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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mojón de decepciones


Ya pasaron la Nochebuena y la Navidad. Esas fechas míticas en las que lo religioso se combina con lo comercial con tanta dificultad como el agua con el aceite. Se logró el milagro de surtir de viandas la mesa, con más imaginación que presupuesto. Transcurrieron los festines, en muchos casos al borde de esa catástrofe que supone juntar a familiares que no se terminan de tragar, y además regarlos con vinos, cavas y licores.

Se consumó la segunda gran decepción. Esa en la que se constata que no basta que el calendario señale “25 de diciembre” para que todo el mundo olvide sus rencores y miserias, y todos nos convirtamos en seres beatíficos, pacíficos, generosos y magnánimos.

La primera gran decepción tuvo lugar tres días antes. Ante el desconcierto de millones de jugadores esperanzados la ley de probabilidades volvió a imponer su criterio, y aunque muchos fueron los llamados, muy pocos fueron elegidos por la suerte.

En unos pocos días experimentaremos otra gran decepción. Aprovechando el comienzo de un nuevo año todos acariciaremos las mejores intenciones. Unos dejarán de fumar; otros irán al gimnasio; aquél aprenderá inglés; el otro hará dieta; el de más allá se jurará no volver a gritarle a sus hijos. Y esas buenas intenciones con las que dicen que está empedrado el camino del purgatorio nos devolverán a todos a la senda de lo cotidiano. A ese recorrido al que llamamos “vida”, y en el que estas fechas no son sino los mojones kilométricos que nos recuerdan cuánto llevamos andado, y cuánto nos queda por andar.

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