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martes, 29 de septiembre de 2015

El encaje de España en Cataluña

Si algo ha quedado claro en las elecciones del pasado domingo en Cataluña es que no hay una mayoría de catalanes partidarios de independizarse del resto de España. A pesar de la inmersión lingüísitca, de la propaganda de todos los medios de comunicación controlados por la Generalidad, y de las movilizaciones callejeras, los catalanes que quieren la independencia no llegan al 50% de la población.

Sin embargo, si de algo podemos estar seguros es de que ninguno de los partidos y colectivos que aspiran al nacionalismo va a dejar de hacerlo tras estas elecciones.

Lo que importa es saber qué van a hacer los partidos que defienden la unidad de España. Y ya vamos viendo que todos van a tratar de buscar vías para facilitar “el encaje de Cataluña en España”. Volveremos a oír las falacias del reconocimiento de la singularidad de Cataluñá (como si las demás regiones no tuvieran las suyas), los derechos históricos (como si Castilla, León y Aragón no tuvieran historia), o lo de las balanzas fiscales (como si no fuera que los ricos catalanes pagan los mismos impuestos que los ricos gallegos o andaluces).

Los distintos gobiernos de España llevan 35 años haciendo concesiones a los gobiernos nacionalistas de Cataluña y del País Vasco con la vana esperanza de calmar sus ansias de independencia. Nadie pude discutir que esa estrategia ha fracasado clamorosamente. ¿Vamos a continuar cometiendo el mismo error? En las elecciones generales de 2011, 21,2 millones de electores votaron a partidos no independentistas, y 1..270.393 votaron a CiU y ERC. ¿Por qué tanto el gobierno como los partidos que representan a más de 21 millones tienen que ceder en parte a las pretensiones de los que sólo representan al 6% de los electores?

Ha llegado el momento de decir ¡basta!. Dentro de tres meses todos los españoles tendremos la oportunidad de volver a votar. Esos 21 millones podremos elegir un partido que esté dispuesto a negociar con el gobierno de Cataluña. Pero para negociar la devolución de algunas competencias al Estado, para garantizar el libre uso y el aprendizaje del español en Cataluña, para garantizar la igualdad de derechos de todos los españoles.

Podremos, en fefinitiva, terminar de una vez con las interminables reclamaciones nacionalistas. Podremos elegir partidos que se comprometan a defender los sentimientos de todos los españoles, y no sólo los de los catalanes separatistas. Podremos elegir un gobierno que se ocupe de encajar España en Cataluña, en vez de dedicarse a intentar el encaje de Cataluña en España.


viernes, 25 de septiembre de 2015

El malcriado


Cuando en una familia hay un hijo malcriado, impertinente, protestón, maleducado, exigente, egoísta, prepotente y siempre insatisfecho, no es culpa del hijo, sino de quienes no han sabido educarle.

Es el caso de los españoles que viven en Cataluña, pero no quieren ser españoles porque se han dejado seducir por el canto de sirrena nacionalista que les ha prometido el Paraíso de una Cataluñá independiente.

No es, pues, a esos catalanes –españoles, a su pesar- a los que hay que intentar convercer de una realidad que no quieren ver, porque –como suele suceder- los sueños son más atractivos que las realidades.

Son los padres del Gobierno de la nación, y también los hermanos de Cuenca, de Ávila, de Zamora o de Teruel los que tienen que cambiar por completo su actitud y su conducta respecto a los malcriados. Estos han llegado a ser como son por culpa de la debilidad de aquellos. De su indolencia, de su inhibición, de su permisividad y de su cobardía. Han actuado durante 35 añós como el padre que deja que su hijo se atiborre de caramelos con tal de no oírle llorar, y ahora sufren los desprecios, los insultos y los empujones de esa malcriado insoportable.

Año tras año aumenta el número de denuncias de padres maltratados por sus hijos. No es que los padres se hayan vuelto intransigentes. Es que la situación familiar se ha vuelto tan insotenible que se ven obligados a tomar esa medida, con todo el dolor que supone llevar a un hijo ante la Justicia.

Ahora, tras décadas de dejación de sus responsabilidades, ese es el único camino que queda a partir del 27 de septiembre, y sea cual sea el resultado de las elecciones en Cataluña. Hay que acudir a la Justicia para que aplique la ley, y toda la ley. Hay que coger la Constitución y su artúculo 155 con una mano, y con la otra el Tribunal Constitucional, la Fiscalía, y los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

No se trata de suspender la autonomía en Cataluña, sino de intervenir las instituciones clave en la malcrianza: la Consellería de Educación, TV3 y la radio pública de Cataluña. El Estado tiene que hacer valer de una vez por todas su legitimidad democrática y el respaldo internacional para actuar sin complejos. No se le puede dar ni un caramelo más al malcriado. Es cierto que es diferente de sus hermanos, pero no es mejor. Es más egoísta, más insolidario, más altanero y más bravucón.


Se han perdido 35 años intentando con buenas palabras hacerle ver que iba por mal camino. Ha llegado el momento de ponerse firmes y dejarse de contamplaciones. Si el malcriado no quiere entender razones, tendrá que entender las acciones.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

La "dignidad" animal

No soy aficionado taurino. Nunca he asistido a una corrida, aunque sí he presenciado encierros de vaquillas y toros de fuego en las fiestas de algún pueblo. No maltrataría caprichosamente a ningún animal, y si me pidieran mi opinión sobre el Toro de la Vega, votaría en contra de ese espectáculo tradicional.

Pero puedo pensar así sin necesidad de caer en el exceso de atribuir a los animales conceptos exclusivamente humanos como dignidad, derechos o alma. Puedo coexistir con el mundo animal sin ponerme a su nivel, y sin poner a los animales al mío.

Porque si lo hiciera no podría contentarme con pedir la prohibición de las corridas de toros o de la presencia de animales en los circos. Si hablamos de crueldad y de respeto a los animales ¿por qué nos parece bien montar a caballo? ¿qué opinarán los perros respecto a que les lleven atados por el cuello? ¿No es cruel castrar a los gatos? ¿disfrutarán los peces cuando se les clava el anzuelo de un pescados? ¿Habría que prohibir enjaurlar a los pájaros o tener peces de colores en peceras? ¿es una vida digna la de las gallinas ponedoras, la de los pollos cuya corta vida transcurre en un estercho reducto?

La dignidad y los derechos son inventos humanos que sólo los seres humanos pueden entender. Cuando alguien maltrata innecesariamente a un anmal está mostrando su propia vileza, pero no afecta a la inexistente dignidad del animal. De hecho, a un pollo le da exactamente igual si le matan para comérselo o por pura diversión. En cambio, los humanos  tienen la capacidad de enfrentarse a gritos e insultos en Tordesillas, defendiendo unas ideas. Algo que ningún animal hará nunca.

Entiendo que muchas personas encuentren desagradable los espectáculos con animales, pero nadie les obliga a asistir a ellos. Y detrás de la encendida defensa que algunos hacen del respeto a los animales me parece que se oculta una absoluta falta de respeto hacia las preferencias de otros seres humanos, o un talibanismo liberticida.

Vivimos en un ecosistema biológico en el que decenas de miles de especies compiten entre sí, y unas se comen a otras. No tengo instintos sanguinarios contra los animales, pero prefiero comerme un pollo a que un pollo se me coma a mí.


jueves, 10 de septiembre de 2015

Delicados capullos

Estos días se está porduciendo la incorporación de los escolares a sus aulas (en cada Comunidad Autónoma a su bola, que en algo se tienen que difernciar unas de otras). Igualmente, cientos de miles de menores de tres años comienzan también a pasar buena parte del día en guarderías infantiles.

En el progresivo proceso hacia el reblandecimiento absoluto de las nuevas generaciones, las medidas que se implantan para evitar que los niños padezcan la menor contrariedad se van perfeccionando. Ya hace años se eliminaron las calificaciones de 1 a 10 de los pequeños, por si alguno se traumatizaba. En algunas CC.AA. los profesores no pueden calificar con un cero a los alumnos de secundaria, o si lo hacen tienen que redactar un prolijo informe.

Fuera de las escuelas la cosa no es diferente. Ha habido que poner suelos de causcho en las zonas de juegos d elos parques, no fuera que algún quirubín se hiciera una raspadura en una rodilla y se pusiera a llorar durante cinco minutos. En los coches de las familias, los niños sólo pueden viajar incrustados en unos artilugios con más medidas de seguridad que los pilotos de combate.

El paso más reciete de esta escalada sin fin es el relacionado con la entrada de los más pequeños en las guarderías. Ya no sólo es que los primeros días sólo vayan un par de horas. En muchas, los directores-gallina o las autoridades-gallina obligan a llevar una foto del padre y otra de la madre, para colgarlas en la pared, de forma que el niño pueda verlas, y esto incluso en el caso de lactantes de pocos meses. En otras han implantado la norma de que durante la primera semana tiene que permanecer en el aula el padre o la madre durante todo el tiempo para que el niño los vea todo el rato.

Probablemente, en cursos venideros, se hará que los padres, los abuelos, y la tía Margarita estén en clase con los niños menores de 14 años durante tres meses. O que cada familia lleve a la guardería el sofá del salón de casa, para que el niño no se sienta en un lugar extraño.

No creo que el modelo de Esparta sea el más adecuado para moldear el espíritu de los niños para que llegen a convertirse en adultos física y mentalmente sanos. Pero me parece un despropósito el grado de proteccionismo que envuelve a los pequños en las sociedades occidentales.

Todas las medidas de las familias, de los profesores, y de la sociedad apuntan a la construcción de una sociedad formada por adultos infantiles. Una sociedad formada por personas que habrán crecido en una burbuja artifiial, en un confortable útero social, cada vez más incapacitadas para sobreponerse a cualquier frustración. En un mundo globalizado y altamente competitivo, esas generaciones tendrán pocas probabilidades de enfrentarse a la presión de gentes otras culturas más consistentes, más arriesgadas, y más esforzadas.

Estamos criando a nuestros hijos como delicados capullos de flor. Y el resultado será que tendremos unos adultos extremadamente delicados. Y peligrosamente capullos.

viernes, 4 de septiembre de 2015

La solidaridad tiene un precio

El drama que están viviendo decenas de miles de personas que huyen de las atrocidades de la guerra de países como Siria o Libia están sacudiendo, por fin, las conciencias del mundo occidental. Las trágicas imágenes de ese éxodo han conseguido llamasr momentáneamente la atención de los españoles, muy ocupados en asuntos más graves, como cuestiones identitarias, reformas constitucionales, o devolución del 25% de la paga de Navidad a los funcionarios.

Ahora mucha gente siente la llamada de la solidaridad, y muchos ayntamientos ya se ofrecen para acoger a esos refugiados. Se extiende la opinión de que Europa no puede encogerse de hombros ante la tragedia que afecta a tantos hombres, mujeres y niños.

Pero una cosa es predicar, y otra dar trigo. La Europa desarrollada y de los derechos humanos tiene la obligación moral de ayudar a esa pobre gente. Y los ciudadanos de esa Europa tienen que saber que nada es gratis, y que la soldaridad también tiene un precio.

La forma más eficiente de evitar el desplazamiento de cientos d emiles de refugiados sería la intervención militar en los países de origen, para imponer la paz, y para instaurar unos gobiernos democráticos, alejados del fanatismo religioso. Es una tarea nada sencilla, puesto que son los propios habitantes de esos países los que adoptan unas posturas fanáticas y antidemocráticas, como se ha visto en Irak y en los países donde floreció “la primavera árabe”. Y sobre todo, esa intervención supone el envío de tropas formadas por soldados europeos, muchos de los cuales perecerían sin duda en combate. Pero los europeos no queremos pagar la solidaridad con el precio de la vida de nuestros hijos.

La otra alternativa es la acogida. Recibirles, alojarles, vestirles, alimentarles, cuidar su salud, y educar a sus hijos. Todo esto tampoco sale gratis. No cuesta vidas, pero cuesta decenas de millones de euros, que tendrán que salir de la reducción de otras partidas. ¿Estamos dispuestos a sufrir más recortes en nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras pensiones, o nuestros servicios sociales? ¿Estamos dispuestos a pagar más impuestos para atender debidamente a los refugiados?

Supone también la estancia en nuestras civilizadas naciones de cientos de miles de personas que no llevan en su ADN cultural los valores democráticos de tolerancia y libertades. ¿Estamos dispuestos a aceptar las consecuencias de ese choque cultural? ¿Asumimos que una parte de esos refugiados no se van a integrar en nuestra cultura? ¿Aceptamos que algunos de ellos, una vez establecidos entre nosotros, van a conspirar para destruir nuesto sistema de valores, derechos y leibertades?

Soy partidario de que Europa no dé la espalda a estas personas. Pero echo en falta que nadie, absolutamente nadie, nos explique lo que conlleva esa ayuda. Quedarse únicamente con el impulso humanitario del momento puede convertirse en una bomba de relojería dentro de unos meses o años. 
La solidaridad tiene un precio, y es mejor conocerlo en lugar de recibir una factura inesperada dentro de un tiempo..