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lunes, 14 de noviembre de 2011

Profecías autocomplidas

Supongamos una cafetería con una clientela normal y variada. Alguien extiende el rumor de que en el establecimiento hay mucho “ligoteo”. En la medida que el rumor va tomando fuerza, algunas clientes dejan de entrar por temor a que se las ponga determinada etiqueta. Al mismo tiempo, otra clase de clientes, interesados en ligar, van acudiendo por primera vez a la cafetería. Al cabo de unos meses la clientela ha cambiado, y, efectivamente, abunda el “ligoteo”. Eso es una profecía autocumplida.

Así funcionan las encuestas preelectorales. Se extiende el rumor –además dotado de un halo científico- de qué resultados va a haber en unas elecciones, y millones de personas reaccionan en base a unos hechos que todavía no se han producido. Calculan su voto en función de esas previsiones, y finalmente las previsiones terminan cumpliéndose.

Las encuestas se hacen sobre una muestra de unos pocos miles de personas. Técnicamente, las muestras son válidas. Sin embargo, lo cierto es que a muchos millones de personas nadie les pregunta lo que van a votar, pero su decisión se verá afectada por lo que esos pocos miles han dicho que van a hacer.

Resulta apasionante plantearse ciertas hipótesis: ¿qué pasaría si los muchos millones a los que no se les ha preguntado decidieran llevarle la contraria a los pocos miles que han dicho lo que van a hacer? ¿Qué ocurriría si nadie se preocupara por lo que dicen las encuestas, y cada cual decidiera votar al partido que le inspira más confianza?

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