La desconfianza

Las personas podemos –al menos en teoría- manejar muchas de nuestras emociones y sentimientos.
Pero algunos –como el amor y el odio- son independientes de nuestra voluntad. Son cosas que experimentamos “porque sí”.
Lo mismo ocurre con la desconfianza.
No hablo de personas desconfiadas por naturaleza, sino de lo que ocurre cuando ha habido confianza plena en una persona concreta. Esa confianza se va consolidando con el trato, las experiencias compartidas, la camaradería, y la demostración de la fiabilidad. Su existencia responde a causas objetivas, y todos tenemos a nuestro alrededor personas en las que sabemos que podemos confiar y otras en las que no podemos.
El problema se plantea cuando esa confianza se quiebra porque descubrimos que la otra persona nos ha mentido o nos ha traicionado. Algo que sucede a menudo en las relaciones de pareja. Uno de los dos comete un error o tiene un momento de debilidad, y traiciona al otro. Sin embargo le sigue queriendo, y no desea que esa relación quede dañada.
Pero si el traicionado descubre el engaño, la confianza suele desaparecer, y es substituida por el recelo. El que ha mentido puede jurar que nunca más volverá a ocurrir; y el engañado puede desear con toda su alma creerle… Pero no puede.
Lo intenta de verdad, pero constantemente aparece la sombra de la duda. La relación puede convertirse en una experiencia muy dolorosa para ambos. Uno porque pese a todos sus intentos de volver a ganar la confianza del otro, ve que no desaparece el recelo. El otro porque muy a su pesar no consigue borrar de su mente la sospecha permanente.
Una vez perdida ¿se puede recuperar la confianza en la pareja? ¿o quedará un poso del pasado, que dejará para siempre una herida imborrable?