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viernes, 30 de noviembre de 2012

El festival del sofisma


Un sofisma es una razón o argumento aparentemente consistente, con el que se quiere defender o persuadir de algo que es falso. Entre muchas otras habilidades, nuestros políticos se han especializado en manejar los sofismas con la mayor soltura. Lanzan un mensaje que parece coherente, y millones de ciudadanos lo hacen suyo sin pararse ni un minuto a pensar si les han vendido una burra coja. Los ejemplos son innumerables, y darían para un extenso tratado, pero hoy me quiero referir a uno que está muy de moda estos días, con motivo de las protestas de personal sanitario por la intención de la Comunidad de Madrid de privatizar la gestión de algunos hospitales.

El sofisma aireado a bombo y platillo por socialistas y comunistas es el que dice: “quieren hacer negocio con la salud de la gente”. Dicho con tono de escándalo y con gesto de incredulidad, y dando a entender implícitamente que hacer negocio es malo en sí mismo, y que si es a costa de la salud de la gente es aún peor.

Puede entenderse que ciertos líderes políticos carezcan de vergüenza y engañen masivamente a los ciudadanos, con tal de arañar unos miles de votos al adversario político. No es ético, no es leal, no es limpio, pero ya estamos acostumbrados a que la ética, la lealtad y la limpieza no sean las cualidades más destacadas de la mayoría de los partidos políticos. Lo que cuesta más entender –y dice bien poco de la madurez ciudadana de los españoles- es la facilidad con la que aceptan manipulaciones tan groseras.

Porque con la salud vienen haciendo negocio decenas de miles de personas. Desde los que trabajan en un laboratorio farmacéutico hasta los que venden ambulancias, pasando por todo el personal sanitario, las empresas que proveen a los hospitales de toda clase de suministros. El personal administrativo de la Seguridad Social, los farmacéuticos, los veterinarios, y los funcionarios de la OMS. Todos ellos viven a costa de la salud de la gente.

Igual que los panaderos, los carniceros, los fruteros, los agricultores, los ganaderos, y los supermercados viven a costa del hambre de la gente. O tal como los fabricantes e instaladores de cerraduras y sistemas de seguridad viven a costa del miedo de la gente; los jueces, procuradores y abogados viven a costa de los conflictos que tiene la gente; y las funerarias viven a costa de la muerte de la gente.

¿Por qué no se dejan de tonterías? ¿Por qué no dicen que los sanitarios de Madrid protestan porque no quieren perder su estatus de empleados públicos? ¿Por qué no reconocen que la gestión privada introducirá modelos de eficacia que reducirán su calidad laboral? Es legítimo protestar por eso. No hace falta engañar a la gente. Pero hay que deducir que si existen tantos grupos de interés dedicados a engañarnos, debe ser porque somos muy fácilmente engañables.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cada uno en su casa es rey


Al hilo de la aventura independentista que ha emprendido Artur Mas, y del respaldo que muchos catalanes han dado al proyecto –que no a su impulsor-, podríamos hacer algunas reflexiones sobre los factores que impulsan a idealizar la independencia.

Cada uno en su casa es rey, y puede hacer y deshacer a su antojo, aunque siempre limitado por su posibilidades físicas y económicas. En el espacio hogareño uno puede decidir desde el color de las paredes hasta la temperatura de la calefacción, pasando por el menú diario o la disposición de los muebles. Se trata de una sensación muy agradable que acaricia nuestro ego y nos hace sentirnos importantes.

Pero en cuanto salimos al rellano la cosa cambia por completo: las luces de la escalera ya no dependen de nosotros, sino del presidente de la comunidad. Al salir a la calle todavía es peor: los semáforos, las zonas azules, la limpieza de las calles, o los horarios de la biblioteca escapan a nuestro control, y dependen del alcalde.

Así pues, cuanto más pequeño sea el ámbito político, mejor para engordar el ego. Pero hace varios miles de años que los seres humanos se vienen agrupando en tribus, aldeas, condados, reinos y naciones. Y no para machacarse el ego, sino porque las sociedades complejas permiten una mejor división del trabajo y mejor aprovechamiento de los recursos escasos. La mayoría de la gente ha descubierto que es más práctico colaborar con sus vecinos que aislarse de ellos.

Sin embargo, ese vanidoso ego sigue ahí dentro, y no faltan profesionales de la política dispuestos a alimentarlo con atractivos cantos de sirena. Tampoco faltan personas que se dejan atrapar por ellos, soñando con que todo sería maravillosos si además de ser reyes en su casa, pudieran tener un reyecito en el barrio.

martes, 27 de noviembre de 2012

La indiopendencia

Al hilo de la fiebre independentista he recuperado un artículo publicado en Heraldo de Aragón, allá en 1991. No sin cierta sorpresa, he comprobado que sigue siendo de plena actualidad, si acaso con unos ligeros retoques. Da pena constatar lo poco que hemos avanzado.

La indiopendencia

La indiopendencia consiste en el arte desarrollado últimamente por algunos políticos, consistente en hacer el indio ellos mismos, y simultáneamente fomentar la aparición de pendencias entre determinados ciudadanos.
Ha bastado que tres pequeños países a orillas del mar Baltico recuperen la independencia para que, para que en esta vieja nación se inicie la carrera para demostrar quién es el más independentista. Es una verdadera pena que a nuestros administradores y a sus correspondientes opositores no les entren las mismas ansias emulativas hacia las autopistas alemanas, la sanidad francesa, las prestaciones sociales suecas, o la competitividad japonesa.
Claro que para lograr estas últimas ventajas se requiere capacidad, organización y eficacia; mientras que para erigirse en adalides del independentismo basta con agitar un pedazo de tela con los correspondientes colores.
Mientras en la Europa democrática y desarrollada se trabaja en pro de la eliminación de fronteras, aquí se busca lo contrario en nombre del derecho a la autodeterminación de los pueblos.
Pero, ¿de qué pueblos hablan? Aquí se pueden enarbolar supuestos derechos a partir de los celtas, los íberos, los fenicios, los cartagineses, los romanos, los visigodos, los musulmanes, o los de Orejilla del Sordete.
Incluso sin necesidad de remontarnos tan lejos, tomemos por ejemplo a los vascos. ¿A qué vascos se refieren? ¿a los que allí residen? ¿a los que los vienen haciendo desde hace cinco años? ¿a los que hablan correctamente vascuence? ¿o a los que son capaces de levantar piedras de más de 75 kilos?
Indudablemente todos llevamos dentro un pequeño rey, y creemos que tenemos soluciones originales para terminar con los innumerables problemas que aquejan a nuestra sociedad. Cada uno de nosotros nos sabemos insignificantes ante el conjunto de millones de habitantes que pueblan Europa, pero, simultáneamente, somos conscientes de la importancia que cobramos en el seno de nuestra familia.
No es de extrañar, por lo tanto, que la idea de empequeñecer el mundo el mundo que nos rodea pueda parecer deseable para muchos.
Yo tengo un amigo de Ejea de los Caballeros, que está encantado con la idea. Sueña con tener un presidente de la República propio, dos cámaras legislativas, un Consejo de Estado y un Tribunal Constitucional. Un gobierno, embajadores en todo el mundo y su bandera ondeando ante la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Imagina, además, disponer de moneda acuñada en la ciudad; un ejército (reducido pero muy profesional), universidad, aeropuerto internacional, y dos cadenas de televisión.
El único problema estriba en que desde que comenzó a acariciar estas ideas ha discutido ya tres veces con su esposa (nacida en Tauste) por no ponerse de acuerdo sobre la nacionalidad que debe corresponder a sus tres hijos, nacidos en la maternidad de Zaragoza.
Mi amigo opina que deberían ser ciudadanos con pasaporte de Ejea, ella opina que tendrán derecho a ostentar la doble nacionalidad; y el hijo mayor, para acabar de compliarlo, cree que la solución idónea pasa por la formación de la Federación de las Cinco Villas, la cual podría formar parte de la CEA (Comunidad Económica Aragonesa), e intergrarse en la OTEN (Organización del Tratado del Ebro Norte).
Lástima que nadie le explique a mi amigo, y a tantos que como él piensan, que estas absurdas veleidades que tanto agradan a nuestro ego, se traducen en un desorbitado coste económico que se obtiene de los impuestos de cada ciudadano.
Dinero que mejor podría ser empleado en la construcción de hospitales, escuelas, carreteras, y todo tipo de infraestructuras para propiciar el desarrollo y bienestar de todos lo que, hasta ahora, utilizamos el mismo formato de Documento Nacional de Identidad.


lunes, 19 de noviembre de 2012

El derecho al espejismo


Me llega una de las numerosas invitaciones que circulan por internet para firmar toda clase de peticiones. La de hoy dice: “A todos los bancos, suspendan inmediatamente los desahucios”. Me he quedado petrificado ante semejante muestra de mezquindad: ¿Por qué los que han lanzado la petición se conforman con tan poca cosa?

Yo voy a lanzar otra petición mucho más razonable y mucho más ambiciosa:
  • A todas las administraciones, suspendan inmediatamente todos los impuestos.
  • A todas las jefaturas de tráfico, suspendan inmediatamente todas las multas.
  • A todos los ayuntamientos, suspendan inmediatamente todas las tasas.
  • A todos los jueces, suspendan inmediatamente todas las condenas.
  • A todas la compañías telefónicas, suspendan inmediatamente todas las facturas.
  • A todas las tarjetas de crédito: suspendan inmediatamente todos los recibos.
  • A todos los supermercados, suspendan inmediatamente todas las cajas.

 ¿Por qué vamos a conformarnos con dejar de pagar sólo a los bancos? Seamos osados. Construyamos un mundo infantil. Dejemos que la economía la gestionen los Reyes Magos, el comercio el Ratoncito Pérez, y la Justicia el Hombre del Saco. Seamos infinitamente felices, Vivamos en el mundo de la fantasía, expulsemos a la realidad de nuestra mente, dejemos que las quimeras gobiernen nuestra conducta. Todos tenemos derecho a vivir en un espejismo.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Alguien se ha llevado el queso


Con más de cinco millones de parados, con aumentos de impuestos, con reducción de salarios, con cientos de miles de personas que han tenido que abandonar una vivienda que no podían pagar, con reducciones en la prestación de servicios públicos, con un gobierno que aplica políticas económicas distintas de las que había anunciado… Es completamente lógico que los ciudadanos se sientan desconcertados, asustados y angustiados.

En cinco años han cambiado las expectativas de la gente. Cosas que parecían muy sólidas se han evaporado. Lo que se consideraba derechos para siempre se están convirtiendo en recuerdos de tiempos mejores. Me viene a la mente el cuento de Spencer Johnson “Quién se ha llevado mi queso”, en el que dos ratones reaccionan de manera muy distinta ante el inesperado hecho de que el trozo de queso que alguien colocaba todos los días en el mismo lugar deja de aparecer.

Las protestas, las huelgas generales, las mareas de diversos colores son comprensibles como reacción inmediata a la desaparición de un queso al que estábamos muy acostumbrados. Podemos sentarnos a esperar, podemos llorar, gritar, patalear, arañar las paredes, pero el queso no vendrá. Ya no está. También podemos entretenernos en debates y discusiones sobre cómo se ha producido la desaparición del queso, sobre las causas o los culpables. El queso no vendrá. Ya no está.

No sé si esta sociedad tardará poco o mucho en reaccionar. Pero cuanto antes nos demos cuenta de que ya no hay queso, antes nos pondremos a buscar otras alternativas, otros alimentos, incluso otros quesos obtenidos de distinta manera.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Hacer de su toga un sayo


El elevado número de casos de desahucio como consecuencia del desempleo galopante supone un drama nacional que las autoridades habrían tenido que afrontar hace ya muchos meses. Es preciso encontrar fórmulas que permitan paliar esas situaciones, garantizando también la seguridad jurídica, sin que supongan un estímulo al incumplimiento de los contratos. No será nada fácil –en el país campeón de la trampa y la picaresca- establecer un sistema que ayude a los que realmente lo necesitan, sin permitir que se aprovechen los “listos”, que nunca faltarán.

Se viene produciendo una legítima presión en ese sentido, que va desde las movilizaciones de asociaciones ciudadanas hasta la decisión de algunos ayuntamientos de retirar sus fondos de determinados bancos, pasando por la sensibilización de la opinión pública que vienen ejerciendo los medios de comunicación. No tengo la menor objeción que hacer a todo ello.

Pero lo que me deja estupefacto es el desparpajo con el que algunos jueces afirman que ellos “no quieren ser el cobrador del frac de los bancos”, o con el que representantes del Sindicato Unificado de Policía alientan a los policías a no participar en los procesos de desahucio. Se trata, sin duda, del reflejo de un clima general en el que todo el mundo está convencido de que eso de que la soberanía reside en el pueblo significa que cada persona puede decidir qué leyes le gustan o no, y cumplirlas o no, según su libre albedrío.

Si gobiernos autonómicos pueden saltarse impunemente las resoluciones del Tribunal Constitucional; si el presidente de una región puede incumplir la Constitución que le permite a él disfrutar de su cargo; no es de extrañar que los jueces crean que pueden decidir en qué partes de la ley actúan o no, o que los policías quieran decidir con qué leyes colaboran y con cuáles no.

Se trata de un peligroso síntoma –uno más- de la descomposición del Estado de Derecho. Los señores jueces y los señores policías tienen la obligación de cumplir y hacer cumplir todas las leyes. Las que les gustan y las que no les gustan. Los que tienen la facultad de crear, suprimir o modificar las leyes no son ellos, sino los legítimos representantes de los ciudadanos. Y si a un señor juez o a un señor policía le remuerde la conciencia cumplir su trabajo aplicando una ley determinada, tiene en su mano evitarlo. Es tan sencillo como darse de baja en el cuerpo, dejar de cobrar el sueldo que le pagamos entre todos, y buscarse la vida en la empresa privada, o ponerse en la cola del paro, donde puede estar seguro de que no se va a encontrar solo.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Como pollos sin cabeza


Nadie que tenga un mínimo de sensibilidad puede dejar de condolerse con la tragedia de la mujer que se ha suicidado arrojándose al vacío en Baracaldo. Dicho esto, sería bueno que todos –y especialmente los medios de comunicación y los políticos- reflexionáramos unos momentos sobre la cuestión, en vez de lanzarnos a correr como pollos sin cabeza.

El suicidio se ha producido cuando se iba a producir el desahucio de su vivienda, pero sería ingenuo concluir que no había otros factores previos en la situación personal de la víctima. Si los desahucios desencadenaran automáticamente suicidios ya se habrían suicidado varios cientos de miles de personas por ese motivo. El desahucio ha podido ser la gota que ha colmado el vaso de una larga serie de elementos –depresión, soledad, fallos en la red familiar y social-, sin los cuales esa mujer hubiera reaccionado de manera diferente ante el desahucio.

Una vez conocida la noticia, la opinión pública, convenientemente agitada por los medios de comunicación ha reaccionado con espanto, y tras ella prácticamente la totalidad de los políticos, que parecen haber descubierto de pronto que impedir los desahucios será impedir los suicidios.

Pues bien, cada año se producen en España unos 3.500 suicidios, sin que nadie mueva un dedo, ni muestre la menor alarma. Además, por cada suicidio consumado se producen dos intentos de suicidio fallidos, lo que supone que cada año intentan quitarse la vida unas 11.000 personas, Cada una de ellas es el reflejo de un drama. Empresarios arruinados, parados desesperados, novios abandonados, incluso estudiantes suspendidos. Los desencadenantes pueden ser docenas.

¿Qué piensan hacer los políticos ahora? ¿Legislarán para que nadie se arruine, por si acaso se quita la vida? ¿Impedirán que haya parados que puedan suicidarse? ¿Harán un decreto prohibiendo que nadie deje tirado a su novio? ¿Quizá reformarán la Constitución para erradicar la depresión por ley?

Se suele decir que no es bueno “legislar en caliente”. Sin embargo, en este caso parece que todo el mundo está de acuerdo en hacer lo que sea, tenga o no sentido; sea o no injusto con los que son lanzados de su vivienda por no pagar un alquiler. De nuevo una alocada estampida. De nuevo el aleteo insensato de unos pollos sin cabeza.

Es probable que sea conveniente reformar la Ley Hipotecaria, pero mal vamos si la razón principal es porque se ha producido un suicidio.

martes, 6 de noviembre de 2012

De borrachos para idiotas


Es sabido que los programas electorales de los partidos no los lee casi nadie. Quizá sea por eso que los partidos tradicionales se permiten incluir en ellos toda clase de promesas por descabelladas que sean. Después, si consiguen gobernar, siempre encuentran excusas muy razonables para explicar por qué no van a cumplir lo que habían prometido.

Como charlatanes de feria, las cúpulas de esos partidos pregonan su producto, prometiendo cualquier cosa con tal de obtener un puñado más de votos. Como ocurre con todos los timos, aunque la gente sabe de su existencia, siempre hay incautos que pican una y otra vez.

Con motivo de las próximas elecciones en Cataluña, CiU ha decidido superar todos los precedentes a la hora de prometer quimeras. En su programa dicen que si ganan se reducirá un 50% el número de muertos en carretera; aumentará un 5% la tasa de supervivencia de los enfermos de cáncer; y se elevará otro 5% la esperanza de vida de los catalanes.

No se me ocurren más que dos explicaciones para entender semejantes despropósitos en el programa de un partido que puede tener que gobernar: o bien el texto ha sido redactado al final de una larga noche de juerga, o bien los grandes partidos están absolutamente convencidos de que los ciudadanos somos idiotas. Como no tengo datos que me permitan dudar de la sobriedad de los dirigentes de CiU, tengo que inclinarme por la segunda opción.

No puedo compartir esa creencia en que los ciudadanos, en general, seamos idiotas. Pero tengo que reconocer que les hemos dado sobrados motivos para pensarlo. Elección tras elección hemos vuelto a votar a partidos que nos han engañado; a candidatos que han despilfarrado el dinero de todos; que han colocado a sus amigos y familiares en cargos bien remunerados; o que estaban imputados en sonoros casos de corrupción. Si no han bebido, no debemos asombrarnos de que nos consideren idiotas.