de UGT y CC.OO. Docenas de banderolas rojas con las iniciales de las dos centrales. Cincuenta metros atrás otros grupos llevando ante sí las grandes pancartas reivindicativas: “Por el empleo decente y la protección social para todos y todas”, decía una de ellas. Me alegré que no se hubieran olvidado de incluir a “todas”, que igual al gobierno se le ocurre algo para que haya empleo para todos, y se olvida de las pobres todas.
Claro que me parece que las pancartas y las reclamaciones no iban contra el gobierno. No sé contra quién.
En todo caso, la gente caminaba muy despacio, sin prisa. Tampoco se notaba demasiada efervescencia. El entusiasmo y la fuerza de la rebeldía sindical estaban completamente ausentes. Más bien parecía un rito que hay que cumplir cada año.
Una camioneta llena de banderas de UGT portaba a tres o cuatro sindicalistas, que desde lo alto de ella trataban de animar un poco al personal. Una de las ocupantes de la camioneta lanzaba de vez en cuando proclamas a través de un potente megáfono. Una de las que más repetía decía:
“Si esto no se apaña,
¡caña, caña, caña!
Y si esto no se arregla,
¡haremos una guerra!”
Me quedé pensativo… Por una parte, por la ligereza con la que invocaban la guerra como medio de arreglar dificultades laborales. Por otra, porque me pregunto a quién tendrían pensado declarar esa hipotética guerra.
Y por último, porque recuerdo esas mismas banderolas de UGT y de CC.OO., y esos mismos manifestantes, que, junto a otros miles que ahora no salieron, recorrían las calles gritando hasta enmudecer aquello de “¡No a la guerra!”.
Ahora veo que al preparar las pancartas de hace siete años se les olvidó incluir una parte esencial. Deberían haber dicho: “No a la guerra… según para qué”.
Ahora ya lo entiendo.
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