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jueves, 19 de octubre de 2017

La razón de la sinrazón

Hace unos días, Richard Thaler ha obtenido el Premio Nobel de Economía por sus investigaciones sobre los factores emocionales que impulsan a conductas irracionales en las decisiones económicas. Si la irracionalidad campea en un ámbito tan propicio a la cuantificación y la comparación objetivas como es la Economía, ¿qué podremos decir de otras áreas tan subjetivas como la Política?

Es imposible convencer con razonamientos a un yihadista dispuesto a activar el cinturón de explosivos que rodea su cintura de que no es cierto que su acto le vaya a conducir directamente a un paraíso celestial colmado de placeres para la eternidad. No es posible razonar contra la fe. No existen razonamientos válidos contra la superstición.

Es ilusorio esperar que los secesionistas de Cataluña atiendan a razones. Ni las declaraciones de los gobiernos europeos, ni los avisos de organizaciones internacionales, ni la estampida de empresas huyendo de Cataluña, ni las advertencias de las instituciones del Estado, ni las señales de alarma de los hoteleros o los vendedores de automóviles, nada, absolutamente nada, puede hacer cambiar de criterio a las mentes enloquecidas que se disponen a activar una bandera estelada, por dañinas que puedan ser las consecuencias para ellos mismos.

El gran reto para el Gobierno y las demás instituciones del Estado no es desactivar a los dirigentes políticos de Cataluña. Al fin y al cabo, para un político “siempre” significa “de momento”, y “nunca” quiere decir “ya veremos”. Lo verdaderamente difícil será conseguir devolver la racionalidad a los que se han creído que la Abadía de Monserrat puede hacer milagros.


No existen métodos sencillos para hacer desaparecer el delirio de cientos de miles de cabezas. Harían falta miles de psicólogos trabajando durante años. Pero se podría empezar eliminando los principales causantes del enloquecimiento colectivo: el adoctrinamiento permanente a través de los medios de comunicación autonómicos y el modelo educativo en vigor en Cataluña.

jueves, 12 de octubre de 2017

La ley y su talón de Aquiles

En sentido amplio, la ley el es conjunto de reglas que permiten el desempeño ordenado de las actividades de los ciudadanos. La legitimidad de las leyes puede ser nula -como en las dictaduras-, problemática –como en las teocracias-, o completa –como en las democracias avanzadas. A pesar de ello, en los tres casos cumple su función para ordenamiento de la convivencia y para la resolución de los conflictos.

Tanto para la gestión de una comunidad de vecinos, como para la conducción de vehículos, o para disputar un encuentro de fútbol, es imprescindible la existencia de unos estatutos y reglamentos que señalen lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Nadie imagina un partido de fútbol en el que uno de los equipos se salte las reglas metiendo goles con la mano, defendiendo una portería más pequeña que la del contrario, o ignorando las decisiones del árbitro.

Durante las últimas semanas se viene discutiendo sobre la legalidad o ilegalidad de las acciones que vienen ejecutando el gobierno de la Generalidad de Cataluña, su Parlamento, la policía autonómica y las organizaciones independentistas. Desde el punto de vista legal no ha existido convocatoria de referéndum, ni referéndum, ni ley de transitoriedad, ni proclamación de independencia. No hace falta explicar que todo ello está totalmente fuera de la ley.

Pero no deberíamos olvidar que la ley no lo puede todo, y que muchos actos cometidos fuera de la ley se han convertido en realidades.     El 14 de abril de 1931 en muchos ayuntamientos de España se izó la bandera republicana, y un comité revolucionario la proclamó en Madrid sin ningún soporte legal. El 12 de marzo de 1938, Hítler anexionó a Austria como una provincia alemana más. Ninguna ley amparaba esa acción, pero hizo falta una guerra y cien millones de muertos para revertir la situación. El 9 de noviembre de 1989 el muro de hormigón que dividía los sectores occidental y oriental de Berlín dejó de cumplir su función sin apoyo de ninguna ley.

En el caso de la anexión de Austria, la aplastante superioridad militar se impuso sin dificultad a la ley. Pero en los otros dos ejemplos fue una multitud desarmada la que bastó para convertir la ley en unos papeles inútiles.


A estas alturas nadie debería albergar dudas sobre lo que les importan las leyes a los independentistas de Cataluña. A mí lo que me preocupa es que el Gobierno de España y los partidos constitucionalistas puedan creer que basta con disponer del escudo de la ley para asegurar que los sediciosos no se saldrán con la suya, y que olviden que la ley también tiene su talón de Aquiles