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miércoles, 20 de agosto de 2014

El "autoritarismo" de UPyD y el ejército de Pancho Villa

En un artículo de Francisco Sosa Wagner publicado en El Mundo, el diputado por UPyD en el Parlamento Europeo denuncia a UPyD de “prácticas autoritarias”. La acusación no es novedosa. Es la muletilla favorita de todos los detractores de UPyD, el argumento comodín que utilizan tanto los partidos adversarios, como los medios de comunicación hostiles, o los afiliados del partido que no han logrado hacer valer sus opiniones o no han logrado el apoyo de sus compañeros.

Sorprende, eso sí, que a Sosa Wagner le haya pasado inadvertido ese autoritarismo durante los cinco años en que ha defendido las ideas de UPyD en Europa, durante los debates del II Congreso de UPyD, y durante el proceso de elecciones primarias al que concurrió libremente, y en el que obtuvo el apoyo de una amplia mayoría de los afiliados.

En mi opinión, lo que subyace bajo este debate es una perversión conceptual de las muchas que enturbian el panorama político en España. Se trata de la confusión entre “autoridad” y “autoritarismo”, posiblemente heredada de los tiempos de la dictadura franquista.

Un sistema democrático se caracteriza por la existencia de procedimientos reglados para asegurar la representatividad. En un partido político son los afiliados los que deciden las posiciones políticas que defenderá la organización, y así ocurre en los congresos de upYd. Son también esos afiliados los que eligen a los órganos de dirección del partido, cuya misión consiste precisamente en aplicar las resoluciones que han tomado los afiliados.

Esos órganos ostentan, por tanto, la legitimidad para ejercer la autoridad dentro del partido, velando por el cumplimiento de las líneas establecidas. Líneas y órganos que son renovados periódicamente, también mediante procedimientos reglados en los que pueden participar todos los afiliados sin restricción alguna. Y mientras dura el mandato de los órganos y están en vigor las resoluciones, los cargos directivos del partido tienen la obligación de ejercer la autoridad que se les ha encomendado para asegurar el cumplimiento de lo acordado por los propios afiliados.

Si se ignora esto, si se califica de “autoritarismo” lo que es la práctica legítima de la autoridad, ¿cuál es la alternativa? Para unos puede ser el modelo asambleario, en el que las soflamas vibrantes sustituyen a la frialdad del voto secreto. Para otros la autoridad carismática de u líder mesiánico al que sigue un apacible rebaño. Los viejos partidos en España parecen haber optado más bien por el compadreo, el intercambio de favores, y las conspiraciones internas.

Si queremos unos partidos diferentes que puedan prefigurar una España diferente, es necesario devolver al concepto de “autoridad” la función que le corresponde. Despestrigiar la “autoridad” tachándola de “autoritarismo” no nos hará convertirnos en una democracia avanzada, sino en algo más parecido al ejército de Pancho Villa.