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martes, 31 de mayo de 2011

Democracia mediática

Pasados quince días desde su aparición, el tutti-frutti de los indignados continúa en sus campamentos urbanos. Todo el mundo habla de ellos, las televisiones emiten sus declaraciones, los periódicos analizan sus propuestas, y los políticos intentan arrimarse a su sombra. En sus asambleas deciden sobre la economía nacional, la postura ante la banca, la gestión del medio ambiente o la política militar. Los medios de comunicación reproducen todas y cada una de sus propuestas, y en Sol o en la Plaza del Pilar hay casi más cámaras y enviados especiales que acampados.


Nadie los ha elegido, no se representan sino a sí mismos. Sin embargo, entre todos los acampados suman menos que los votos obtenidos por un partido ecologista, del que nadie habla, y cuyas opiniones no son expuestas por medio de comunicación alguno. ¿Por qué han obtenido tanta relevancia? Sencillamente porque no tienen votos, pero tienen respaldo mediático. Los medios lo pueden todo. Pueden hacer que lo de Libia sea un escándalo o que no exista. Pueden encumbrar a un movimiento social improvisado y sin ideas coherentes, y pueden hacer que un partido riguroso y democrático pase desapercibido.

Franco decía que España era una democracia orgánica. Los países del bloque soviético se denominaban democracias populares. Los acampados piden democracia real. Lo cierto es que una democracia no es tal si necesita un apellido. Eso le ocurre a nuestra actual democracia mediática.

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