............

............

jueves, 26 de diciembre de 2013

Un sueño de Navidad

Dejándome llevar por el espíritu navideño, ese que hace que todos nos sintamos en la obligación de ser felices, generosos, amables y bondadosos; me animé a escribir un cuento de Navidad, sin ánimo de menospreciar al gran Dickens.

Había un país en el no eran peores los que iban a misa que los que se postraban hacia La Meca. En el que los hombres no veían a las mujeres como siervas, ni ellas les veían a ellos como tiranos. Donde los “de derechas” no pensaban que los “de izquierdas” fueran unos parásitos, y donde estos no creían que los primeros fueran unos déspotas.

Un país en el que los empresarios no veían a sus empleados como hienas, ni los trabajadores a los empresarios como sanguijuelas. Una nación en la que los habitantes de cada pueblo eran vecinos y no enemigos. En el que los diferentes eran una incógnita, pero no una amenaza. Un lugar en el que los políticos no pensaban en los ciudadanos como conejillos con los que experimentar, y los ciudadanos no pensaban que la única obsesión de los políticos era fastidiar a la gente.

Escribí el cuento. Pero al releerlo me di cuenta de que el argumento era tan descabelladamente increíble que rebasaba los límites de la fantasía. Como mucho, podría valer para el 24 de diciembre, pero quedaría completamente desfasado el 26. No servía para ser un cuento. Sólo podía ser un sueño.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Los desfavorecidos

Las fechas navideñas constituyen el momento álgido para el altruismo. De repente, todo el mundo siente la necesidad de ayudar a los que más lo necesitan. Por doquier se organizan rastrillos, recogida de alimentos y conciertos “solidarios”. Una oleada de generosidad que puede servir para calmar la mala conciencia de unos dispendios navideños que en muchos casos exceden lo razonable. Los medios de comunicación nos bombardean con apelaciones a la solidaridad, y una y otra vez nos recuerdan la existencia de los “desfavorecidos”.

Los desfavorecidos han venido a sustituir en el lenguaje políticamente correcto a los pobres de toda la vida, de igual manera que la solidaridad ha sustituido al altruismo. Para muchos es sencillamente una cuestión de modas en el lenguaje, aunque el lenguaje nunca es casual y siempre esconde los postulados de la ideología dominante en cada sociedad.

Dice el diccionario que “pobre” significa “necesitado, que no tiene lo suficiente para vivir”. En cambio, “desfavorecer” es “dejar de favorecer a alguien, desairarle”. La diferencia no es banal. En el primer caso se trata de un sustantivo que se corresponde con una situación objetiva que posee el “pobre”. Define un hecho sin pronunciarse sobre el origen del mismo.

En cambio, el término “desfavorecido” implica la necesaria existencia de otros –los que desfavorecen-. Induce a pensar que junto a cada persona necesitada hay alguien que le ha privado de lo que le correspondía, de lo que se deduce que sin la presencia de ese malvado no existiría tal necesidad.

Este sesgo del lenguaje construye así dos nociones profundamente ideológicas: por una parte, que los que padecen una situación de pobreza no tienen ninguna responsabilidad en ello; que son meros sujetos pasivos, víctimas indefensas y eternas de otros; y que no está en su mano acabar con su situación. Y en segundo lugar que la sociedad está formada por dos clases de personas: los inocentes desfavorecidos, y los malvados desfavorecedores.

No niego que pueda haber algo de esto. Pero creer que es así de forma general supone aceptar que la pobreza es un estado consustancial del que no se puede salir si no es gracias a la bondadosa solidaridad de otros. Supone negar la capacidad de esas personas para encontrar la manera de ayudarse a sí mismas. Supone admitir que se necesita un Estado protector que cuide de unas personas incapacitadas para sobrevivir sin su ayuda, que tienen que estar agradecidas a su bondad, y que -por lo tanto- no pueden ejercer de ciudadanos críticos, sino votar ciegamente al que les da de comer.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Hechos consumados

Los partidos secesionistas catalanes han acordado la fecha y las preguntas para la consulta que quieren realizar bajo el falaz amparo del “derecho a decidir”. Pasito a pasito, desde 1975, los independentistas han recorrido un largo camino hacia su objetivo final, que ya acarician con la punta de los dedos.

Es el penúltimo capítulo de una sucesión de hechos consumados. No es cierto que se trate de un callejón sin salida. Se trata de un callejón del que se saldrá rompiendo algo para abrir camino. Quedan pocas alternativas: o el gobierno aplica la Constitución e impide la consulta por la fuerza, suspendiendo incluso la autonomía de Cataluña. O le tiemblan las piernas y acepta resignadamente lo inevitable.

En el primer caso se acentuarán los sentimientos de victimismo, aumentará el deseo de independencia, y no puede excluirse una deriva violenta, con enfrentamientos, atentados y víctimas.

El segundo caso supondría firmar el acta de defunción de España como nación (eso que Zapatero decía que era “discutido y discutible). ¿Cuánto tardarían los independentistas vascos en seguir el ejemplo? ¿Y los gallegos? Al igual que ocurrió en 1978 con la fiebre autonomista (hasta Segovia quería ser autónoma), ninguna de las actuales CC.AA. querría ser menos. Canarias, Aragón, Andalucía, Baleares emprenderían también el viaje hacia el pasado, hacia la irracionalidad. España quedaría reducida, probalemente, a lo que ahora es la Comunidad de Madrid.

Ubicación de CataluñaNo hay que culpar a los independentistas de este desaguisado. Ellos son lo que son, lo admiten: su objetivo siempre ha sido la independencia. Los culpables son otros: millones de españoles que por torpeza, por interés, por cobardía o por desidia han permitido que se fuera produciendo la cadena de hechos consumados.
  • Los que redactaron una Constitución que introdujo el concepto de “nacionalidades y regiones”.
  • Los gobiernos del PSOE que entregaron la Educación a los nacionalistas para que pudieran ir adoctrinando en la falsedad a las nuevas generaciones.
  • Los gobiernos del PP que continuaron cediendo competencias del Estado, y que renunciaron a exigir lealtad constitucional a los gobiernos de CiU y del tripartito.
  • El presidente Rodríguez Zapatero que alentó el nuevo Estatuto de Cataluña.
  • El Tribunal Constitucional que dio validez a gran parte del contenido de ese estatuto.
  • Los medios de comunicación que entonces clamaban “España no se rompe”.
  • Los millones de españoles que también decían “España no se rompe”, aunque sólo fuera por llevarle la contraria a Aznar.
  • Los millones de españoles que durante tres décadas han aplaudido sus banderas autonómicas, despreciando la bandera nacional de todos.
  • Todos los que han eliminado de su vocabulario la palabra “España”, sustituyéndola por eufemismos como “este país”, “el Estado español”, “el conjunto del Estado”, o “la península ibérica”.
En el ensayo "De vuelta a la aldea" (Ed. Gran Vía. Burgos. 2004) ya advertía de que esta era una de los posibles finales de la cuestión nacionalista en España: la disgregación de lo que ha sido durante 500 años una nación. La Tierra seguirá girando. A lo largo de la Historia han aparecido y caído grandes imperios. No es el fin del mundo. Pero la estupidez, el egoísmo y la miopía política de los no nacionalistas nos habrán dejado a todos más débiles, más pobres, más insignificantes.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El buscapegas

En el edificio donde vivo hay un vecino, jubilado él, que pasa el día merodeando por escaleras, sótanos y rellanos. No es el presidente de la comunidad, pero vigila constantemente que todo marche debidamente. Cambia bombillas fundidas, detecta una filtración, encuentra unas llaves perdidas, y recoge unos papeles tirados en el suelo. Le llamamos cariñosamente el “Salvatodo”.

Hay otro vecino que es la antítesis del anterior. Jamás ha cambiado una bombilla ni recogido un papel, pero es un tipo muy responsable y no se pierde ninguna reunión de la comunidad. Yo creo que espera cada año la convocatoria, que estudia el orden del día, y que prepara meticulosamente su intervención ante el resto de propietarios.

Su aportación a la asamblea es fundamental. Gracias a él nos enteramos de todo lo que no se ha hecho bien, nos cuenta cómo habría que haberlo hecho, y nos ilustra sobre lo que habría que hacer, y de cuándo y cómo hacerlo. Pide que le enseñen todas las facturas, pregunta por cada detalle, y se escandaliza porque no se le consultó cuando hubo que llamar a los bomberos para sacar a una vecina atrapada en su balcón. Le llamamos el “buscapegas”, aunque el Salvatodo suele referirse a él como “el tocawebs”.

En cualquier grupo hay siempre un “buscapegas”. En una empresa, en una ONG, en un viaje organizado, en el cine o en el restaurante. Son tipos peculiares, muy pagados de sí mismos, a menudo algo visionarios, que tienen en su cabeza la organización “perfecta” de cualquier actividad humana. Es una lástima que no sean capaces de trasladar a sus manos lo que tienen en la cabeza, y no puedan hacer por sí mismos ni una pequeña parte de lo que dicen que tendrían que hacer los demás.