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miércoles, 26 de mayo de 2010

El eslabón perdido

Una sociedad es una tupida malla en la que millones de individuos están interrelacionados por infinidad de conexiones. Algunas son horizontales, como los lazos afectivos, familiares, de amistad, etc. que conectan a las personas de manera no jerárquica.
Junto a esas conexiones horizontales existen otras verticales. Cadenas más o menos largas, en las que los individuos están subordinados unos a otros. Es lo que ocurre entre padres e hijos; entre directivos y empleados; entre profesores y alumnos; o entre oficiales y soldados.
La Administración está trabada por esa clase de cadena. Los funcionarios tienen un jefe inmediato, que depende de otro jefe superior, el cual obedece a un director general, que está a las órdenes de un ministro, que obedece a un presidente de gobierno. La red es compleja, e incluye el estado, las CC.AA., los ayuntamientos, las diputaciones, la UE, y otros organismos internacionales.
Por ejemplo, la UE obliga al gobierno de España a tomar medidas para reducir el déficit. El gobierno obliga a los ayuntamientos a hacer lo propio, y los ayuntamientos impondrán a sus ciudadanos restricciones en los servicios que les prestan. Las decisiones se mueven a través de la cadena, y la máquina funciona.
Pero España tiene una grave anomalía: falta un eslabón en la cadena. El sistema autonómico se ha configurado de tal manera que el Estado apenas puede influir sobre las CC.AA. A veces a la fuerza, y a veces con irresponsabilidad, ha venido cediendo competencias que ahora es incapaz de recuperar.
Cada día que pasa aumenta el vértigo ante la situación económica. Cada vez hay más gente furiosa con el gobierno central, y lo va a estar pronto con sus ayuntamientos. Sólo las CC.AA. se libran de la rabia ciudadana. Han conseguido el milagro de ser el eslabón perdido: el que más gasta sin que nadie se fije mucho,  y el que impide que la cadena funcione.

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