Ayer tuvo lugar el rito de entrega del proyecto de Presupuestos en el Congreso. Hace años iba un empleado con una carretilla cargada de papel; después fue un CD; ahora un “pen”. El soporte es lo de menos.
Son unos presupuestos tristes, forzados por la grave situación del país. A pesar de que la crisis pasó ya en marzo pasado, los presupuestos prevén un crecimiento del desempleo, y el crecimiento que contempla es muy escaso –otra cosa es que se produzca realmente-. Se reducen un 30% los gastos en infraestructuras. Y se reducen muchos gastos –en desempleo también-. Vale.
Pero ¿por qué no se reduce ni un sólo euro en las asignaciones a los partidos políticos, los sindicatos y la patronal? Ni un sólo euro. Los partidos políticos reciben dinero del Estado por varias vías: una cantidad por voto recibido cada vez que hay elecciones. Otra –muy sustancial- por cada escaño conseguido en cualquier institución.
Cuando vamos camino de los cinco millones de parados, cuando los funcionarios ver rebajado su sueldo, cuando los jubilados ven congeladas sus pensiones, cuando cientos de empresas cierran ¿es imprescindible que unos partidos políticos desacreditados, y que parece que sólo saben crear problemas, nos cuesten un ojo de la cara?
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