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viernes, 31 de agosto de 2012

Educación y enseñanza


A pocos días del comienzo del curso escolar, con los profesores soliviantados –unos porque ven en peligro sus puestos de trabajo, y otros porque ven van a tener que trabajar más-, los padres se preparan para entregar a sus hijos al Estado durante ocho o diez horas diarias.
Se compran ropas, mochilas, libros y material. Como cada año, se llevan las manos a la cabeza de lo carísimo que es todo –como si fuera un gasto inesperado, y no fuese tan previsible como el pago anual del seguro del coche-.
Muchos se suman a las protestas que organizan los sindicatos de profesores “contra los recortes en educación”, o “en defensa de la educación pública”; mientras otros padres se movilizan “en defensa de la educación concertada”. Unos y otros tan obcecados en su batalla, que no se dan cuenta de que la guerra es otra, y a nadie se le ocurre manifestarse “en defensa de la educación”, a secas.
En este clima efervescente, padres, profesores, sindicatos, y partidos políticos se llenan la boca con la palabra “educación”, sin pararse un momento a reflexionar sobre su significado. Se identifica “educación” con “enseñanza”, sin darse cuenta que la segunda es sólo una parte de la primera.
Educar es dirigir, encaminar, desarrollar las facultades intelectuales y morales. Educar es proporcionar habilidades para vivir en sociedad. Enseñar es instruir, transmitir conocimientos sobre uno mismo y sobre su entorno físico y social. Enseñar es hacer que un niño aprenda a sumar, o que conozca la ley de la gravedad. Educar es acostumbrar a un niño a no hacer trampas en la suma, o a dar los buenos días al encontrarse a alguien en el ascensor.
Enseñar se corresponde con aprender. Educar, con acostumbrar. La enseñanza es principalmente cosa de los maestros, aunque cualquiera puede enseñar algo. La educación es principalmente cosa de la familia, aunque también educan los vecinos, los amigos, los juegos, los cuentos o la televisión.
Los padres no deben esperar del Estado que les “eduque” a sus hijos. Es su principal responsabilidad, y deben ejercerla desde el primer día del nacimiento. Si no lo hacen ellos, no lo hará nadie. Y si lo hacen muy mal –como bien dice el juez Emilio Calatayud-, conseguirán formar un pequeño tirano que con el tiempo se puede convertir en un delincuente.

jueves, 23 de agosto de 2012

¿Los chicos con los chicos?

El Tribunal Supremo ha dictado una resolución que impide que los colegios que impartan la enseñanza en clases distintas para niños y niñas puedan establecer conciertos con el Estado. Sobre esa base se ha abierto un debate sobre la educación separada (que algunos llaman “discriminada” y otros “segregada”)


Vaya por delante que no tengo una posición tomada al respecto. No estoy en condiciones de afirmar que uno u otro tipo de enseñanza sea mejor para los alumnos. Tampoco existe unanimidad entre los expertos en pedagogía, y los hay que defienden la educación conjunta, y otros la separada. Por su parte, la UNESCO, en la Convención para la lucha contra la Discriminación en la Enseñanza, considera que no supone discriminación la enseñanza separada para alumnos de distinto sexo.

Lo que me llama la atención es desde un amplio sector ideológico de España se rechace simplemente el debate. Confunden “separación” con “segregación”, y se aferran a que hay que educar en igualdad entre sexos. No consideran otros principios importantes como son la libertad de elección de los padres, y ni siquiera el de la eficacia en los resultados de la enseñanza. Evocan el modelo de separación que existía durante el franquismo, y con eso les basta.

Para empezar, si niños y niñas estudian en aulas distintas, no tienen por qué recibir enseñanzas diferentes. No se trata de que las niñas aprendan a ser amas de casa y los niños rudos trabajadores. Los contenidos pueden ser exactamente los mismos.

Por otra parte, con el modelo actual conjunto, en cuanto niños y niñas tienen la oportunidad de actuar por su cuenta –en el patio de recreo o a la salida del colegio- tienen a agruparse por sexos, practican juegos distintos, y forman pandillas de chicos y de chicas, sin que nadie se lo imponga.

En cuanto a la eficacia de la enseñanza, las chicas –como promedio- son más aplicadas, más responsables, más cuidadosas, y obtienen mejores calificaciones. En este sentido, más bien parece que la educación conjunta puede suponer cierto lastre para el rendimiento académico de las chicas.

A partir de la preadolescencia, la educación en las mismas aulas de chicos y chicas da lugar a numerosas ineficiencias, derivadas del comportamiento natural de chicos y chicas en una edad en la que despiertan los instintos de aproximación sexual.

Por último, la ideología que pretende imponer la mezcolanza en todo demuestra su incoherencia en otros aspectos de la vida: a nadie le parece mal que chicos y chicas estén segregados en la práctica de los deportes; y nadie ha protestado porque los lavabos de los bares y de todos los edificios públicos estén segregados y rotulados por sexos.

Sin duda es bueno que chicos y chicas se vean como equivalentes, que se conozcan, y que aprendan a respetarse y valorarse desde niños. Ambos sexos están condenados a atraerse, a unirse, y a formar familias que seria deseable que gozaran de la máxima estabilidad. Pero habrá que reconocer que tras 40 años de enseñanza conjunta, el machismo sigue campando a sus anchas en la sociedad, y los divorcios no han hecho sino aumentar.

No tengo una postura definida al respecto. Pero creo que, al menos, merece la pena reflexionar sobre la cuestión.

lunes, 13 de agosto de 2012

El Estado del revés

Un Estado de Derecho es aquél que está estructurado mediante instituciones que desempeñan diferentes funciones en el marco de un ordenamiento jurídico preciso. Se le llama “de Derecho” por esa razón: porque todo está subordinado a la ley, de manera que instituciones y ciudadanos conocen las reglas del juego, y saben lo que pueden y lo que no pueden hacer.
Los ciudadanos eligen como representantes a aquellos que mejor pueden defender sus opiniones o intereses, y esos representantes redactan modifican o derogan las leyes que obligan a todos. Esos representantes designan también un gobierno, cuya misión consiste en dirigir la Administración del Estado, proponer textos legislativos, y siempre cumplir y asegurar el cumplimiento de la ley.
España quedó configurada como un Estado de Derecho a partir de la aprobación de la Constitución, en 1978. Sin embargo, la realidad del funcionamiento de las instituciones es muy distinta. Los diferentes poderes no son independientes, sino que se solapan y se confunden en un continuo toma y daca para el beneficio electoral de los grandes partidos. Presidentes de CC.AA. incumplen sentencias del Tribunal Supremo, y no pasa nada; gobiernos autónomos deciden no aplicar las normas del gobierno central que no les gustan, y no pasa nada; diputados autonómicos asaltan supermercados y no pasa nada; dirigentes sindicales anuncian públicamente que van a cortar carreteras, y no pasa nada; médicos proclaman que no van a cumplir la ley sobre atención a inmigrantes irregulares, y no pasa nada.
La confusión es total. Los partidos políticos interpretan el Estado de Derecho a conveniencia; retuercen las leyes, o las ignoran, directamente. Muchos ciudadanos creen que vivir en un Estado de Derecho significa que todo el mundo puede disfrutar de todos los derechos que se le ocurran. Piensan en los derechos como en cosas preexistentes, que estaban ahí, y sólo hacía falta alargar la mano, cogerlos, y quedárselos para siempre. No pueden entender que son las leyes las que establecen los derechos concretos, y que también las leyes pueden modificarlos o suprimirlos.
Creemos tener un Estado de Derecho, pero lo que tenemos es un estado de confusión, un estado manga por hombro. Un Estado del revés.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Entre todos la mataron, y ella sola se murió

Tenía muchos años; estaba desilusionada, cansada y muy débil. En otros tiempos había sido muy poderosa; había sido el objeto de la admiración y la envidia de sus vecinos. La familia había atravesado muchos momentos difíciles, que habían ido arrancando jirones de aquél antiguo esplendor. Ahora seguía estando a la cabeza de una familia de larga estirpe, pero le faltaban las fuerzas, y su mirada ya no reflejaba orgullo, sino melancolía.


En el pasado reciente unos rayos de optimismo le habían hecho pensar que la familia podría recuperar su prestigio. Se había producido la alianza con otras importantes familias. La casa solariega había sido totalmente reformada. Se había colocado moqueta por todas partes. Los muebles eran ahora nuevos y de calidad; se había instalado aire acondicionado. Se había construido un enorme garaje, que albergaba los diecisiete lujosos coches de que disfrutaban todos los hijos, sobrinos, nietos, yernos y nueras. Se habían gastado todos los ahorros, se habían vendido los retratos de los antepasados, y se habían empeñado las antiguas joyas familiares, pero todos vivían suntuosamente.

Pero no era una familia bien avenida. Los hijos malcriados exigían más y más, sin querer ver que ya no había de dónde sacarlo. Discutían y peleaban entre sí, disputándose los dormitorios, echándose en cara unos a otros la responsabilidad por la decadencia que estaban viviendo. Desobedecían a la abuela, se mofaban de ella, habían ocultado su retrato, y únicamente le dirigían la palabra para reclamarle más dinero.

La abuela veía aproximarse su fin, y contemplaba con pena a aquellos hijos y nietos desunidos, que se encerraban en sus habitaciones como si fueran castillos, sin dejar entrar a los demás. Sólo ella veía venir la terrible tormenta que se abatiría sobre todos ellos cuando ella hubiera desaparecido. Sólo ella sabía que aquellos majaderos caprichosos serían incapaces de sobrevivir aislados y divididos.

Pensando en todo esto, cerró los ojos. Una lágrima resbaló por su mejilla. Fuera se oía el griterío de las discusiones de unos, y las risas de otros que comían y bebían en la terraza. En un futuro alguien diría eso de “entre todos la mataron, y ella sola se murió”. España tenía ya muchos años.