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miércoles, 30 de mayo de 2012

Despersonalizando el personalismo

Una de las acusaciones que emplean los detractores de UPyD es la de ser un partido “personalista”. Como suele ocurrir con todos los tópicos, no se fundamenta en datos objetivos, y les basta con hacer vagas alusiones a la destacada personalidad de su líder, Rosa Díez.

Hace pocos días ha presentado la dimisión la que ha sido durante dos años Coordinadora del Consejo Territorial de Aragón, Cristina Andreu. Tal como ella ha manifestado, no existen discrepancias ideológicas con el partido, y afirma que continuará defendiendo los mismos principios como simple ciudadana. Tras esa dimisión, el Consejo de Dirección ha nombrado a Carlos Aparicio para dirigir la Comisión Gestora que regirá el partido en Aragón hasta que los afiliados elijan a un nuevo Consejo Territorial en los próximos meses. Todo ello supone una refutación de ese sambenito de “personalismo”, que tanto jalean los partidos mayoritarios y los nacionalistas. Por una parte porque Cristina Andreu, que ha desarrollado una importante labor política durante su mandato, ha sido coherente con lo que predica UPyD, y cuando no se ha sentido cómoda en el partido ha decidido apartarse. Podría haber tratado de capitalizar que ha llegado a ser una persona conocida en Aragón con una maniobra “personalista”, pero ha hecho lo razonable: dejar que el partido continúe su evolución natural, que viene siendo de lento, pero continuo crecimiento desde su fundación. La segunda prueba de que UPyD tiene menos de personalista de lo que dicen sus adversarios es que el Consejo de Dirección no ha designado al frente de la Gestora a uno de los fundadores de la formación, ni a una “personalidad” de las más destacadas del partido. Ha optado por un hombre riguroso y equilibrado, que ha venido desempeñando con eficacia y discreción la función de Responsable de Comunicación y Prensa, y que ha demostrado no tener el menor interés en destacar “personalmente”. Lo más alejado que pueda pensarse del dichoso “personalismo”. Y en tercer lugar la inmensa mayoría de afiliados y simpatizantes de Aragón, que continúan adelante trabajando para dar a conocer a los ciudadanos unas propuestas políticas que resultan revolucionarias: regenerar la política y la sociedad; poner las ideas por delante de los intereses personales; mantener el mismo discurso en cualquier lugar de España; actuar coherentemente con lo que se predica; y pedir a los españoles que actúen como ciudadanos y no como súbditos. Esos afiliados y simpatizantes que conocían a la anterior Coordinadora, y que respetando su decisión, se disponen a seguir participando en política, con independencia de quién dirija el partido, demuestran claramente que también para ellos lo importante no son las personas, sino las ideas. Algo muy poco común en la práctica política española, y de lo que deberían aprender aquellos que acusan a UPyD de ser un partido “personalista”.

viernes, 18 de mayo de 2012

La niña bonita ha perdido la virginidad

Unión Progreso y Democracia se fundó en 2007 como una opción política diferente, centrada en las ideas y no en las ideologías; orientada al futuro y no a recordar las heridas del pasado; dirigida a los que votan con la cabeza, y no con el corazón; para defender los derechos de las personas, y no de los territorios; para administrar el interés general, y no el de sus afiliados. La tarea no era fácil en una España con más adeptos que afines. Durante cuatro años Rosa Díez fue la única voz que defendía esos principios en un Congreso de rebaños balando al unísono. Rosa Díez se mantenía en primer lugar en la valoración pública, y el porcentaje de votos de UPyD iba aumentando de manera lenta y constante. El partido magenta era opción limpia, libre de ataduras, sin compromisos previos y sin nada que agradecer a nadie. Era la niña bonita de la política. Tras las elecciones de Asturias, el voto de Ignacio Prendes era decisivo para la formación de un gobierno “de izquierda” o “de derecha”. Por primera vez en los últimos 35 años, un partido ha estado negociando su apoyo, no a cambio de consejerías, ni de un puñado de lentejas para un terruño, sino para obtener avances en la línea de sus principios fundacionales. Al final UPyD apoyará un gobierno del bloque PSOE-IU. Ante la incapacidad de entenderse PP y FAC, el partido magenta tenía que optar por apoyar al otro bloque o asumir la responsabilidad de nuevas elecciones. La decisión ha supuesto la pérdida de la virginidad de UPyD. La mitad de esa España sectaria ya puede proclamar que UPyD es “de izquierda”, al igual que habría hecho la otra mitad si el apoyo hubiera sido para el bloque “de derecha”. Una parte de los afiliados, de los simpatizantes, y del largo millón de votantes de UPyD están decepcionados. Pero hay que recordarles que para UPyD hacer política es tomar decisiones. Es elegir lo menos malo. Es pensar a largo plazo, y no sólo en la inmediatez. Es trabajar con un horizonte amplio, y no mirándose el ombligo. El reto de la regeneración democrática y social de España es mucho más ambicioso que el gobierno de un territorio de un millón de habitantes. Los grandes objetivos de UPyD se mantienen íntegros. Sus cinco diputados en el Congreso, sus representantes en la Asamblea de Madrid, y en gran número de ayuntamientos están dando a diario ejemplo de que se puede hacer política de otra manera. Nacho Prendes lo ha demostrado. Los españoles que votan con la cabeza y no con el corazón así lo entienden, y saben que apoyar a PSOE-IU en Asturias no significa entregar nada ni renunciar a nada. La niña bonita ha perdido la virginidad. La niña bonita se ha hecho adulta.

lunes, 14 de mayo de 2012

La burbuja del Estado

A estas alturas todos sabemos en qué ha consistido la “burbuja inmobiliaria”, ese espejismo de riqueza que, al estallar, nos está obligando a volver dolorosamente a una situación menos ambiciosa, pero más acorde con la realidad. En esencia, la burbuja inmobiliaria ha consistido en la edificación de millones de viviendas, adquiridas por millones de españoles con cientos de millones que no tenían, y que bancos y cajas les prestaban alegremente. Convencidos todos de que la prosperidad estaba garantizada por los siglos de los siglos, los ciudadanos –con el aliento de unas entidades bancarias complacientes- pidieron dinero para pisos más grandes, con terrazas más amplias, con muebles más caros, electrodomésticos más sofisticados, y cortinas más lujosas. Todo al fiado, como sus abuelas compraban los garbanzos en el colmado de la esquina. En paralelo, el Estado ha ido creando su propia burbuja, ha edificado un enorme entramado institucional, con administraciones duplicadas; lujosos edificios para sedes de gobiernos autónomos y parlamentos regionales; cientos de empresas públicas –porque hace falta mucha gente para ganar elecciones, y hay que agradecerles el esfuerzo colocándolos bien-; unos sindicatos bien engrasados para garantizar su docilidad; universidades por doquier, aeropuertos en cada esquina; líneas de AVE para llenar el mapa; prestaciones sanitarias universales; ordenadores en las aulas; prejubilaciones para post-adolescentes; subvenciones a miles de ONG’s; polideportivos para septuagenarios; auditorios monumentales, carriles-bici para no desgastar las calzadas; festivales; conciertos; y hasta condonación de la deuda de otros países. Al igual que en el caso de la otra burbuja –la inmobiliaria- todo ello sin tener dinero para hacerlo. Recurriendo al préstamo de los inversores internacionales –antes generosos y complacientes-, como si la prosperidad estuviera garantizada por los siglos de los siglos. Ahora nos encontramos con que la primera burbuja ha estallado, el colmado está a punto de cerrar, y ya no encontramos quién nos fíe los garbanzos. Los bancos, antes complacientes, son ahora malvados buitres que se alimentan de nuestros despojos. Desesperados por la necesidad, volvemos la mirada hacia el Estado, última esperanza –aparte de la Providencia Divina-, implorando, exigiendo, gritando para que nos saque del pozo en el que nos hemos metido. Pero el Estado está a punto de ver como estalla su propia burbuja. Los inversores internacionales, antes complacientes, son ahora malignos especuladores que se han propuesto arruinarnos. Los gobiernos se debaten en el laberinto que ellos mismos han ido creando, incapaces de encontrar la salida. Necesitan a los votantes para existir, pero les resulta imposible darles todo lo que les habían ofrecido para conseguir sus votos. Ya no tienen nada que ofrecerles, sino sangre, sudor y lágrimas. Y el pueblo, desconcertado e incrédulo, asiste entre indignado y aterrado al desmoronamiento de una quimera de Estado Providencia; al estallido de la inmensa burbuja de un Estado que les ha engañado. Que les dijo que la democracia era la garantía de la libertad, de la justicia, de la prosperidad y de la seguridad. Que les hizo creer que con democracia todo sería maravilloso, que los derechos no tendrían límites, que alguien se encargaría de subsanar las consecuencias de sus errores, que podían despreocuparse de todo… excepto de votar cada cuatro años.

viernes, 11 de mayo de 2012

El peso de los escombros

El gobierno se ha puesto el traje de faena y se ha metido en obras. Pretende reformar España de arriba a abajo: el salón de la educación; el cuarto de baño de la sanidad; el dormitorio de las pensiones; el despacho del sistema bancario; y el trastero de la reglmentación laboral. Somos muchos los que pensamos que debería reformar también la instalación eléctrica del sistema autonómico; las ventanas de la separación de poderes; los desagües de las subvenciones; y los armarios empotrados de la partitocracia. Y ya puestos, tendría que hacerse un buen pulido y abrillantado del funcionariado. Se necesitan reformas, muchas y de envergadura. Pero, como en toda obra- se producen gran cantidad de escombros. Nadie está a salvo de que le caiga algún cascote en la cabeza, y todos vamos a quedar manchados con el polvo. Es inevitable: tendremos que soportar las incomodidades durante un tiempo, si queremos después disfrutar de una España convenientemente rehabilitada. Pero el gobierno debería planificar bien las obras, y tener mucho cuidado con los escombros. Existe el peligro de que –si se acumulan en exceso, sin orden ni previsión- el peso de esos desechos supere la resistencia de la estructura. A ver si por reformar a lo loco se nos va a hundir el edificio entero.

martes, 8 de mayo de 2012

La importancia de las motos

En un lejano país había un labrador que mantenía a sus cuatro hijos con el fruto de unas tierras que trabajaba con ahínco. Deseando que tuvieran un futuro digno del siglo XXI los envió a estudiar a la ciudad. Como los gastos eran muchos, pensó en instalar invernaderos para aumentar la producción de sus tierras. Obtuvo un préstamo del banco del pueblo para adquirir los materiales, y al año siguiente la cosecha se multiplicó, con lo que pudo devolver parte del crédito y dedicar el resto al mantenimiento de sus hijos en la ciudad. A la vista de la buena situación, los hijos le explicaron que estudiarían mejor si pudieran disponer de en un piso amplio, en vez de en vivir en la estrecha habitación de una pensión junto a la universidad. El padre lo entendió, y solicitó y obtuvo un nuevo préstamo del banco. La cosecha volvió a ser cuantiosa, y pudo devolver la parte del préstamo de ese año. Entonces los hijos le dijeron que perdían mucho tiempo en desplazamientos desde el nuevo piso de la ciudad hasta la universidad. Le propusieron que comprara una moto para cada uno, y que tenía que ser de gran cilindrada, para no ser menos que sus compañeros. El padre volvió a hablar con el banco, y obtuvo un nuevo préstamo para comprar cuatro soberbias máquinas. Ese año la cosecha fue también buena, pero las tormentas primaverales habían dañado las instalaciones del invernadero. El hombre volvió al banco para pedir dinero para reparar su explotación, pero esta vez el banco no accedió a su demanda. Habló entonces con sus hijos, y les pidió que vendieran las motos para con ese dinero arreglar el invernadero. Los hijos le dijeron que eso era imposible porque todos sus compañeros se burlarían de ellos. Para no enfrentarse con ellos, el hombre aplazó las reparaciones. La cosecha fue menor ese año, y el invernadero se deterioró aún más. No pudiendo devolver lo pactado al banco, les dijo a sus hijos que no podría enviarles sino la mitad del dinero de otros años. Los hijos se enfurecieron: le dijeron que estaban en mitad de sus carreras, que él les había enviado a estudiar, que tenían derecho a hacerlo, y que no podían ir en autobús a la universidad. Tampoco aceptaron alquilar dos de las habitaciones de la casa a otros estudiantes porque estarían todos demasiado apretados. El padre se resigno. El dañado invernadero produjo ese año una cosecha ínfima. No pudo devolver los préstamos. El banco embargó las tierras, el piso de la ciudad, y las motos. Los hijos tuvieron que abandonar los estudios, y sin un lugar donde vivir se alistaron en el ejército del país vecino. No volvieron a dirigir la palabra a su padre, culpándole de haber administrado mal las tierras y de haberles dejado sin dinero y sin futuro.