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martes, 19 de octubre de 2010

Trapicheo y circo

Dice el diccionario de la RAE, trapicheo: ingeniarse, buscar trazas, no siempre lícitas, para el logro de algún objeto.

El presidente Rodríguez Zapatero puede nos ser un intelectual, puede tener una mentalidad de adolescente, puede ser un visionario amoral, y puede ser la antítesis del estadista. Pero a falta de mejores cualidades, es un excelente trapicheador. Acaba de culminar su enésimo cambalache: cambio de nombre a las provincias vascas y aguas territoriales para Canarias a cambio de unos votos que le permitan seguir dirigiendo un país que se cae a pedazos.

El parlamento queda convertido en un circo en el que los actores van saliendo a pista por turno para llevar a cabo su papel, sin que a ninguno le importe el papel de los demás. Ha dejado de ser el templo de la palabra. Nadie espera convencer a nadie. Nadie espera que nadie le dé argumentos sólidos. Salen, sueltan su parrafada, y luego votan lo que ya estaba escrito en el guión.

Y el público contempla el espectáculo entre eufórico y resignado. Todos saben que es una farsa, pero todos acuden a la representación, y todos vuelven a aplaudir cada cuatro años a sus favoritos. Y así seguirán hasta que se hunda el circo y queden destrozados entre las ruinas.

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