............

............

viernes, 29 de marzo de 2019

Si algo pasa, está la SER

Esto sólo acaba de empezar. No sabemos cuánto se tardará en detener la pandemia, pero cabe esperar decenas de miles de infectados y muchos miles de fallecidos, sólo en España. Serán dos, cuatro o seis meses de angustia sanitaria, y otros tantos de parálisis en la industria, el comercio y los servicios. El miedo de los ciudadanos se puede resumir en dos tarjetas: la sanitaria y la de crédito.

Porque si el golpe que va a recibir la sociedad en el plano de la salud va a ser muy doloroso, el hachazo que nos espera desde el lado de la economía puede ser aún mucho peor. Ante la situación de cierre de comercios y de empresas, todo el mundo espera del gobierno medidas compensatorias. Los trabajadores que no pueden trabajar esperan que alguien pague  sus sueldos, y las empresas que no pueden vender esperan que el Estado les conceda ayudas especiales.

¿Y qué va a poder hacer papá Estado? Dejará de recaudar el IVA de todos los productos que no se van a vender, de todos los bienes que no se van a fabricar, de todos los turistas que no van a venir. Dejará de recaudar el IRPF de todos los trabajadores que no van a poder trabajar y el impuesto de sociedades de todas las empresas que no van a tener beneficios o que tendrán que cerrar. Simultáneamente tendrá que multiplicar el gasto en una Sanidad sobrecargada, en unas prestaciones sociales desbordadas. Todo esto con una deuda del 96% del PIB, y con escasas posibilidades de obtener préstamos en los mercados mundiales fuertemente recalentados.

Tengo razones para dudar de la capacidad del presidente del gobierno para estar a la altura. Pero creo que haría bien en prevenir a esta sociedad tan alegre y confiada hasta anteayer de que nos espera lo que Winston Churchill prometió a los británicos en la Segunda Guerra Mundial: Sangre, sudor y lágrimas.

domingo, 24 de marzo de 2019

La felicidad y el odio


Todo el mundo quiere ser feliz, pero hay elementos que son incompatibles con la felicidad. Unos son naturales –como el hambre y el dolor-, otros de carácter psicológico –como el miedo-, y otros esencialmente sociales –como la envidia, el rencor y el odio.


Éste último se está convirtiendo en el principal obstáculo para la felicidad de los españoles. Hay odios para todos los gustos. A la derecha y a la izquierda, a los católicos o los musulmanes, a los hombres o a las mujeres, a los inmigrantes, a los homosexuales, al equipo de fútbol rival, a los fumadores, a los políticos, a los taurinos. Los odiadores más activos son capaces de mantener simultáneamente varios tipos de odios. Incluso no falta quien se odia a sí mismo.

El odio tiene un fuerte componente inercial. Una vez se apodera de la mente se atrinchera en ella y devora toda capacidad de análisis racional, lo que impide revisar si sus fundamentos son reales o imaginarios. Frecuentemente son el rencor y la envidia los factores que subyacen y lo mantienen activo.

El nacionalismo del País Vasco –con la ayuda de la brutalidad de ETA- fomentó el odio a España y a los españoles. En Cataluña –mediante herramientas más inteligentes- se han construido la misma clase de odio. Durante cuarenta años se ha venido inoculando en la mente de muchos catalanes el odio. A través de los medios de comunicación de los gobiernos nacionalistas, mediante los textos escolares y las enseñanzas de los maestros, millones de personas en Cataluña han aceptado una larga lista de agravios sufridos por Cataluña a manos de los odiosos españoles. Por supuesto, esos catalanes no están locos, ni son tontos ni malvados. La inmensa mayoría creen de buena fe que sus exigencias y sus aspiraciones son razonables y están plenamente justificadas. Podrían ser felices, podrían disfrutar de más prosperidad. Pero no se puede ser feliz cuando se odia. Y cuando prospera el odio disminuye la prosperidad.


domingo, 17 de marzo de 2019

La desmemoria electoral


Los partidos políticos están ya en campaña. Como viejas vedettes cargadas de años, achaques y arrugas que se cubren con seis capas de maquillaje y se envuelven en fastuosos vestidos para aparecer radiantes bajo los focos, los partidos afrontan su maquillaje particular con el objetivo de hacer que los electores se fijen únicamente en o que parecen ser, y se olviden de lo que realmente son.

Todos tenemos una opinión –mejor o peor- respecto a Podemos, un buen partido para el que le guste el comunismo. También sabemos todo lo bueno y lo malo que ha hecho el Partido Popular en todos los ámbitos en los que ha gobernado. Lo mismo podemos decir respecto al PSOE, que no ha gobernado menos ni ha dejado de tener sus aciertos y sus errores. De Ciudadanos, aparte de lo que ha hecho en la oposición, sólo sabemos de su talante abierto, siempre dispuesto a engrosar sus filas con micropartidos y con descontentos de otros. Menos podemos saber de Vox, aparte de media docena de ideas generales, pero vírgenes en cuanto a experiencia de gobierno o de oposición.

Sabiendo tanto como sabemos de lo que ha hecho y dicho los líderes de los principales partidos, ¿para qué necesitamos las campañas electorales? Muy sencillo: para que nos olvidamos de todo lo que sabemos. Para que hagamos un reset mental. Para que nos creamos lo que ahora dicen que harán. Para que les votemos a pesar de las muchas veces que han cambiado de criterio, en la infinidad de ocasiones en las que nos han mentido, en la desvergüenza con la que señalan los defectos de sus adversarios mientras disculpan permanentemente los suyo.

El truco más importante son las encuestas. A través de ellas consiguen que el foco de los votantes se sitúe en el futuro y no en el pasado. Las encuestas pretenden decirnos lo que va a ocurrir y consiguen que mucha gente decida su voto en función de ese presunto futuro. El votante imagina un resultado coincidente con las encuestas, y hace cálculos, supesa posibles alianzas postelectorales, considera el voto útil, y termina votando como si ya supiera lo que va a pasar en lugar de sabiendo lo que ya ha pasado.

Además, para reforzar el engaño se hacen acompañar de vedettes jóvenes y llamativas. Un Jefe de Estado Mayor, jueces mediáticos, algún que otro actor televisivo, un ex primer ministro francés, una activista gitana, un señor que vendía Coca-colas, un señor que se hizo famoso porque asesinaron a su hija, y hasta un astronauta. Sólo les falta fichar un torero y una fallera mayor. Todo vale para conseguir la amnistía política de los votantes.

domingo, 10 de marzo de 2019

Sobre feminismo y antisemitismo


En los años 30 del pasado siglo se impuso en Alemania la idea de que los judíos eran la causa de todos los males de la nación. Se les consideró una raza degradada, improductiva y parasitaria. Es cierto que muchos judíos se dedicaban a las finanzas y al comercio, y disponían de grandes fortunas. Igual de cierto que muchos otros judíos ejercían profesiones liberales, como médicos y abogados. Pero también es cierto que la mayoría de los judíos alemanes desempeñaban trabajos más humildes: escribientes, camareros, artesanos, etc. El odio hacia los judíos –estimulado por el nacionalsocialismo- dio lugar a que la mayoría de los alemanes contemplaran con aprobación o con indiferencia como millones de judíos fueron perseguidos, humillados, detenidos y eliminados. Este es un ejemplo de cómo la masa puede aceptar una leyenda inventada como si fuera real.

Terminada la II guerra mundial, el genocidio perpetrado contra los judíos sirvió de excusa para perpetrar el sometimiento y la expulsión de sus tierras de los millones de personas que vivían en los territorios donde se implantó el estado de Israel.

Este es un ejemplo de cómo se pueden cometer gravísimas injusticias al amparo de otras injusticias pretéritas.

En la España de 2019 se ha impuesto la idea de que las mujeres sufren una discriminación insoportable, que carecen de derechos, y que se les impide desarrollar su vida en libertad.

Es cierto que cada año alrededor de 50 mujeres mueren a manos de sus parejas o exparejas. También es cierto que el promedio de salarios de todas las mujeres es inferior al promedio de salarios de todos los hombres. Y sigue siendo cierto que la mayoría de las mujeres tenían muchos menos derechos que los hombres hace 50 años. Pero no es cierto que el número de homicidios contra mujeres sea mayor en España que en el resto de Europa. De hecho, es inferior a la media europea. Tampoco es cierto que las mujeres tengan menos derechos que los hombres. La Constitución establece la igualdad entre los sexos, y no existe ninguna discriminación legal para ellas. Cualquier mujer puede estudiar cualquier carrera universitaria, desempeñar cualquier trabajo, ingresar en el Ejército o crear una empresa. Si hay menos mujeres en la pesca, la minería, en la construcción o en las carreras técnicas es únicamente porque libremente eligen no hacerlo. Tampoco es verdad que las mujeres reciban menor salario cuando desempeñan la misma función, con igual responsabilidad, antigüedad, horario y disponibilidad. La llamada “brecha salarial” entre hombres y mujeres no es diferente de la brecha salarial entre los madrileños y los zamoranos. La media de los salarios de los primeros es superior a la de los segundos, pero eso se debe a diversos factores, entre los que no está que se discrimine a nadie por ser zamorano. Este es otro ejemplo de cómo una leyenda inventada puede ser asumida como algo real por la masa.

Con la excusa de que las mujeres españolas del siglo pasado dependían de sus maridos y carecían de los mismos derechos que éstos se ha creado el actual estado ginocrático. Están en vigor leyes que penalizan a los hombres por el hecho de serlo. Funcionan infinidad de organismos dedicados en exclusiva a facilitar diversas ayudas sólo para mujeres. Se destinan miles de millones de dinero público a innumerables asociaciones de mujeres, pero no existe ni una sola asociación sólo de hombres.

Este es otro ejemplo de cómo se pueden cometer gravísimas injusticias al amparo de otras injusticias pretéritas.