Se
suele decir que la teoría de Darwin sobre la evolución de las especies
establece que son los individuos más fuertes los que mejor sobreviven. Sin
embargo, tal creencia es errónea. Lo que Darwin descubrió es que los que sobreviven
no son los más fuertes sino los individuos que mejor se adaptan a su medio
ambiente. Hay que señalar que, en el caso de los seres humanos del siglo XXI,
ya no es tan determinante el medio ambiente de la naturaleza como el medio
ambiente social.
La
pandemia del Covid-19 que tan duramente nos está golpeando ha supuesto un
importante cambio en el medio ambiente social al que estábamos todos más o
menos adaptados. El confinamiento en los hogares, la paralización del comercio,
la industria y el turismo, así como las previsibles consecuencias económicas de
todo esto suponen un cambio tan importante como brusco, al que no resulta fácil
adaptarse.
A
las dificultades corrientes de la vida en el ámbito familiar, laboral,
económico, de salud, etc., hay que añadir ahora la inquietud –más bien la
angustia- por el riesgo de contagio, el agobio del encierro, y la incertidumbre
ante el futuro. Nadie puede escapar a los efectos de la pandemia, y todos vamos
a salir malparados en mayor o menor medida. Los miembros del gobierno nos
aseguran que “nadie se va a quedar atrás”. Es una burda mentira. Cuando la pandemia termine todos habremos retrocedido algunos pasos.
No
obstante, sigue siendo válido el postulado de Darwin. Sobrevivirán mejor los
que mejor y más pronto se adapten a esta nueva situación. Algunos pensarán que
esto es imposible, pero se equivocan. Uno de los escenarios más terribles que
puedan castigar a una sociedad es la guerra. Pero incluso en las guerras
–cuando son de larga duración- la gente termina adaptándose. Los niños siguen
jugando y riendo en las calles. Los adultos se reúnen con sus amigos entre
bombardeo y bombardeo, y encuentran ocasiones para divertirse. Se enamoran y
hacen planes para el futuro.
Cuando
al final termina la contienda todos lloran a sus muertos, pero los que se
habían adaptado encuentran fuerzas, energía y oportunidades para seguir
adelante y continuar viviendo.
Por
desgracia, otros, los que no fueron capaces de esa adaptación, suelen quedar en
la cuneta, marcados para el resto de sus días por una situación a la que no
fueron capaces de adaptarse.
Pensemos
en ello. Depende principalmente de nuestra actitud. Podemos elegir entre
rendirnos y retirarnos a llorar en un rincón, añorando lo que hemos perdido en
la catástrofe. O bien adaptarnos a una nueva realidad, tomar las medidas de
precaución para evitar el contagio, y darle la cara a un futuro que vamos a
superar, aunque sea en condiciones menos favorables.
Los
débiles juncos se inclinan ante la fuerza del vendaval para erguirse de nuevo
cuando éste pasa. El robusto roble, en cambio, no tiene esa flexibilidad y
puede resultar abatido por el viento.
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