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viernes, 29 de septiembre de 2017

¿Diálogo?

En vísperas del órdago del 1 de octubre se aprecian dos ideas sustentadas casi por unanimidad. La primera es que el anunciado referéndum va a ser una grotesca caricatura, sin la menor sombra de legitimidad ni de respaldo internacional. La segunda consiste en que a partir de esa fecha se impone el diálogo como única fórmula de desenredar la madeja. A este manra, que viene repitiendo desde hace meses Pedro Sánchez –probablemente por su mediocridad intelectual-, se ha unido a última hora la Conferencia Episcopal –sin duda por cobardía oportunista.

¿De verdad se cree alguien que se puede establecer un diálogo útil con gente cuya única idea fija es la independencia de Cataluña? Cuando un niño de cinco años se emperra en pedir la luna es imposible dialogar con él. Sus berridos le impiden escuchar lo que se le dice, y aunque lo oyera, no entendería las explicaciones. Los nacionalistas catalanes se vienen comportando desde hace muchos años como adolescentes malcriados, aunque no es del todo culpa suya, sino de los supuestos adultos que les han permitido toda clase de antojos y caprichos.

Además de esa imposibilidad de dialogar con quien sólo admite que le concedan lo que pide, resulta que a los adultos –el Estado- no les queda ya nada que entregar. Cataluña dispone ya de las mismas competencias y autogobierno –excepto un ejército y reconocimiento internacional- que cualquier estado soberano. En consecuencia, el resto de España no puede darles nada más. Ya no queda nada sobre lo que dialogar.

Lo único que el Estado podría otorgar a los catalanes son privilegios y ventajas sobre el resto de los españoles –que por cierto es lo que han venido consigueindo desde la Transición. Pero, al igual que ha venido ocurriendo desde 1978, cualquier privilegio concedido a Cataluña ha dado lugar a la reclamación del mismo estatus por parte de las demás regioes. Como es natural. Por o tanto, el Estado no puede conceder a Cataluña nada que no pueda hacerse extensivo al resto de CC.AA.

A estas alturas ya no se puede dialogar nada con el malcriado, impertinente y díscolo. Es inútil ofrecerle el nuevo I-Phone, una moto nueva, o lo último en videoconsolas. El muchacho sólo quiere La Luna. Tampoco me parece que fuera buena solución darle dos hostias –aunque ganas no les faltan a muchos-, Así que sólo quedan dos salidas: o bien darse por vencidos y dejar que se vaya a La Luna, o bien ponerse a desandar el camino andado en la mala dirección. Recuperar por parte del Estado las competencias en Educación, Seguridad Ciudadana y Justicia. Imponer el cumplimiento de todas las leyes y resoluciones judiciales. Hacer cumplir la coficialdad del español junto al catlaán en centros de enseñanza, organismos públicos, medios de comunicación autonómicos y rotulación en comercios. Condicionarlas ayudas del Fondo de Liquidez Autonómica a que ese dinero se utilice en la forma que establezca el Ministerio de Hacienda y no en otras ocurrencias.


Sólo existe una posibilidad de entablar un diálogo con los nacionalistas: parea acordar  las fórmulas mediante las que el Estado recuperará competenecias. Claro que eso no es lo que los independentistas llaman “diálogo”.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Sueños y pesadillas

En los sueños suelen aparecer situaciones extrañas, absurdas, fantásticas o ridículas. El sueño parece real aunque esté plagado de incoherencias, contradicciones, aberraciones y quimeras.

Esta noche he tenido un sueño cuyo escenario era El Corte Inglés. La empresa había adoptado las modernas prácticas de buen rollito corporativo, descentralizando en gran medida la gestión, de modo que el director de cada uno de sus centros era nombrado por elección de los trabajadores del mismo.

Un buen día al director del establecimiento de Logroño, junto a parte de los mandos intermedios, se les ocurrió la idea de que venderían más –y ellos ganarían más- si ese centro se independizara de El Corte Inglés S.A. Para ello, pidieron a la dirección general de la empresa que organizara un referéndum en la tienda de Logroño, para que empleados y clientes pudieran votar si querían o no que ese centro comercial se desvinculara de la red de El Corte Inglés.

Como es natural, cuando el consejo de administración de la empresa logró contener las carcajadas que había provocado semejante propuesta, les remitieron su respuesta, consistente en una educada, pero firme, negativa.

Los sediciosos de Logroño pusieron el grito en el cielo. Desde la sección de corsetería a la de cochecitos de bebé llenaron el edificio de carteles denunciando la actitud intolerante de la dirección central. La megafonía difundía constantes mensajes apelando al heroísmo de los guerreros riojanos que habían luchado contra los romanos.

Se dispusieron a celebrar el referéndum por su cuenta. Con gesto fúnebre, los vendedores explicaron a los clientes que sus hijos iban descalzos por culpa de la dirección central. Las cajeras entregaban a los clientes folletos de propaganda junto con el cambio, y entregaban bolsas de plástico en las que se había impreso una estrella en cada triángulo verde. Por último, dieron instrucciones a los vigilantes jurados para que organizaran las colas de votantes el día del referéndum.

Me he despertado en ese punto. Recordando con una sonrisa ese sueño con cuyo guión Berlanga habría seguramente hecho una obra maestra. Después me olvidé del asunto y seguí con mis cosas. Por la noche, me senté ante el televisor, y me quedé boquiabierto. ¡Estaban hablando de mi sueño! Alguien con acento catalán estaba relatando una historia sin sentido alguno, basada en mi sueño. Esperaba escuchar las inevitables risas enlatadas que acompañan siempre a las malas comedias televisivas.

Pero nadie reía. Era el Telediario. Lo que había sido un disparatado sueño por la mañana se había convertido en una disparatada realidad por la noche. Ya no era un sueño. Era una pesadilla.