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viernes, 27 de abril de 2012

Quimioterapia social

Standard & Poor’s rebaja la calificación de la deuda española en dos grados. El desempleo aumenta hasta el 24,44%. El crédito bancario continúa asfixiado. Decenas de miles de jóvenes buscan una salida fuera de España. Estudiantes, sanitarios, sindicatos, y los del 15-M se preparan para demostrar en las calles su cabreo. Rajoy ya no sabe dónde esconderse. La situación es terrible; el horizonte plomizo; el pesimismo cunde; seguimos avanzando en un larguísimo túnel sin saber cuánto falta para llegar a la salida. Es la consecuencia del tratamiento con quimioterapia. El enfermo está muy grave. Lo estaba desde hace años, y durante demasiado tiempo han intentado curarlo a base de pomadas, masajes, analgésicos y dieta blanda. Pero la enfermedad era mucho más profunda. Es imprescindible un tratamiento agresivo. La quimioterapia tiene unos efectos secundarios dramáticos. El enfermo se queda para el arrastre, y la familia termina odiando al equipo médico, pero es la única manera de que después pueda recuperar la salud. Hay que aguantar y tener paciencia. Sin embargo, no estoy tranquilo. De momento parece que esos médicos se olvidan de los 8.300 ayuntamientos, de los 460.000 políticos que viven del dinero público, de la televisiones autonómicas, de los servicios duplicados y triplicados, de las CC.AA. que continúan gastando con alegría porque no recaudan ellas. Creo que pese a su dureza, el tratamiento va en la buena dirección. Pero temo que estén tan obsesionados con la quimioterapia que se les está olvidando que hay que extirpar el tumor.

martes, 24 de abril de 2012

Sálvese quien pueda

Ahora que parece que casi todo el mundo –a excepción de los partidos nacionalistas- va reconociendo que sí, que UPyD tenía razón, que este Estado de las Autonomías es inviable, que nos hemos pasado 8.300 pueblos –literalmente-, el gobierno central aprieta las tuercas a las CC.AA., y éstas se ven obligadas a reducir lo que siempre dijeron que no tocarían: la sanidad y la educación.

La reacción ha sido inmediata. Los maestros y profesores, y el personal sanitario, a través de sus variopintos sindicatos han visto venir la pérdida de miles de puestos de trabajo interino, y puede que empiecen a sentir el vértigo de un futurible despido de funcionarios con oposición. En otros países ha ocurrido, y no hay razón para pensar que en España no llegue a ser posible.

Por su parte, los padres de alumnos, los universitarios, los enfermos, y los candidatos a enfermos –que somos todos- también han puesto el grito en el cielo, temiéndose que van a verse perjudicados por una u otra vía.

Es curiosa la diferente vara de medir que utilizamos las personas para evaluar las situaciones y establecer soluciones. La conciencia de que existe un gasto público desmesurado es universal. La asunción de la necesidad de reducir gastos y servicios se extiende cada día más. Pero cuando llegamos a lo concreto, y esa reducción se plasma en consecuencias que nos afectan directamente a cada uno, olvidamos lo anterior, y exigimos que a nosotros no nos toquen los derechos adquiridos.

No sé si España será capaz de salir airosa de esta dura y larga prueba. Se necesitaría mucha cordura, visión de futuro, y sentido de estado por parte de los dirigentes políticos; y no son esas las características que más les distinguen. Pero haría falta también grandes dosis de responsabilidad y coherencia por parte de los ciudadanos. Si todos nos obstinamos en que los sacrificios los hagan los demás, podemos entrar en la peligrosa espiral del “sálvese quién pueda”.

viernes, 20 de abril de 2012

Recortes o reformas

Ayer defendía la necesidad de reformar el sistema sanitario -y lo mismo ocurre con el educativo, que abordaré otro día-. No se puede seguir manteniendo el espíritu de buffet libre en la prestación de servicios, porque los ciudadanos no son del todo conscientes de lo que les cuestan, y porque fomentan el abuso y la ineficiencia.

Con todo, las medidas anunciadas en Sanidad no me parecen las más convenientes. Dejando aparte el hecho de que todo el alud de medidas del gobierno deja en evidencia la falsedad y la cobardía que desplegó el PP durante la campaña electoral –hecho gravísimo en sí mismo-, en todas ellas se aprecia la imperiosa necesidad de recortar, y una insuficiente elaboración de reformas estructurales imprescindibles.

Las medidas de racionalización en Sanidad podrán ser aplicadas o no en las CC.AA., con lo que pueden aumentarse la diferencia en los derechos de los españoles en función de la región en que habitan. Si no todas las CC.AA. las aplican, el efecto esperado en cuanto a recuperar confianza de los mercados internacionales se habrá perdido en buena medida. Como viene proponiendo UPyD, habría sido necesario, primero, devolver al Estado las competencias normativas sobre estos servicios, para que la Sanidad fuera la misma para todos, aunque siguiera estando gestionada por lso gobiernos autonómicos.

Se crea, además, un sistema complejo, ligado a la renta de cada usuario, lo que supondrá un elevado coste, una mayor burocracia, y abrirá una puerta más al fraude y al chanchullo –cosas en las que somos expertos en España-. Nada garantiza que muchos médicos vayan a dejar de recetar alegremente todo lo que le piden sus pacientes. Nada garantiza que los pensionistas –y ahora también los parados sin prestación- sigan consiguiendo recetas para toda la familia. No se hace nada para evitar el abuso de las urgencias, ni de las consultas de atención primaria.

En definitiva: un parche para ir tirando. Una leve mejora respecto a lo anterior. Pero todavía muy lejos de una reforma que fomente la responsabilidad de los usuarios y del personal sanitario. Aceptamos el recorte. Pero esperamos la reforma.

jueves, 19 de abril de 2012

Sanidad de buffet libre

El gobierno ha anunciado una reforma sanitaria que incluye el pago parcial de los medicamentos por parte de los pensionistas. Pagarán el 10% de su importe, con un máximo mensual entre 8 y 18 euros, según sus ingresos. También pagarán un 10% más los trabajadores en activo, y en cambio no pagarán nada los desempleados sin prestación.

La reacción de una parte de la opinión pública ha sido explosiva: inadmisible; ataque a la sanidad; los jubilados tendrán que escoger entre comer o medicarse; afectará a la salud de los más pobres, etc. Me pregunto por qué en España tenemos tanta dificultad para contemplar con serenidad los asuntos. Aquí no hay términos medios: o las cosas son maravillosas o terroríficas. Ángeles o demonios.

Resulta increíble la ceguera de aquellos que no entienden que el sistema actual es completamente irracional, además de insostenible. No es razonable que España se haya convertido en el primer destino mundial de turismo sanitario, porque aquí se proporciona sanidad gratuita a cualquiera que viene. No tiene sentido que un mileurista con dos hijos pague el 40% de los medicamentos, y un jubilado con pensión de 3.000 euros los obtenga gratis. No es eficiente que las urgencias se utilicen generalizadamente en sustitución de la atención primaria. No puede ser que los botiquines domésticos estén atiborrados de medicamentos. No es legítimo que familias enteras obtengan medicinas gratis a través de la tarjeta sanitaria del abuelo.

Se argumenta, con razón, que ya pagamos la sanidad a través de las cotizaciones y los impuestos. El gran fallo de este método es que existe gran distancia entre el que paga y el que recibe. Todos pagamos la sanidad –la utilicemos o no-, pero al no pagar según su uso, se dispara la tendencia a abusar del sistema. Igual que ocurre en los restaurantes de buffet libre: al mismo precio, la gente tiende a atiborrarse, y al que sólo se come un plato de ensaladilla se le pone cara de idiota.

Con todo, creo que la reforma anunciada no va a terminar con las ineficiencias. Pero eso lo explicaré mañana.

martes, 17 de abril de 2012

Hítler y los recortes

La ex-vicepresidente del Gobierno, M. T. Fdez. de la Vega, ha relacionado las políticas de austeridad actuales con el ascenso al poder de Hítler.

Como siempre que se hace una comparación con Hítler, la intención es sacudir a alguien, en este caso al gobierno del PP. Pero, aparte de eso, hay algo de verdad en las palabras de De la Vega. La Alemania de los años 20 padeció las durísimas condiciones que los Tratados de Versalles habían impuesto como reparaciones de guerra, en 1919. Se produjo una inflación desorbitada, y se llegaron a utilizar meros papeles como sustitutos del dinero. La patria de Kant y de Hegel no podía resignarse a ser los pordioseros de Europa, y el discurso de Hítler tenía el terreno abonado.

Nadie sabe cómo puede terminar la profunda crisis en la que se debate España. Tanto la situación del país como las circunstancias internacionales son muy diferentes a las de 90 años atrás. Pero no deberíamos dejar de preocuparnos, y convendría exigir a los líderes políticos de todos los partidos una visión más amplia que la mezquina de intereses electorales que suelen exhibir.

No es el hambre lo que provoca revoluciones y las guerras. Países en los que millones de personas viven en la penuria se mantienen pacíficamente, soportando su destino con resignación. Lo que da lugar a las explosiones sociales es la frustración de las expectativas, con independencia del nivel objetivo de bienestar que tenga una sociedad. Un habitante de Somalia no se moverá si mañana sigue igual que hoy: sin poder comer más que un puñado de arroz. En cambio, un chaval de París o de Madrid puede llegar a asaltar el Elíseo o La Moncloa si de repente se queda sin poder echar gasolina a su moto.

viernes, 13 de abril de 2012

Padres al cole

El chico, de 14 años, ha suspendido todas las asignaturas. El padre, indignado, ha ido a hablar con el tutor, y ha exigido entrevistarse con cada uno de los profesores de cada asignatura. Aunque no es el procedimiento habitual, porque para eso está la figura del tutor, el jefe de estudios accedió, y el padre fue visitando a cada profesor.

¿Quería saber cuáles eran los puntos débiles de su hijo? ¿O preguntar de qué manera podría él contribuir desde casa a que el chico estudiara más?

No. Era que el padre no estaba de acuerdo con las calificaciones. Exigió ver los exámenes, y las notas que habían merecido los trabajos realizados por su hijo en casa. No estaba de acuerdo con ellas: “Este trabajo NOS ha costado hacerlo casi diez horas a mi hijo y a mí. No puede ser que le ponga un 4”.

Me pregunto quién debería ir a cole ¿el hijo o el padre?

miércoles, 11 de abril de 2012

Escuelas democráticas

Algunos padres y maestros defienden la existencia de las llamadas “escuelas democráticas”, en las que los alumnos serían los responsables de su propio proceso educativo. Ellos decidirían qué aprender y qué no aprender; ellos decidirían cómo organizar las clases; no habría exámenes ni calificaciones; y los alumnos (?) podrían dedicar al juego todo el tiempo que desearan.

Se trata de una idea que ya surgió a finales del siglo XIX, y que –a primera vista- parece atractiva, y más aún a la vista del alto grado de fracaso escolar que produce el sistema generalmente aceptado. Además, contiene elementos de indudable interés, como el papel de la mediación en la resolución de conflictos; el fomento del debate y de la toma de decisiones por mayoría. Sin embargo, el hecho de que sea la antítesis del autoritarismo exacerbado no hace que la “escuela democrática” se convierta en la mejor vía para la educación y el aprendizaje. Ni un extremo, ni otro.

Si profundizamos más allá del mero voluntarismo bienintencionado, pronto veremos que se trata de una propuesta idílica, pero que contradice buen número de realidades biológicas, psicológicas, y sociales. Quizá bastaría decir que si la idea fuera tan buena como creen sus defensores, no se explica que –tras más de cien años- no haya conseguido extenderse en ningún país del mundo.

Surgen, además, muchas dudas: ¿a qué edad se inicia? ¿a los tres años, a los seis, a los doce? Si es a los tres, ¿deben decidir los niños democráticamente a qué hora se van a la cama o cuándo se duchan? Si es a los seis, ¿deciden ellos qué programas de televisión pueden ver o qué alimentos toman? Si es a los doce, ¿ellos deciden cuándo tienen que ir al médico? Por otra parte, ante la ausencia de evaluaciones y calificaciones ¿cómo se garantiza que al final de la escolarización estén capacitados para acceder a una universidad? ¿cómo pueden saber los padres si van evolucionando adecuadamente en la adquisición de conocimientos?

La idea puede ser atractiva, sí. Pero olvida que el aprendizaje requiere ciertas condiciones: curiosidad, esfuerzo y constancia. Y lo cierto es que no todos los niños poseen esas cualidades en el mismo grado ¿qué hacemos si una mayoría de niños de una clase tienen poca curiosidad, pocas ganas de esforzarse, y ninguna constancia? ¿tiene que resignarse la minoría que sí tenga esas cualidades a avanzar al ritmo de los más perezosos mayoritarios?

Y por último: el proceso educativo –como otras actividades humanas- no es igualitario. No puede serlo porque no es simétrico. El profesor, igual que los padres, ocupan una posición diferente, y superior en su ámbito, a la de los alumnos y los hijos. Exactamente igual que en un quirófano el cirujano no está en el mismo plano que el paciente. Igual que el capitán de un barco no lo está respecto a los pasajeros. El capitán de un barco sabe a dónde tiene que ir el barco, sabe qué rumbo hay que seguir, qué velocidad conviene, y cómo organizar a la tripulación. Los pasajeros no pueden decidir democráticamente cómo se gobierna un barco. Los alumnos tampoco puede decidir cómo se lleva una clase. Los experimentos, con gaseosa.

martes, 10 de abril de 2012

El general del miedo

En “El cabo del miedo”, Robert de Niro es un malo muy malo que acosa a la familia de un abogado para vengarse de él. En el interminable final, Robert de Niro parece indestructible, y una y otra vez resucita después de haber sido, aparentemente, liquidado.

Igual que en España. En 2010, un gobierno visionario que estaba a punto de suicidarnos cambió por completo su política en el último minuto. Pero el fantasma del terror reapareció. Hace cuatro meses llegó otro gobierno que parecía tener más capacidad para afrontar la crisis con reformas profundas. Pero la crisis volvió amenazante. Subió los impuestos; promulgó una reforma laboral; presentó unos presupuestos severos; reformó el sistema financiero. Pero la amenaza se levantó de nuevo. El nuevo gobierno se desdijo de sus promesas, y anunció recortes en Sanidad y Educación. Pero me temo que tampoco va a ser el final.

España se mueve a tropezones, huyendo de la fiera. Improvisando sobre la marcha, sin un plan global y coherente. El gobierno dilapida la legitimidad de su mayoría absoluta apretando el cinturón de los españoles. Pero se resiste a apretar el cinturón de los que viven de la política y aledaños. Siguen ahí las televisiones públicas; las diputaciones, las comarcas, las CC.AA. infladas de altos cargos, empresas públicas y funcionarios. Sigue el maná de las subvenciones a partidos, sindicatos y patronales.

Y lo peor de todo: a diferencia de la película, aquí la familia está dividida. Son incapaces de hacer frente común ante el asesino. PP y PSOE no se han enterado de que ha terminado la campaña electoral. Siguen atizándose unos a otros mientras la ruina del país se acerca cada día un paso más. Son unos despreciables incapaces de aparcar sus rencillas particulares para afrontar unidos la terrible amenaza. El país contiene el aliento. El miedo se generaliza.

No es una película. No es “El cabo del miedo”. Es el general del miedo.

martes, 3 de abril de 2012

Los derechos de Cándido Feliz

Cándido Feliz era un jubilado que se había embarcado en un crucero por el Mediterráneo. Antes de la partida del gran trasatlántico había memorizado el recorrido previsto, había estudiado el plano de la nave, y conocía al dedillo los servicios existentes y las actividades previstas.

La penúltima noche se iba a celebrar la cena de gala y el baile de disfraces, mientras el barco navegaba rumbo a Barcelona. Cándido Feliz estaba en su camarote, vistiéndose para la ocasión, cuando se apagó la luz. Muy enfadado salió al pasillo dando voces. Un camarero le explicó que había habido un pequeño problema con el sistema eléctrico, pero Cándido no se dio por satisfecho: “La luz no puede fallar en este barco. Tengo derecho a poder vestirme tranquilamente”.

Pasó más de media hora hasta que otro camarero pasó anunciando a gritos: “Por razones técnicas se ha suspendido la cena de gala”. Explicó mientras continuaba recorriendo los pasillos que el barco había chocado con un pesquero y había una pequeña vía de agua. Cándido empezó a enfadarse de verdad: “No es culpa mía si el capitán es un inútil. Tenemos derecho a esa cena. La hemos pagado”.

Se dirigió a cubierta. La gente corría de un lado a otro muy nerviosa. Un oficial pedía calma, anunciando que no había peligro, y que se dirigían al puerto de Valencia. Cándido Feliz gritó furioso: “¡Cómo que a Valencia! Tenemos que ir a Barcelona. Tengo derecho a ir a Barcelona”.

La confusión aumentaba mientras el barco se inclinaba hacia estribor. Un tripulante le ordenó que se pusiera un chaleco salvavidas y que hiciera cola para subir a un bote de salvamento. “De ninguna manera. He pagado mi pasaje. No me pueden obligar a abandonar el barco y meterme en un bote. No estoy dispuesto a perder mis derechos”.

El barco naufragó. Afortunadamente, 786 personas, entre tripulación y pasajeros se pusieron a salvo a tiempo. Sólo hubo que lamentar dos víctimas mortales: un viajero que no se había enterado de nada porque estaba borracho en su camarote. y Cándido Feliz, al que no hubo manera de convencer de que todos sus derechos quedaban en suspenso en caso de naufragio.