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lunes, 16 de mayo de 2016

El oso de peluche

El refranero popular nos dice que no hay que vender la piel del oso antes de haberlo cazado. Sin embargo, la política española parece haber caído en manos infantiles, si nos atenemos a los hechos y dichos de la mayor parte de sus dirigentes.

Ayer, el líder interino del PSOE, Pedro Sánchez, cerrando los ojos a las perspectivas electorales de su partido, presentó lo que podría ser su equipo ministerial. Es decir, presentó la piel del oso, aunque es más que dudoso que consiga cazarlo.

Consolidadndo el espíritu bucólico-infantil que inauguró Rodríguez Zapatero, en ese quimérico gobierno aparecen áreas nuevas. Si Sánchez alzanzara su sueño tendríamos, probablemente, un Ministerio de Inmigración, otro de Refugiado, otro de Transparencia y otro de Ética Empresarial. Todo un ejercicio de juegos malabares con los conceptos en el decidido camino que emprendió el PSOE hacia el surrealismo político.

Yo les animo a dar un paso más. Les propongo que creen el Ministerio de la Paz, el de la Alegría, el de la Sinceridad, y el del Escondite Inglés. Y ya metidos en harina, habría que cambiar la denomicación de algunos ministerios tradicionales: el de Economía pasaría a llamarse Ministerio del Monopoly, el de Fomento Ministerio del Scalextric, el de Educación Ministerio del Trivial, y  el de Vivienda Ministerio de Exin Castillos.


En política no es nada nuevo lo de vender la piel del oso antes de haberlo cazado. La gran aportación del PSOE es que el oso sea de peluche.

viernes, 6 de mayo de 2016

La antipolítica


La política es el arte de gestionar el gobierno de una sociedad. En las democracias el poder se alcanza obteniendo la confianza de los ciudadanos, y en las dictaruras se obtiene mediante la fuerza.

En España, la política es el oficio de alcanzar el poder para ejercerlo en beneficio propio y de los afines, y el poder se alcanza sembrando la desconfianza hacia los partidos adversarios. En España no se practica la política, sino la antipolítica.

La mitad de la población no puede entender que un militante del Partido Comunista de España puede ser una persona honrada y bienintencionada que cree sinceramente que su ideología es lo mejor para todos. La otra mitad pinsa lo mismo respecto a un militante de Falange Española.

Pablo Iglesias se pasó dos años denostando a “la casta”, hasta que logró entrar a formar parte de ella. Desde entonces no ha vuelto a salir de su boca la palabra “casta”. Pedro Sánchez se ha negado a dialogar con el Partido Popular, lo que no supone un desprecio hacia Mariano Rajoy, sino hacia los millones de ciudadanos que votaron a ese partido. Alber Rivera no quiere saber nada de Podemos, y estos no quieren ni oír hablar del Partido Popular.

¿De verdad se odian tanto como parece? ¿Realmente son tan cerriles como para no reconocer que todos los partidos son igualmente legítimos?

Estoy convencido de que no es así. De hecho –fuera de las tribunas y lejos de las cámaras- conversan, dialogan, se cuentan chistes y comparten un aperitivo. Pero hay que mantener la ficción de las dos Españas, agitar el fantasma del franquismo, inculcar en los españoles un odio absurdo hacia los que piensan de otra manera.

¿A qué se debe esta conducta tan impropia de un país teóricamente democrático, y que no se da en ninguna otra democracia avanzada? Seguramente porque es la única manera de obtener el respaldo incondicional de “sus adeptos”. Sólo así consiguen que los ciudanos pasen por alto sus mentiras, sus trapicheos, sus discursos demagógicos y sus incumplimientos.

Y lo han logrado. En las próximas elecciones el grueso de la población no va a votar a favor de un partido u otro, sino contra uno u otro. Es el voto “anti”, es el resultado de la antipolítica.