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viernes, 21 de marzo de 2014

El frescor salvaje de la cremallera

Hace unos años, una conocida marca de jabones lanzó una potente campaña publicitaria en la que destacaba que su producto tenía “el frescor de los limones salvajes del Caribe”. Como en tantas otras estrategias comerciales, se trataba de colocar una etiqueta llamativa –en este caso exótica- en un producto que no tiene nada relevante que lo distinga de los demás.

Me he acordado de aquellos anuncios al ver cómo el PSOE ha presentado las bondades de su candidatura al Parlamento Europeo, presumiendo de que se trata de una “lista cremallera”. Es decir, en la se van alternando sucesivamente una mujer y un hombre desde el principio hasta el final.

Nuevamente, este partido desorientado, que trata de encontrar una identidad perdida y un líder que le guíe a la tierra prometida del poder, recurre a un truco de prestidigitación y marketing, aparentando que saca un conejo de una chistera que está completamente vacía.

Colocar a hombres y mujeres alternos en una candidatura es tan irrelevante como ordenarlos según su estatura: el más alto de número uno, y el más bajito en último lugar. Venderlo como un gran logro y un avance democrático es, sencillamente, una estafa y un insulto a la inteligencia de los electores.

Sin embargo, no faltarán ciudadanos que se dejen hipnotizar por el truco. Deslumbrados por la apariencia, olvidarán que los limones salvajes del Caribe pueden ser apestosos si están en estado de descomposición.

viernes, 7 de marzo de 2014

Las lanzas fiscales

En este batiburrillo de autonocracias en que se ha convertido España, se ha declarado una nueva guerra, esta vez a cuento de las llamadas “balanzas fiscales”. Este falaz concepto fue un invento de los nacionalistas catalanes, y bastaría saber quién lo inventó para saber que no podía traer nada bueno para la unidad de España.

La cosa consiste en sumar los impuestos que pagan todos los ciudadanos y empresas de una región, y compararlo con todo lo que esa región recibe como financiación por parte del Estado. En esa comparación se constatan aparentes desequilibrios, que permiten abonar la flor envenenada del victimismo, que tan bien cultivan todos los nacionalistas.

La falacia consiste en dar a entender que son los territorios los que pagan impuestos, cuando los que lo hacen son los ciudadanos. Ni Cataluña ni Aragón “pagan” impuestos al Estado. Es cada aragonés y cada catalán los que pagan, siempre dependiendo de sus ingresos. Y a causa de la función redistributiva de las políticas fiscales, el resultado es que los catalanes ricos pagan más que los catalanes pobres, al igual que los aragoneses ricos pagan más que los andaluces pobres.

Discutir sobre balanzas fiscales es un sinsentido porque el planteamiento está viciado de origen. Es imprescindible que España disponga de un sistema de financiación autonómica que refuerce la responsabilidad fiscal, evitando el modelo actual en el que los ciudadanos perciben que el avaricioso Estado central les quita los impuestos del bolsillo, mientras las bondadosas administraciones autonómicas les construyen polideportivos y escuelas.

Un sistema que contemple el coste unitario de los servicios que se prestan, lo que debe contemplar que es más caro prestar atención sanitaria a una población dispersa que a otra concentrada en una gran ciudad. Un sistema definitivo que proporcione seguridad jurídica, y que termine con esa subasta en la que todos quieren arrancarle al Estado un trozo de tarta mayor que la del vecino.

Más que una balanza, la fiscalidad se ha convertido en una lanza. En un arma más con la que las diferentes regiones se amenazan unas a otras, como ocurre con las lenguas, los ríos, o las grandes infraestructuras. Es imprescindible que el Estado asuma su responsabilidad en la coordinación del conjunto, si no queremos convertirnos en una nación de agraviados que recelan permanentemente unos de otros. Algo que les viene como un guante a los nacionalistas.