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martes, 19 de julio de 2011

La muerte digna

El 13 de mayo de este año el gobierno aprobó el anteproyecto de la Ley de Cuidados Paliativos y Muerte Digna, para regular el derecho de las personas en estado terminal a no prolongar su sufrimiento innecesariamente. Era una de las propuestas estelares del programa electoral del presidente Zapatero.

Sin embargo, la ley no ha sido aún aprobada, y –sarcasmos de la Historia- su impulsor no puede beneficiarse de ella. Zapatero agoniza políticamente. Su patología política es compleja: optimitosis crónica combinada con iluminitis republicata asociada a una hipersimplosis infecciosa. Desde hace más de dos años, algunos médicos le venían recomendando un tratamiento urgente a base de jarabe de realismo; inyectables de veracidad, y estricta dieta de sentido común. Otros le recomendaron que se ejercitara con una calculadora en operaciones aritméticas simples. Pero sus médicos particulares no compartían el diagnóstico, y le alentaban a proseguir en su desatinado viaje hacia ninguna parte.

Ahora sus propios facultativos han reconocido la gravedad de sus dolencias. Desde el doctor González –que siempre ha tenido dudas sobre la salud del ilustre enfermo- hasta el doctor Rubalcaba –que no lo da más de seis meses de vida-. Finalmente, el jefe de servicio, doctor Cebrián, ha sentenciado que el paciente está en estado crítico, y que lo más sensato sería terminar cuanto antes con su calvario.

Pero –sarcasmos de la Historia- la Ley de Cuidados Paliativos y de Muerte Digna aún no ha sido aprobada. Y en las filas socialistas se oye un murmullo que dice “ni cenamos, ni se muere el padre”.

miércoles, 13 de julio de 2011

Robin Hood en Lavapiés

El pasado día 5, una multitud salió a la calle en el barrio de Lavapiés, de Madrid, gritando airadamente. ¿Pedían trabajo? No. ¿Protestaban contra la crisis? Tampoco. ¿Contra las listas de espera en Sanidad? Pues no. Salieron para echar a la policía de “su” barrio.

Al parecer la policía había retenido a un inmigrante que se había colado en el Metro. Alguien lanzó en Twitter el mensaje de que se estaba realizando una redada racista, y la multitud se fue acumulando en la calle, la policía pidió refuerzos, pero ante las imprecaciones se fueron retirando y se marcharon del barrio, ante el entusiasmo de la gente.

Una semana después se ha vuelto a repetir el suceso. Esta vez la policía iba a detener a un individuo sospechoso de traficar con drogas, y nuevamente los vecinos volvieron a impedirlo, y los policías volvieron a retirarse con la porra entre las piernas.

El suceso ha quedado casi como una nota pintoresca. Incluso muchos estarán orgullosos del protagonismo directo “del pueblo”. En cambio, a mí me parece que se trata de hechos muy preocupantes. Un Estado de Derecho se fundamenta en la legitimidad democrática y en el imperio de la ley. El Estado ostenta el monopolio del uso de la violencia, que sólo ejerce para garantizar el cumplimiento de las leyes. Si abandona esa función entregando el poder a cualquier grupo desorganizado y vociferante, habremos dado un impresionante paso atrás, desde el Estado de Derecho hacia los tiempos de Robin Hood. Se puede prever que los hechos se repetirán en más barrios y en más ciudades, en la medida que se va comprobando que la policía tiene órdenes de replegarse ante la presión popular. Mal asunto.

La epopeya de Robin Hood resulta muy bonita en un libro. Pero no conviene olvidar que en aquél tiempo la gente vivía infinitamente peor, y ni siquiera hubiera soñado con disfrutar de los derechos y libertades que tenemos hoy.

miércoles, 6 de julio de 2011

Usar la cabeza

Me hablaba un viejo conocido de sus tiempos escolares. y me recordaba que en las aulas había 40 o 50 alumnos. Medio centenar de chavales que cantaban la tabla de multiplicar; recitaban la lista de los reyes godos; mojaban sus plumillas en un tintero, y tenían que repetir el trabajo cuando caía una gota de tinta. De ese medio centenar, algunos fueron años más tarde ingenieros, arquitectos, médicos, abogados, jueces o catedráticos. Otros se hicieron mecánicos, albañiles, fontaneros, charcuteros o peluqueros.

Hoy las aulas albergan una veintena de chicos, y además existen clases de refuerzo, profesores de apoyo, orientadores, y psicólogos (creo que aún no tienen masajista, pero todo llegará). No se les pide que memoricen mucho, y disponen de ordenadores, vídeos, y toda clase de artilugios sofisticados. De esos veinte, uno será ingeniero, arquitecto, juez o catedrático; cuatro serán licenciados en algo que no podrán ejercer; diez serán mecánicos, albañiles, fontaneros o funcionarios; y el resto se quedarán en casa viendo la tele, o se irán a acampar a alguna plaza.

Todo el mundo está preocupado por la educación. Todo el mundo reclama más medios materiales y humanos para la escuela. Políticos, profesores y padres discuten sobre la primacía de la escuela pública o privada. Todos reconocen que el sistema educativo español es un desastre.

¿A alguien se le ha ocurrido usar la cabeza?