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jueves, 25 de febrero de 2016

Pacto entre peluqueros

Ayer, Pedro Sánchez y Albert Rivera anunciaron que han llegado a un acuerdo de gobierno. Los medios de comunicación no hablan de otra cosa. Los analistas políticos desmenuzan el contenido del documento. La mayoría de los españoles respiran aliviados: tras dos meses con un gobierno en vía muerta, por fin parece que el tren está dispuesto para arrancar.

Pero tanta alharaca no parece en absoluto justificada. El pacto promete simultáneamente una moderada subida de impuestos y un importante aumento del gasto, manteniendo además el déficit del Estado bajo control. Las medidas para el ámbito laboral van justamente en contra de lo que nos están pidiendo desde la Unión Europea y de lo que recomiendan la mayoría de los expertos. Y sin el menor temblor en la voz ambos han prometido poner en marcha algunas reformas que son sencillamente imposibles, puesto que requieren una reforma de la Constitución, y ésta no puede producirse sin la aquiescencia del Partido Popular.

Rivera ha dicho en la rueda de prensa que no habrá subida de impuestos, pero el documento dice que sí la habrá. Sánchez ha remarcado que van a derogar la reforma laboral, pero el documento no dice eso. Patrañas, engaños, el juego del despiste.

Por si fuera poco todo lo anterior, la suma de los diputados de PSOE y Ciudadanos no es suficiente para lograr una investidura, y ambos lo saben. En definitiva, el anuncio de ese pacto milagroso no es sino un bluf, una entelequia, una tomadura de pelo. Un acto más de teatro al exclusivo beneficio de los dos protagonistas. Un montaje escénico para aparecer ante el electorado como estadistas, y obtener el aplauso de unos españoles tan hartos de los viejos políticos como de los nuevos.


Los peluqueros eran –hasta ahora- los únicos profesionales a los que acudíamos voluntariamente, y les pagábamos para que nos tomen el pelo. Este es sin duda un buen ejemplo de pacto entre peluqueros.

viernes, 19 de febrero de 2016

Carta a un fontanero despistado

Estimado Sr. Fontanero:
Me he enterado por las declaraciones ante el juez del suegro de Francisco Granadas de que fue usted quien dejó un maletín con un millón de euros en el armario del dormitorio del señor suegro.

También he visto que la reacción unánime en los medios de comunicación ha sido de incredulidd, pero yo le escribo para decirle que soy –probablemente- el único español que ve razonable lo dicho por el suegro de Granados.

Me parece comprensible que usted, tras aparcar su furgoneta frente a la vivienda, abriera el portón trasero y se confundiera, cogiendo el maletín con el dinero en lugar de la caja de herramientas. Todo el mundo sabe que los fontaneros acostumbras llevar consigo maletines con esas cantidades, que no son sino el producto de los trabajos realizados en el día.

Cuesta más imaginar por qué usted, una vez en la vivienda, se dirigió al dormitorio y no a la cocina o al cuarto de baño, aunque es probable que estuviera cansado y necesitara unos minutos de reposo. Pero yo más bien creo que usted se sintió atraído por el bullicio que se oía en ese dormitorio, donde –cual camarote de los Hermanos Marx- debían encontrarse ya dos montadores de Ikea, un carpintero, dos albañiles, un vendedor de seguros y un repartidor de Tele-Pizza.

También comprendo que ante semejante saturación, el único rincón disponible que encontrara para colocar su maletín fuera el altillo del armario.

Reconozco que lo que parece más extraño es que usted no echara en falta el maletín con el dinero al regresar a su casa por la noche, ni al día siguiete, ni al mes siguiente. Pero puedo entender que para un fontanero un millón de euros arriba o abajo no es cosa de importancia.

Y por último, para los que piensan que es imposible no echar en falta dicha suma, estoy convencido de que si así hubiera sido, usted no habría tenido ninguna prisa por volver a esa vivienda para recuperarlo. Tratándose del domicilio del suegro de un político, usted podía tener la seguridad absoluta de que jamás ese político se apropiaría de un céntimo que no fuera suyo.


Me solidarizo, pues, con usted. Disculpo su despiste. Y también disculpo la ignoracia del pobre suegro. Ya se sabe que los suegors, como las hermanas de los reyes, nunca se enteran de los millones que circulan bajo sus narices.

jueves, 18 de febrero de 2016

Democracia despellejada

Una de las frases más repetidas últimamente por Pablo Iglesias es la que comienza con “me voy a dejar la piel…”, y termina con cosas como “para formar un gobierno de progreso y de cambio”, “para devolver la dignidad a la gente”, o con cualquier otra afirmación ampulosa y genérica.

No voy a entrar ahora a analizar el disparate económico que encierra su famoso documento de 98 páginas, en su pretensión de aumentar el gasto público de manera ilimitada, en su intención de aumentar los impuestos, o en su ensoñación de que la Comisión Europea nos va a permitir seguir disparando el déficit. Tampoco me detendré en el tono prepotente, en su prioridad por repartir sillones entre los suyos, o en su proyecto de saltarse la Constitución parcelando la soberanía nacional.

Con ser todo ello muy preocupante, lo que me parece más grave es lo que encierra su exigencia de que los magistrados del Tribunal Supremo, el Fiscal General del Estado, y los principales altos cargos tengan que ser personas alineadas con la ideología del gobierno. Si Alfonso Guerra mató a Montesquieu, Pablo Iglesias –en consonancia con lo que hacen sus correligionarios del ayuntamiento de Madrid- quiere eliminar de su tumba la lápida con su nombre.

Amigos venezolanos que vivieron la llegada al poder de Hugo Chávez no paran de decirme que esto ya lo han vivido ellos, que el comandante venezolano enarbolaba las mismas banderas, prometía los mismos paraísos y exhibía la misma soberbia y el mismo desprecio hacia los que pensaban de forma diferente.

Lo peor de Podemos no es que prometa imposibles como Tsipras, no es que se aproveche del sufrimiento y el descontento de muchos ciudadanos (él los llama “la gente”) para llegar al poder. Lo peor es que quiere instaurar un nuevo régimen eliminando el equilibrio de poderes que sostiene a un Estado de Derecho, y en el que todos los organismos del Estado estén inspirados en la ideología de su régimen excluyente.


Cuarenta años después de la defunción del Movimiento Nacional, Pablo Iglesias pretende introducir el Movimiento Plurinacional. Traduciendo sus palabras a sus intenciones: va a dejarse la piel para despellejar a la democracia.

martes, 9 de febrero de 2016

Una muerte digna

Poco a poco va ganando terreno la aceptación social de la muerte digna como alternativa al ensañamiento terapético. A pesar de los ancestrales tabúes que rodean el final de la vida y de las creencias religiosas, cada vez son más las personas que consideran que es una crueldad sumeter a sufrimientos dolorosos a una persona por la que la ciencia ya nada puede hacer. Pese a todo, suelen ser los sentimientos y las emociones de los más allegados los que les impiden aceptar una realidad inflexible. Movidos por un afecto mal aplicado, prefieren alargar unos pocos días o semanas un desenlace inapelable.

En esta agónica situación se encuentra actualmente UPyD. Un partido que nació para demostrar que se puede hacer política de otra manera, y que durante ocho años ha venido diciendo lo que pensaba y haciendo lo que decía. Una formación decidida a decir sus verdades, aunque dolieran, y a pensar en el bien común antes que en los votos.

Creo que UPyD ha demostrado que se puede hacer política de otra manera. Pero también creo que se ha demostrado que la inmensa mayoría de la población ha preferido apostar por las formas tradicionales o por los cantos de sirena. Somos muchos los que creemos que los principios, los valores y las ideas de este partido serían muy beneficiosas para España. Somos muchos los que pensamos que UPyD sigue siendo un instrumento neceariso. Pero es absurdo negarse a reconocer que los que podrían haberse servido de ese instrumento –los españoles- han preferido no utilizarlo.

En estas horas difíciles debería imponerse la racionalidad sobre el sentimentalismo, y se debería tomar la decisión más racional, sin permitir que el cariño nos nuble el entendimiento.

Ayer se conoció la decisión de Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán, y Andrés Herzog de darse de baja del partido por el que tanto han trabajado. Tengo la absoluta seguridad de que ninguno de ellos renuncia a defender los princios, los valores y las ideas de UPyD. No me cabe duda alguna de que la fuerza y la pasión política de Rosa, la brillantez intelectual de Carlos y la integridad inquebrantable de Andrés no han sufrido merma alguna, al tomar tan dolorosa decisión.


También creo que la nueva Comisión Gestora actúa movida por los mejors deseos al aferrarse a la esperanza de que un milagro puede salvar al moribundo. Pero no son ni aquellos ni éstos los que tienen que decidir qué se hace con UPyD. Es el conjunto de los afiliados –la familila al completo- los que han de reflexionar y votar en un Congreos Extraordinario si se disuelve el partido o si se elige a un nuevo Consejo de Dirección para seguir adelante con el proyecto. Nada sería más lamentable que el último recuerdo del enfermo fuera el de ver a su familia peleando por ver quién va a custodiar sus cenizas. Somos muchos los que podemos decir con orgullo “yo soy de UPyD”. Somos muchos los que queremos a este ser que se nos muere. Y por eso creemos que lo último que podemos hacer por él es darle una muerte tan digna como digna ha sido su vida.

viernes, 5 de febrero de 2016

Catastrófica felicidad

Por lo que vengo viendo y leyendo durante los últimos meses, España se encuentra en situación catastrófica. El INE me informa de que hay más de cuatro millones de personas que buscan trabajo y no lo encuentran, y que más de la mitad de ellos no reciben prestación alguna. Por su parte, los sindicatos me aseguran que el 90% de los empleos son precarios y mal pagados.

Por otro lado, diversas ONG’s denuncian que hay siete millones de pobres, un millón de niños que apenas comen, cientos de miles de familias que no pueden pagar la electricidad y que sólo se calientan con los debates de la tele. Según otras organizaciones, otros cientos de miles de familias han tenido que abandonar la vivienda por no poder pagar la hipoteca. Por la megafonía feminista me recuerdan que decenas de miles de mujeres viven aterrorizadas a la espera de que su salvaje parejo las asesine.

Si escucho lo que dicen partidos como Podemos, Izquierda Unida, o el PSOE, la inmensa mayoría de la población vive angustiada por los recortes, decenas de miles de jóvenes no pueden titularse como ingenieros aeronáuticos por falta de becas, el mundo del espectáculo (ellos prefieren llamarlo cultura) se asfixia porque la gente tiene que pagar el mismo IVA por una entrada de cine que por unos zapatos, y por todo ello nos encontramos en una situación de emergencia social.

Todo esto presenta un panorama dantesco, aterrador, insufrible. Una población angustiada, que vive en la penuria, atacada por toda clase de desdichas. Con estos datos, lo extraño es que la tasa de suicidios no se haya disparado todavía.

Y en este contexto llega a mis manos el barómetro del CIS del mes de enero, en el que se pide a los encuestados que señalen de cero a diez su grado de felicidad, siendo cero la completa infelicidad y diez la felicidad total. El sorprendente resultado es que sólo el 4,6% sitúa su felicidad por debajo de 5, que el 94,7% se posiciona por encima, con un 52,8% que se sienten muy felices, por encima de 8 puntos.


Quiero que alguien me lo explique. Porque o bien los técnicos del CIS mienten como bellacos, o bien en este país hay muchísima gente que medra a costa de vender un catastrofismo imaginario.