En
vísperas del órdago del 1 de octubre se aprecian dos ideas sustentadas casi por
unanimidad. La primera es que el anunciado referéndum va a ser una grotesca
caricatura, sin la menor sombra de legitimidad ni de respaldo internacional. La
segunda consiste en que a partir de esa fecha se impone el diálogo como única
fórmula de desenredar la madeja. A este manra, que viene repitiendo desde hace
meses Pedro Sánchez –probablemente por su mediocridad intelectual-, se ha unido
a última hora la Conferencia Episcopal –sin duda por cobardía oportunista.
¿De
verdad se cree alguien que se puede establecer un diálogo útil con gente cuya
única idea fija es la independencia de Cataluña? Cuando un niño de cinco años
se emperra en pedir la luna es imposible dialogar con él. Sus berridos le
impiden escuchar lo que se le dice, y aunque lo oyera, no entendería las
explicaciones. Los nacionalistas catalanes se vienen comportando desde hace
muchos años como adolescentes malcriados, aunque no es del todo culpa suya,
sino de los supuestos adultos que les han permitido toda clase de antojos y
caprichos.
Además
de esa imposibilidad de dialogar con quien sólo admite que le concedan lo que
pide, resulta que a los adultos –el Estado- no les queda ya nada que entregar.
Cataluña dispone ya de las mismas competencias y autogobierno –excepto un
ejército y reconocimiento internacional- que cualquier estado soberano. En
consecuencia, el resto de España no puede darles nada más. Ya no queda nada
sobre lo que dialogar.
Lo
único que el Estado podría otorgar a los catalanes son privilegios y ventajas
sobre el resto de los españoles –que por cierto es lo que han venido
consigueindo desde la Transición. Pero, al igual que ha venido ocurriendo desde
1978, cualquier privilegio concedido a Cataluña ha dado lugar a la reclamación
del mismo estatus por parte de las demás regioes. Como es natural. Por o tanto,
el Estado no puede conceder a Cataluña nada que no pueda hacerse extensivo al
resto de CC.AA.
A
estas alturas ya no se puede dialogar nada con el malcriado, impertinente y díscolo. Es inútil ofrecerle
el nuevo I-Phone, una moto nueva, o lo último en videoconsolas. El muchacho
sólo quiere La Luna. Tampoco me parece que fuera buena solución darle dos
hostias –aunque ganas no les faltan a muchos-, Así que sólo quedan dos salidas: o bien darse
por vencidos y dejar que se vaya a La Luna, o bien ponerse a desandar el camino
andado en la mala dirección. Recuperar por parte del Estado las competencias en
Educación, Seguridad Ciudadana y Justicia. Imponer el cumplimiento de todas las
leyes y resoluciones judiciales. Hacer cumplir la coficialdad del español
junto al catlaán en centros de enseñanza, organismos públicos, medios de
comunicación autonómicos y rotulación en comercios. Condicionarlas ayudas del
Fondo de Liquidez Autonómica a que ese dinero se utilice en la forma que
establezca el Ministerio de Hacienda y no en otras ocurrencias.
Sólo
existe una posibilidad de entablar un diálogo con los nacionalistas: parea
acordar las fórmulas mediante las que el
Estado recuperará competenecias. Claro que eso no es lo que los independentistas
llaman “diálogo”.